Francisco Martínez Marina (1754-1833) fue sacerdote, filólogo, jurista e historiador del Derecho, que se destacó por su defensa del liberalismo en sus obras, teniendo una vida intensa en una época, sin lugar a dudas, intensa también, en plena crisis del Antiguo Régimen, con Guerra de la Independencia incluida, y lucha entre el absolutismo y el liberalismo durante el reinado de Fernando VII.
Sus ideas principales se condensaron en varias obras, siendo la más importante, Teoría de las Cortes, donde defendió la idea de impedir que los bienes de la nación cayeran en las manos muertas eclesiásticas, en una clara defensa de la desamortización, aún antes de que se propusiera las Cortes de Cádiz y luego la pusiera en marcha Mendizábal. Martínez Marina quería que se pusieran en circulación las propiedades afectas al estado eclesiástico para restituirlas a los pueblos y familias porque habrían sido arrancadas por el despotismo, la seducción, por la ignorancia y por la falta de piedad. Además, había que abolir el diezmo porque consideraba que era un “injusto e insoportable tributo”, y que no había sido conocido en España hasta el siglo XII, pero que se había expandido a la “sombra de la barbarie de estos siglos y en razón del despotismo papal”.
Pues bien, en la efeméride de su fallecimiento, el día 25 de julio de 1925, los socialistas recordaban la figura de este eclesiástico y su muerte acontecida en Zaragoza. En el recordatorio se valoraba que había sido perseguido por sus ideas liberales, tanto en 1814 y en 1823, es decir, en momentos de resurgimiento del absolutismo, al terminar la Guerra de la Independencia y liquidarse el Trienio Liberal, y que había defendido la obra de las Cortes de Cádiz.
Pero, sobre todo, se recordaba su mencionada obra donde, según la columna del periódico obrero, se atribuía el origen de la pobreza a la injusta y desigual división de los campos y de los productos de la tierra, lo que había llevado a la concentración de la riqueza en las manos de pocas personas particulares o “manos muertas”. Proponía como remedio la desamortización de las propiedades de la Iglesia y su distribución a censo entre las “clases menesterosas”. Además, habría afirmado que no podía ser buen ciudadano quien a aspirase a poseer más de lo necesario para sostenerse con decoro.
Hemos trabajado con el número 5138, del 25 de julio de 1925 de El Socialista.