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El gran club improbable de las aspas y la cruz

Cierta noche conocí a un tipejo, borracho como una uva, que me contó un plan disparatado, aunque divertido, con el que aseguraba haber estado a punto de hacerse de oro. Sostenía que lo había registrado en el Archivo Nacional del Ánimo de Lucro más conocido por su ilustrativo acrónimo.

Aquel proyecto consistía en crear un gran club que facilitase a todo el mundo, fuera miembro de él o no, completas instrucciones sobre qué pensar siempre y qué no hacer nunca.

A cambio de esa generosa contribución, los gestores de la idea recibirían del Estado una simbólica compensación de unos 5.000 millones de euros anuales. Los socios podrían además ahorrarse unos 200 millones en impuestos que engrosarían las arcas del club, a cambio de marcar un aspa en su declaración. Para asegurar una buena cosecha de aspas, la organización se reservaría un lugar en los colegios, no fueran estos a limitarse a formar ciudadanos.

Las bases de aquel improbable círculo parecían suicidas para el siglo XXI. Eran, por así decirlo, poco complacientes con los homosexuales sin vergüenzas, los divorciados pobres, los científicos descreídos, los viciosos envidiables, los consumidores de látex y hasta con los que se levantaran tarde. Todo así. Las mujeres, por ejemplo, nunca podrían asumir responsabilidades en su compleja estructura de mando y, si entraban en la organización, vestirían un burka sin rejilla.

Qué disparate todo, ¿verdad? A quién se le puede ocurrir una cosa tan ridícula en estos tiempos de progreso social. La cruz del borrachuzo era, en cambio, otra. Su propuesta había sido rechazada no por machista, homófoba, sectaria, antidemocrática o, simplemente, histérica, sino porque, según se había podido comprobar, existía ya un invento casi calcado al suyo desde hacía nada menos que 2.000 años. Por supuesto, no me creí nada, pero pasé un rato muy divertido.

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