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El fascismo quería “el alma del hombre”

Roger Griffin investiga las raíces culturales del totalitarismo

"El estudio de la relación entre el modernismo y el fascismo es una aventura de alto riesgo". Lo dice Roger Griffin, especialista en fascismo y catedrático de Historia Contemporánea en la Brookes University de Oxford. Su último libro, Modernismo y fascismo (Akal), que se acaba de editar en España, está considerado por algunos expertos como la obra más importante en historia cultural del fascismo que se ha publicado en la última década.

Este reputado historiador defiende en su libro que el fascismo de entreguerras fue un vehículo para hacer realidad "la sensación embriagadora" de hacer historia. "Para entender las ambiciones, los fracasos y los crímenes contra la humanidad de los regímenes de Mussolini y Hitler hay que concederle la relevancia que se merece al hecho de que se convenciera tanto a militares como a civiles de que se encontraban inmersos en una experiencia revolucionaria, que vivían al filo de la historia, que con sus actuaciones estaban cambiando su curso, al margen de la moralidad convencional", explica.

«El fascismo ha muerto; los grupúsculos de hoy no movilizan masas»

El viernes pasado, Griffin impartió una conferencia sobre las relaciones entre el modernismo y el fascismo en el I Congreso Internacional de la Asociación Española de Teoría de la Literatura, que se ha celebrado en Granada. Sobre la dictadura franquista, el historiador aseguró en una entrevista con Público que Franco no era un político propiamente fascista. "Franco utiliza las energías de Falange y también alusiones a la estética modernista para vestir un proyecto de la España tradicional modernizada, pero no transformada. No quiere un nuevo español producto de una revolución antropológica. Los fascistas italianos o alemanes querían un nuevo italiano o un nuevo alemán", sostiene.

La Iglesia católica, añade Griffin, es otra de las razones por la que el régimen de Franco es distinto: "Hitler y Mussolini no eran cristianos de corazón. Hay un antagonismo real entre el proyecto fascista y lo que significa la Iglesia porque ambos en realidad quieren el alma del hombre. La Iglesia quiere el alma del hombre para Dios y el paraíso y los fascistas quieren el alma del nuevo hombre para la nación y la historia".

Sobre el islamismo, Griffin cree que puede considerarse una solución totalizadora a la amenaza a la religión que supone la modernidad occidental. "Pero no se puede mezclar y hablar de islamofascismo, como hizo el expresidente Bush, porque eso es una perversión que genera islamofobia, genera la demonización del islam. Hay que intentar entender el islamismo en su propio contexto, porque si hablas de islamofacismo lo que te viene a la cabeza es el holocausto", continúa.

«En EEUU, el término se usa como arma para demonizar al otro»

El historiador es rotundo cuando se le pregunta por las nuevas formas del fascismo. ¿Dónde lo podemos ver ahora? "El fascismo ha muerto como movimiento con un jefe carismático. Hay grupúsculos de la nueva extrema derecha en Europa, en América, en Rusia, en internet, pero no hay un movimiento real, activista, capaz de movilizar las masas". Según Griffin, el fascismo de las calles y de las plazas es un fenómeno del pasado, "hay que estudiarlo como parte del pasado e intentar evitar que determine demasiado la mirada sobre el presente".

Tampoco el Tea Party puede considerarse como un movimiento fascista desde su perspectiva. "Lo que sucede es que en Estados Unidos el término fascismo se ha convertido en una especie de eslogan que utilizan como arma arrojadiza demócratas y republicanos para demonizar al otro", zanja.

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