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El islamista Mohamed Morsi gana las elecciones presidenciales de Egipto

Mohamed Morsi es el primer presidente elegido libremente de la historia de Egipto. Así lo ha comunicado la Comisión electoral en medio de una tremenda expectación, generada por el retraso del anuncio electoral, esperado desde hace días. Mohamed Morsi sucederá al dictador Hosni Mubarak, destronado por la revuelta popular egipcia que emocionó al mundo árabe y que demostró que “la gente sí puede acabar con el régimen”, como reza el grito de guerra de las revoluciones árabes, que aún recorre la región.

Ambos candidatos, un militar y un islamista habían cantado victoria por adelantado, al tiempo que los resultados, que debían haberse conocido el pasado jueves se fueron retrasando día tras día. Los militares, desplegados en varios puntos del país, han advertido que no tolerarán desmanes en las calles.

La incertidumbre ha disparado la tensión en un país que se polariza por momentos. Las huestes de los Hermanos Musulmanes, que hace días que consideran a su candidato, Mohamed Morsi, el ganador, han ocupado la revolucionaria plaza Tahrir desde el pasado martes. Dicen que no se moverán hasta que la Junta militar que gobierna el país retire una serie de medidas con las que pretende recortar el margen de maniobra del presidente entrante. El domingo, la plaza ha vuelto a vibrar.

Hoy Tahrir está abarrotada. Hace un calor abrasador, pero los seguidores de Morsi parecen haber olvidado el termómetro corporal en casa. La masa humana desprende a su vez toneladas de energía. Minutos antes del anuncio se palpaba un tremendo nerviosismo en el ambiente. Da la impresión de que la mínima chispa puede incendiar la plaza. Las inmediaciones están sembradas de ambulancias.

Miles de egipcios procedentes de todo el país acampan desde el martes en Tahrir. Los tenderetes que protegen a los manifestantes del sol han ido proliferando a medida que avanzaba la semana. Algunos duermen, otros pasean y siempre hay un grupo que mantiene los cánticos en contra de la Junta Militar y a favor de Morsi vivos. Cuando la cae la tarde, la plaza alcanza su punto álgido. Abarrotada durante cinco noches consecutiva, los islamistas mantienen la fiesta en pie hasta las primeras horas de la mañana. Se trata de seguidores de la Hermandad y de salafistas, también secundan la convocatoria. “¡Allahu Akbar!” , Dios es el más grande en árabe, se ha convertido en la banda sonora de Tahrir. La presencia de grupos revolucionarios laicos es muy minoritaria estos días en la plaza.

Los egipcios votaron el fin de semana en segunda vuelta a su presidente. Las elecciones han sido relativamente limpias, o al menos nadie ha dicho lo contrario, más allá de las alegaciones de ambos partidos, que hablan de un pequeño número de irregularidades. Pero la participación fue baja y muchos egipcios votaron con la nariz tapada porque ni el candidato militar ni el islamista les convencían.

Solo las maquinarias bien engrasadas durante el antiguo régimen –la del Ejército y la de los Hermanos Musulmanes- consiguieron llegar a la segunda y definitiva vuelta de las presidenciales. Los que aquí llaman liberales, es decir los laicos que no apoyan al Ejército, no consiguieron poner en pie un candidato capaz de competir con poderes mucho más consolidados. Lo cierto es que al final, islamistas y militares se van a repartir el poder. Y lo cierto es sobre todo, que al margen de interpretaciones, Morsi será el primer presidente de la transición democrática egipcia.

Mohamed Morsi sucederá a Hosni Mubarak, el rais que gobernó Egipto con puño de hierro durante tres décadas y que ahora se supone que agoniza en un hospital de las afueras de El Cairo. Los rumores difundidos esta semana por la televisión estatal sobre una muerte inminente de Mubarak desorientaron y confundieron aún más a los egipcios, que ya no sabe a quién creer. Mubarak fue trasladado al hospital desde la cárcel de Torá, donde cumple cadena perpetua por no haber impedido la muerte de cerca de 900 manifestantes durante la revolución que le destronó el año pasado.

La victoria llega plagada de interrogantes. El principal es cómo se repartirá el poder el nuevo presidente con los militares. La Junta militar que gobierna el país tras la caída de Mubarak emitió hace una semana, justo cuando los egipcios terminaban de depositar su voto, un texto constitucional, por el que recortan drásticamente los poderes del presidente entrante.

El poder legislativo queda así en manos de los militares, después de que disolvieran el Parlamento echando mano de una amplia interpretación de una sentencia del Constitucional que anulaba parte de los escaños por la supuesta violación de un tecnicismo electoral. Lo relativo a la defensa del país y su presupuesto también compete ahora plenamente a los militares que además ostentan un poder de veto de facto sobre la redacción de la futura constitución. Los militares o el llamado “estado profundo”, que maneja la política, pero también buena parte de la economía del país, se han resistido con estas medidas y en el último momento a ceder el testigo del poder.

La Junta militar se ha comprometido a entregar el poder a las autoridades civiles antes del 1 de julio. Más allá de actos más o menos simbólicos, los actores políticos de esta tortuosa transición son conscientes de que desprenderse de la tutela del ejército va a llevar años.

Morsi, un desconocido aupado por la consigna “el islam es la solución”

Mohamed Morsi era el segundón, pero ha acabado siendo el primer presidente elegido libremente de la historia de Egipto. Llegó a la carrera presidencial de rebote, solo después de que descalificaran al verdadero hombre fuerte de los Hermanos Musulmanes, Jairat Shater, lo que le ha costado en Egipto el apodo de “la rueda de repuesto”. Morsi se encontró de repente en primera línea, embarcado en una aventura política descomunal. Para la mayoría de los egipcios es simplemente un gran desconocido.

Dicen los que le conocen que no tiene carisma ninguno. Por televisión transmite una imagen de rigidez muy poco atractiva. Pero da igual, porque aquí lo que cuenta es la organización y no el individuo. No ha ganado Morsi, han ganado los Hermanos Musulmanes, la organización islamista fundada en 1928, que aspira a refundar y “civilizar” Egipto con su programa –Renacer- en la mano. Llevar a la práctica el eslogan de la Hermandad, “el islam es la solución”, es el cometido de Morsi. Como explicaba recientemente una analista en El Cairo, si la Hermandad hubiera elegido a Bugs Bunny como candidato, probablemente también triunfaría.

Su escaso tirón sembró incluso de dudas sobre el paso de Morsi a la segunda vuelta de las presidenciales celebradas hace una semana. Pero pasó, disipando cualquier duda acerca de la fortaleza de la Hermandad.

Morsi es un hombre del aparato. Un ingeniero metalúrgico que ha escalado en la Hermandad a buen paso. Dicen sus compañeros de la Hermandad que ha llegado hasta aquí gracias a sus dotes negociadoras. Dicen que es el hombre junco. Muy flexible y capaz de cambiar de posición si hace falta.

Nacido en 1951 en la provincia de Sharquía, en el Delta del Nilo, Morsi ha pasado parte de su vida en Estados Unidos, donde nacieron sus hijos. Allí se doctoró en la Universidad de Southern california y trabajó como profesor. Como muchos otros mandos de la Hermandad, volvió a Egipto con una excelente formación, decidido a participar en el futuro de su país. Aquí trabajó en la universidad de Zigizag, sin descuidar la militancia con la cofradía. Su carrera académica y su escalada en la Hermandad corrieron en paralelo, como también sucede con otros dirigentes de la cofradía, algunos de ellos grandes triunfadores en el sector privado.

En el año 2000, en tiempos del dictador Hosni Mubarak, cuando los Hermanos vivían en la semiclandestinidad y no podían participar como formación política en los comicios, fue elegido Parlamentario independiente. Fue también portavoz de la Hermandad. Y en 2011, cuando al revolución de la plaza Tahrir logró tumbar al eterno dictador, se convirtió en el presidente del partido de la Justicia y la Libertad, el brazo político de la Hermandad.

Los analistas le consideran un moderado entre los conservadores, pero en ningún caso un reformista. Representa el ala semidura en una organización de limitada democracia interna. Durante la campaña no se ha cansado de repetir que gobernará para todos los egipcios, no solo para los islamistas. Su discurso sin embargo no ha convencido a los sectores más laicos y mucho menos a los ocho millones de cristianos de Egipto. En un alarde de apertura, en los últimos días se ha esforzado por hacer frente común con los grupos revolucionarios y en su partido dicen que piensa incluir en su Gobierno figuras independientes, ajenas a la Hermandad. Pero a la vez que mira para un lado, hace guiños al contrario y promete a los salafistas, la línea ultraconservadora del islamismo, que no se olvidará de ellos.

Sus supuestas dotes negociadoras van a resultarle tremendamente útiles en su nuevo trabajo. No solo va a tener que convencer a la legión de detractores que acumula y que piensan que con él se abre una etapa de oscurantismo en Egipto. Sobre todo va a tener que luchar contra el ansia de poder de los militares que se resisten a ceder el poder al rais elegido en libertad. Como escribía ayer un periódico egipcio, el nuevo presidente nace corto de poder, pero sobrado de gloria.

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