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Trump, en 2020, en el Santuario Nacional Juan Pablo II en Washington Captura

El extraño regreso de la religión a la política · por Ramón González Férriz

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

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La religiosidad cae. La sociedad es más laica y ha dejado de obedecer las enseñanzas de la iglesia. Pero los líderes y los medios están volviendo a dar a la religión un papel preponderante en la política

Según el barómetro del CIS del mes pasado, un 18,8% de los españoles se declaran católicos practicantes y un 36,6 católicos no practicantes; la suma de agnósticos, indiferentes y ateos llega al 39%. En Estados Unidos, un tercio de la población dice no pertenecer a ninguna religión; si a principios de este siglo casi el 80% de ella se declaraba cristiana, hoy ese porcentaje se ha estabilizado alrededor del 62%. En Reino Unido, la asistencia a misa ha caído un tercio en quince años y cierran veinte iglesias anualmente porque están vacías. En Israel, la población sigue siendo mayoritariamente creyente, pero los judíos tienden a abandonar las interpretaciones más estrictas de su religión y a asumir las más laxas y laicas.

Un observador ingenuo podría pensar que este rápido proceso de secularización está haciendo que nuestra política sea también cada vez menos religiosa. Pero en realidad está sucediendo lo contrario. El ejemplo más evidente ha tenido lugar durante los últimos quince días en Roma y en los medios de comunicación de todo el mundo. La iglesia católica es menos poderosa hoy que en cualquier otro momento de los últimos 1.500 años y cada vez tiene menos influencia en sus dominios tradicionales, como la moral sexual o los ritos de paso asociados a la edad. Pero políticos de todo el mundo, incluidos representantes de la muy laica izquierda española como Yolanda Díaz y María Jesús Montero, acudieron al funeral del papa Francisco para hacerse un selfie. El nuevo papa, León XIV, tendrá menos poder que un secretario general de la ONU, y menos influencia moral que las estrellas mediáticas globales, pero su elección se ha narrado como si fuera un acontecimiento político trascendental.

Con todo, esta creciente presencia de la religión en el ámbito político va mucho más allá de la sucesión de los papas. La derecha radical europea sabe que no podría seducir a amplias capas de la población si propusiera un estricto programa cristiano y, de hecho, en algunos países como los nórdicos apoya causas como el matrimonio del mismo sexo y el orgullo gay. Pero a pesar de ello, su argumento principal es nítidamente piadoso: para esta nueva derecha, estamos en lucha contra un proceso de sustitución religiosa, la «islamización». Donald Trump, el hombre más poderoso de Occidente, no parece muy creyente, y es incapaz de citar un versículo de la Biblia, pero dice que fue Dios quien le salvó de morir de un intento de asesinato durante la campaña electoral y en febrero creó la Oficina de la Fe de la Casa Blanca para eliminar el «sesgo anticristiano» de la administración pública.

En el debate político de Francia se utilizan de manera constante y frívola términos como «civilización cristiana» o «identidad cristiana». Hay incluso un auge de los «ateos cristianos»: gente por lo general alineada con el conservadurismo que cree que Dios no existe, pero que se siente extrañamente obligada a defender la fe. Los gurús de Silicon Valley tendían a ser ajenos a la política y a toda forma de religiosidad; hoy, muchos de sus líderes —como Peter Thiel o Mark Zuckerberg— muestran en público sus creencias y las vinculan a sus nuevas obsesiones políticas conservadoras. Elon Musk no es creyente, pero dice que la religión le parece bien si contribuye a uno de sus sus principales propósitos políticos: que tengamos más hijos.

Un fracaso de la fe

Quizá se trate solamente de hipocresía. Quizá Díaz —que pertenece a una organización que en el pasado se creía la rival legítima de la iglesia, el Partido Comunista— y Trump muestran interés por el papa solamente porque creen que eso les puede dar popularidad y votos o porque les gusta sentirse importantes y salir en la tele rodeados de otra gente famosa. Quizá muchos simpatizantes de la derecha radical sienten una cierta incomodidad por su propio ateísmo y su forma de vivir poco católica, y exageran su énfasis religioso.

Los magnates de Silicon Valley, probablemente, son solo iluminados que tienden a pensar que si Dios existe es más probable que ellos sean sus profetas y que les será más fácil conducir a las masas. Como han asegurado estas semanas muchos cristianos entusiasmados con el interés que su iglesia aún es capaz de suscitar, quizá la política tecnocrática y la tecnología alienante nos dejan insatisfechos y los humanos, incluso los no creyentes, necesitamos rituales, tradiciones y recordatorios de que nuestra naturaleza es esencialmente espiritual.

Hay muchas explicaciones posibles para que, pese a la creciente laicidad, la religiosidad tenga cada vez un mayor protagonismo. Pero creo que ninguna tiene que ver con lo divino. De hecho, pienso que este auge de la religiosidad en el ámbito público es, en realidad, una muestra más de nuestro creciente laicismo. ¿Políticos haciéndose fotos en entornos sagrados? ¿Partido radicales utilizando la religión para alcanzar el poder? ¿Millonarios apuntándose a la moda de creer? ¿Ateos defendiendo la religión? ¿Medios progresistas enamorados del papado?

Si yo fuera religioso, creo que no lo consideraría exactamente un triunfo de la fe.

Según el barómetro del CIS del mes pasado, un 18,8% de los españoles se declaran católicos practicantes y un 36,6 católicos no practicantes; la suma de agnósticos, indiferentes y ateos llega al 39%. En Estados Unidos, un tercio de la población dice no pertenecer a ninguna religión; si a principios de este siglo casi el 80% de ella se declaraba cristiana, hoy ese porcentaje se ha estabilizado alrededor del 62%. En Reino Unido, la asistencia a misa ha caído un tercio en quince años y cierran veinte iglesias anualmente porque están vacías. En Israel, la población sigue siendo mayoritariamente creyente, pero los judíos tienden a abandonar las interpretaciones más estrictas de su religión y a asumir las más laxas y laicas.

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