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El ‘halal’ se consolida en Francia como signo de identidad y gran negocio

Saint-Denis, la ciudad de 110.000 habitantes al norte de París, concentra algunos traumas y obsesiones de la Francia contemporánea. La basílica de Saint-Denis alberga las tumbas de 43 reyes de Francia, de Dagoberto en el siglo VII a Luis XVIII en el XIX. Diez minutos en dirección al sur, se encuentra el imponente Stade de France, a cuyas puertas un terrorista islamista cometió uno de los atentados con bomba que el 13 de noviembre de 2015 golpearon la capital francesa y sus alrededores. Cinco minutos a pie al norte de la basílica, epicentro del cristianismo francés que el presidente, Emmanuel Macron, le gusta frecuentar para reconectar con la tradición nacional más profunda, se encuentra la rue Gabriel Péri, una calle comercial parecida a tantas en Francia. Su particularidad reside, primero, en la abundancia de peluquerías afro. Y segundo, en que muchas de las pizzerías, carnicerías, locales de kebab y restaurantes asiáticos, hay estampada una pegatina bien vistosa con la palabra halal, donde venden carne sacrificada según los ritos musulmanes.

“Esta explosión del halal es uno de los fenómenos más significativos de las transformaciones y de la afirmación identitaria del islam en Francia desde la primera década del siglo XXI”, escribe Gilles Kepel, especialista en el islam, en su libro Quatre-vingt-treize (Noventa y tres), publicado en 2013.

El 93 del título es el código postal del departamento francés de Seine-Saint-Denis, cuya ciudad más poblada es Saint-Denis. Es el primer departamento musulmán del país, el que presenta una tasa de pobreza más elevada en la Francia continental y el espejo de las disfunciones —fracaso escolar, precariedad, discriminación, guetoización— que aquejan a la banlieue, la periferia mestiza y episódicamente convulsa de las grandes ciudades. En ningún otro lugar como en “el 93” se proyecta en Francia el fantasma de la islamización, el temor a un avance de una versión fundamentalista de la religión musulmana, a que —en la manifestación más radical de estos miedos— el islam acabe barriendo a los reyes cristianos de Saint-Denis.

El halal, un negocio que representa más de 5.000 millones de euros anuales en Francia, según algunos cálculos, se ha convertido en una manera de reafirmar su identidad para muchos musulmanes franceses. También, dada la cantidad de dinero que mueve, puede suponer una oportunidad para las autoridades: quien controle este dinero podrá manejar un islam francés que hoy depende en parte de dinero extranjero.

La posibilidad de obligar sin excepciones al aturdimiento de los animales a la hora de sacrificarlos, como ocurre en países del norte de Europa o, recientemente, en Bélgica, parece remota aquí, el país occidental con más musulmanes (casi seis millones, un 8,8% de la población) y el primer mercado europeo, además de potencia exportadora a Oriente Próximo.

En Francia, donde la extrema derecha del Frente Nacional sumó más de diez millones de votos en las últimas elecciones presidenciales, la batalla del halal es otra. Es cultural y política. Refleja las tensiones por la definición de la laicidad, el principio que garantiza la libertad de culto y la separación del Estado y las iglesias.

El veterinario de Burdeos Alain de Peretti es el responsable de la organización Vigilance Halal, que ha presentado varias denuncias ante la justicia para lograr la suspensión de la matanza de animales sin aturdimiento previo. Su combate abarca desde la protección de los animales y los consumidores —cuestiona la higiene de los procedimientos para matar según las normas halal— al cuestionamiento del halal como instrumento para imponer la sharia o ley islámica. “El islam puede evolucionar, pero tal como es hoy es incompatible con nuestra sociedad”, dice Peretti en un café de la plaza Trocadéro, en París.

A 15 kilómetros de ahí, desde su despacho en el sexto piso del único edificio alto en Rosny-sous-Bois, otro municipio de Seine-Saint-Denis, M’hammed Henniche domina con la vista la banlieue oriental de París. Henniche, nacido en Argelia e inmigrado a Francia en los años noventa, es una de las figuras centrales del mundo musulmán en “el 93”. Es el secretario general de la organización Unión de Asociaciones Musulmanas 93 (UAM 93), un grupo de presión que influye en la política local. También es el responsable de Halal Verif, una de las organizaciones que acreditan que una carne es halal o no.

Signo de identidad

“El halal se ha convertido para los musulmanes de Francia en un elemento de identidad. Quizá los jóvenes no rezan, beben alcohol, tiene relaciones con chicas, pero la línea roja es el halal”, dice Henniche. “Para ellos, es lo que marca la diferencia entre ser o no ser musulmán”. En la generación de los padres y abuelos que llegaron a Francia era distinto. La norma era menos estricta. Desde finales de los años noventa se estableció una competición para endurecer las condiciones para que un producto fuera halal. En algunos sectores, los certificadores de pureza tradicionales —las mezquitas de París, Lyon y Évry, ligadas a países como Marruecos y Argelia— empezaron a estar bajo sospecha de laxismo. Aparecieron nuevos certificadores que debían velar porque la carne era efectivamente lícita, que es el significado de halal. Halal Verif’ es uno de ellos. Se abrió una batalla que mezclaba lo mercantil con lo teológico. ¿Puede un musulmán consumir carne de animales sacrificados por cristianos o judíos? Si el halal prescribe que se degüelle al animal sin aturdirlo previamente, ¿se le puede electrocutar para atenuar el sufrimiento?

En su libro, Kepel describe un “choque de halales”, entre un modelo más estricto, de inspiración religiosa, y otra cultural o de estilo de vida, que compara con el consumo de productos bio. “En este debate planetario”, escribe, Francia “es ante todo una cámara de eco de las tensiones que atraviesan el islam mundial, parcialmente filtradas por la tradición magrebí de la cultura musulmana francesa, pero que cada día cede terreno a un ‘e-islam’ cuyos portales [DE INTERNET]ponen en relación directa a la generación joven con los centros dogmáticos y financieros de la península Arábiga y Próximo Oriente”.

Macron se ha propuesto reducir la dependencia del dinero extranjero con capacidad para intoxicar a los musulmanes franceses con ideas extremistas. Una posibilidad, sugerida por el ensayista Hakim El Karoui, próximo a Macron, consistiría en crear una oenegé que actuaría como autoridad central y recaudaría un canon o tasa sobre el comercio halal y otras áreas de negocio como los viajes organizados a La Meca.

“Hay mucho dinero, y mal utilizado por quienes pretenden ser representativos. Propongo una organización que no represente sino que regule”, dijo El Karoui en una entrevista en septiembre al presentar un informe sobre el avance del islamismo elaborado para el laboratorio de ideas Institut Montaigne. “La toma de control de la teología por parte de los salafistas es un inmenso problema para los musulmanes y para Europa, porque los salafistas explican que hay que separarse del resto de la sociedad. Hay un problema de formación de los cuadros religiosos. Se necesita dinero para instruir a imanes y remunerarlos. En Francia hay 2.500 lugares de cultos y mil imanes permanentes, de los que 300 están asalariados por un país extranjero”.

De la injerencia extranjera a la deriva radical, del apego de la República a la laicidad al riesgo de la fragmentación de Francia en comunidades estancas, el halal puede ser una pieza clave en la política de Macron para reorganizar el islam francés.

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