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El embajadro de Palestina en Argentina defiende el proyecto palestino de un Estado laico

No tengo noticias de que un debate como éste se haya producido anteriormente. El embajador de Palestina y un dirigente importante de la comunidad judía. Dos miradas que uno podría imaginar contradictorias, porque, más allá de las buenas intenciones, un día de noviembre de 1947 llevó a unos a la gloria y a los otros al desastre. La resolución de las Naciones Unidas que recomendaba la partición del territorio terminó en el éxodo creciente de gran parte de la población palestina. Para unos fue la realización de una utopía largamente acariciada, el pueblo errante, discriminado a lo largo de los siglos, volvía 200 años más tarde a constituirse como Estado en un territorio. Después de la Shoah, de las cámaras de gas del nazismo, la culpa de Occidente era demasiado grande como para detenerse en todas las implicancias que podía tener la creación del nuevo Estado, visto fundamentalmente como una reparación más que merecida por el sufrimiento judío. Lo que pocos advirtieron entonces fue que se iniciaba un período de siete décadas que no conocería la paz. La mayoría de los palestinos –el principal grupo ocupante de ese territorio– debió abandonarlo. Para unos, el sueño realizado, para otros, la catástrofe, “la Nakbah” como se la nombra en árabe.

Con esta referencia a la fecha que consagraba el anhelo de unos y la desdicha para otros, Luis Kon, el moderador, integrante del Llamamiento Argentino Judío, dio comienzo al debate “Paz en Medio Oriente y convivencia en la Argentina”. Husni Abdel Wahed, embajador de Palestina, se apresuró a señalar que no existía posibilidad ninguna de problemas en la convivencia, que no había condiciones para que el conflicto mesoriental se trasladara a la Argentina. Sin discrepar con esta apreciación de fondo, Jorge Elbaum, presidente del Llamamiento, denunciaría más tarde que no son pocos los que quieren importar a la Argentina –hizo referencia a la posición de la DAIA y la AMIA en el caso Nisman y el Memorándum con Irán– conflictos que no tienen razón de ser en el país.

“Somos un pueblo multiétnico, multicultural y multirreligioso”, dijo el embajador definiendo el proyecto palestino de un Estado laico. Y en tanto subrayó el orgullo que sentían los palestinos de que cristianos, judíos y musulmanes formaran parte de su historia, consideró que Israel había instalado un régimen de apartheid en su territorio. “En Hebron –dijo– los palestinos deben llevar un número, lo que no puede sino recordar los campos de concentración del nazismo.” También hizo referencia a las denuncias hechas por varios intelectuales israelíes sobre los síntomas de facistización en la sociedad de su país. En respuesta a una pregunta acerca del crecimiento de la islamofobia en la sociedad francesa y el efecto de los recientes atentados, Abdel Wahed afirmó que la acción de ISIS perjudicada notablemente a los palestinos contribuyendo a una invisibilización de sus reclamos: “Para nosotros, ISIS es como el fundamentalismo israelí. No hay fundamentalismos buenos”.

El representante palestino reivindicó los acuerdos de Oslo –con sus defectos y virtudes– que habían abierto una “ventana de esperanza” a comienzos de los años ‘90. Condenó el asesinato de Yzak Rabin, principal gestor del acuerdo, señalando que aunque había luchado duramente contra los palestinos, en su momento tuvo la comprensión necesaria para advertir que el problema requería una solución. Con respecto a Yasser Arafat, el otro artífice del acuerdo, afirmó que hoy no quedan dudas de que fue asesinado, responsabilizando por ello al ex primer ministro Ariel Sharon. Sostuvo que el entonces presidente de los Estados Unidos, George Bush, al sentenciar “hay que deshacerse de los obstáculos” estaba instando al gobierno israelí a seguir ese camino. Más adelante, el embajador cuestionó severamente la instalación de asentamientos israelíes en el territorio asignado por los acuerdos a los palestinos, política que caracterizó como colonial. Aunque su referencia a la cuestión no la incluyó, la información proporcionada por un reciente estudio (Instituto de Investigación Aplicada, de Jerusalén), dice que entre 1990 y 2012 el territorio palestino anexionado por los asentamientos israelíes ha pasado de 69 a 194,7 kilómetros cuadrados, al tiempo que el número de colonos israelíes creció de 240 mil a 693 mil, cifra que representa un incremento del 189 por ciento y que ha ido aumentando desde entonces.

Jorge Elbaum no dejó dudas desde el comienzo de que compartía las líneas generales de la intervención que lo precedió: “Yo no soy la contraparte del embajador”. Reivindicó los 1500 argentinos judíos desaparecidos por la dictadura y subrayó el aporte de tantos judíos a las tradiciones nacional populares y progresistas argentinas. Enfatizó la polisemia del término judío, señalando que debían ser considerados como tales aquellos que se sentían unidos a una fe religiosa y también los judíos ateos, como Einstein o Freud: “No hay una única manera de ser judío”.

Elbaum resaltó además la tradición humanista del judaísmo que en el texto del Antiguo Testamento manda no olvidar que “fuiste esclavo en Egipto”, lo cual no se concilia con la opresión de otros pueblos: “Hoy existe un millón de árabes sin derechos al interior de Israel”, sostuvo. También reivindicó otra tradición, la de lucha y autodeterminación de los pueblos, en los ejemplos de quienes resistieron hasta el fin en el gueto de Varsovia y de aquellos defensores de Masada que frente a la invasión romana prefirieron morir antes de convalidar la derrota. Y se preguntó entonces “¿qué tiene que ver el ser judío con la política de la derecha israelí?”, señalando que ésta es “la política internacional de las derechas que se sirve de algunos grupos de las comunidades judías”. Luego de destacar la influencia que tiene el lobby de un poderoso sector de capitales judíos sobre la política internacional de los Estados Unidos, destacó que más de 300 mil judíos norteamericanos viven absolutamente ajenos y sin sentirse identificados con quienes se arrogan su representación.

“No es diferente a la situación en Argentina –dijo Elbaum– porque sólo una minoría elige a los dirigentes de las organizaciones de la comunidad”, lo cual, según él, explica la importante adhesión que obtuvo el Llamamiento de muchos argentinos judíos cansados de que se hablara en su nombre para apoyar la política de la derecha israelí o impulsar maniobras desestabilizadoras contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. “La AMIA y la DAIA trabajaron activamente para que pierda Scioli”, afirmó el expositor, y agregó que “quienes desde el gobierno argentino quieren hoy involucrar al país en conflictos a los que somos ajenos los argentinos, están vinculados al gran negocio internacional de la venta de armas”.

Las preguntas finales permitieron avanzar en algunas precisiones. Husni Abdel Wahed subrayó la importancia del reciente acuerdo entre Israel y Estados Unidos por el que el gobierno norteamericano se compromete a entregarle 38 mil millones de dólares en diez años. “Estos recursos sólo representan un porcentaje relativamente pequeño del presupuesto israelí, pero serán asignados al equipamiento militar y a la construcción de asentamientos, por lo que su incidencia será significativa”, sostuvo. Por su parte, Elbaum explicó que los Estados Unidos no son ajenos a los orígenes de ISIS como también ocurrió con Al Kaeda, afirmando que el gobierno norteamericano armó a los islamitas de Paquistán y Afganistán y estimuló el fundamentalismo para detener a los soviéticos. Remontándose a la Segunda Guerra Mundial, el presidente del Llamamiento habló de “la lógica de Frankenstein que crea monstruos que después no puede controlar” y recordó que en Europa y Estados Unidos muchos sectores de la derecha y el gran capital veían con simpatía a Hitler, a quien asignaban la misión de detener al comunismo.

Ante otra pregunta que, en inequívoca referencia a Arabia Saudita, aludió a otros países de Medio Oriente que, además de Israel, actúan hoy como socios de los Estados Unidos, el embajador palestino –combinando claridad y discreción diplomática– no mencionó a ningún Estado, pero señaló que, obviamente, Israel no era el más indicado para intervenir en los conflictos inter-árabes y que, en consecuencia eran otros países los que cumplían esa función.

Como si fuera necesario demostrar la complejidad de algunos problemas, no todas las respuestas lograron aclarar definitivamente alguna cuestión planteada. Ante el severo cuestionamiento del sionismo, como la ideología que sustentaba la política agresiva de Israel, planteada por los dos expositores, uno de los presentes se preguntó si eso permitía incluirlo globalmente en la condena, recordando que también hubo sectores de izquierda, a los cuales no se podría considerar identificados con la política de la derecha israelí, que en su momento se consideraron sionistas. El embajador respondió, naturalmente, desde la perspectiva palestina que ve en el sionismo el sustento ideológico de la negación de sus derechos, señalando que todo el sistema político israelí –con la única excepción de los comunistas– está permeado por esta concepción. En lo esencial, la respuesta de Elbaum no fue distinta. Recordó positivamente a los primeros militantes socialistas y comunistas que estuvieron en los orígenes de los Kibutz, pero señaló que el término “sionista” fue identificándose cada vez más con la política que él y el embajador condenaban. No pareció, sin embargo, que para todos ésta fuera una cuestión zanjada.

Algo había ocurrido, a lo largo del debate, que daba a la reunión un tono excepcional, como lo señaló desde el público, emocionada y sorprendida, la escritora Elina Malamud. Discursos que estamos habituados a ver confrontados se aunaban en un reclamo común de autodeterminación y de paz. Un diálogo que quizás algunos consideraban riesgoso generó un momento de confraternidad más que estimulante, en el Espacio Político y Cultural Participación Popular, sede del debate. El embajador, representante de un pueblo que hoy vive un momento dramático, asumía en sus intervenciones un tono severo y grave que no lo alejaba de la cordialidad. Elbaum, con un estilo desbordante transmitía a todos la alegría del encuentro. No resultó difícil, en ese contexto, para quien escribe esta nota, luego de un debate inusual, cerrar la noche con un moderado mensaje de optimismo. En esta compleja y dramática coyuntura nacional e internacional, todavía hay espacio para entusiasmarse con la esperanza de un mundo mejor.

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