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El Farsante de Roma y el Salvador de los niños

Al vicediós Benedicto no le ha gustado nada que los científicos jueguen a ser dios. El farsante de Roma está muy preocupado estos días porque unos médicos españoles hayan conseguido traer al mundo un niño que puede salvar a su hermano enfermo, víctima de una dolencia genética.

Humm… veamos. Un niño concebido exclusivamente para salvar a otros…. ¿Dónde habré oído esta historieta antes?

El farsante de Roma, cuyo cúmulo de creencias fueron un impedimento secular para que la ciencia avanzara, parece olvidar que su industria está cimentada en la historia de un niño que fue concebido única y exclusivamente para salvar, no a otro, sino a toda la humanidad.

Al farsante de Roma le parece impropio que unos padres andaluces acudan a la ciencia para, mediante selección genética de los embriones, dar a luz un niño sano que pueda salvar a su hermanito enfermo.

Y sin embargo, le parece una proeza divina que uno de sus tres dioses, el padre, envíe al Espíritu Santo, el segundo dios (que unas veces adopta la forma de paloma, y otras, de semen divino), para que fecunde a una mujer virgen de la que saldrá el tercer dios, encargado de salvar con su sacrificio a todo el género humano. A ver si esto no es selección genética en estado puro: “Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús”, le comunicó un enviado del Cielo que decía ser el Arcángel Gabriel.

La tragedia del farsante de Roma (“no es el árbol de la ciencia el que mata, sino la desobediencia”) es que su fe tiene un problema crónico con la ciencia. No en vano el pecado de Adán y Eva no era otro que el consumo del fruto del Árbol de la ciencia. Génesis 2:16-17: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque (…) morirás.”

La ciencia, el estudio y la comprensión del mundo mediante el análisis y el razonamiento, sin la intervención de dioses, demonios y demás entes mágicos, está estropeando el tinglado de la farsa de Benedicto. Que la ciencia pueda dejar en ridículo diariamente la palabra de su dios, escrita en su libro de fábulas sagradas, le resulta cada vez más insoportable. Las mujeres ya pueden parir sin dolor, a pesar de la maldición divina el día de la expulsión del Paraíso, y la Tierra no es el centro de ningún Universo, sino apenas una mota de polvo en la inmensidad cósmica.

Eppur si muove. Como seguirá moviéndose y avanzando la ciencia a pesar de la ridícula y delirante oposición de farsantes y vicedioses.

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