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El nuncio de la Santa Sede, Renzo Fratini, en una audiencia con el entonces rey, Juan Carlos I / EFE

El embajador del Papa en España ignoró una denuncia de abuso sexual

El nuncio de la Santa Sede, Renzo Fratini, en una audiencia con el entonces rey, Juan Carlos I / EFE


David R. F. envió una carta por burofax en octubre de 2015, al nuncio Renzo Fratini, que lleva un año y medio sin poner en práctica los protocolos antiabusos
La víctima denuncia que sufrió abusos de un fraile en la Basílica de Medinaceli de Madrid cuando tenía 13 años y era monaguillo
El caso ha prescrito jurídicamente, pero debería ser investigado canónicamente, según el protocolo que ha puesto en marcha Francisco y la Conferencia Episcopal

“Cuando era niño, ejercí de monaguillo en la Basílica de Jesús de Medinaceli, en Madrid, durante cuatro años. A los trece, sufrí los abusos de un fraile de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos: fray Balbino”. El 15 de octubre de 2015, David R. F. envió un burofax –al que ha tenido acceso eldiario.es– al nuncio de la Santa Sede en España, el italiano Renzo Fratini –una figura similar a la de embajador– relatando los abusos supuestamente sufridos en 1987 a manos de un religioso.

La carta, año y medio después de ser recibida en Nunciatura, no ha sido respondida. Ni la misiva, ni las preguntas de este diario sobre el particular en la Nunciatura. Nadie sabe nada, o no quieren hablar, sobre el caso. Tampoco en la basílica de Medinaceli, una de las más famosas de España, y cuya imagen tiene millones de devotos en todo el mundo. Preguntados sobre el particular, aseguran “no recordar” siquiera al tal “fray Balbino”. Sin embargo, la carta llegó y la denuncia existe.

La denuncia, como en muchos otros casos, ha prescrito en el ámbito civil –el firmante de la denuncia tiene hoy 43 años– pero debería ser investigada por los cauces eclesiásticos. Pero el nuncio Fratini ha incumplido la normativa aprobada por el Papa Francisco y el  protocolo de la Conferencia Episcopal –sancionado por el propio nuncio–, que establece que, cuando “el Obispo u otra autoridad eclesiástica es informado a través de un denuncia privada” de abusos, sin que éstos hayan sido denunciados a las autoridades, “se entrevistará, lo antes posible, con el denunciante, en presencia de un testigo, para cerciorarse de la seriedad de la denuncia y, si es posible, se ratifique. Se redactará un Informe escrito para dejar constancia del hecho”.

Ni Fratini ni representante alguno de Nunciatura, o de cualquier otra instancia, han dado siquiera acuse de recibo.

“Como no podía ser de otra manera, aquellos abusos me alejaron definitivamente de la Iglesia, de la fe y del Evangelio. Ya no podré arrancarlos de mi biografía”, escribe David desde Tegueste, en Santa Cruz de Tenerife. Es la misma diócesis donde, en diciembre de 2007, el obispo Bernardo Álvarez hacía unas declaraciones que David consideraba “ofensivas” y a las que se refería en su carta. Son estas: “Puede haber menores que sí lo consienten [los abusos] y de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso si te descuidas te provocan”.

David asegura al nuncio que “en mi caso, en 1987, ni estaba perfectamente de acuerdo ni lo deseaba. Ni que decir tiene que tampoco suponía una provocación, salvo que el fraile en cuestión fuera un vicioso, un depravado o un pervertido. Generalizar es una falacia. Pero querer apropiarse deliberadamente de la experiencia traumática que muchos hemos sufrido (y sufrimos) en silencio sin conocer cabalmente las vicisitudes por las que hemos pasado para correr un tupido velo sobre los casos de pederastia o para escribir el transcurso de la historia a su favor es canalla, cruel, perverso, malvado, ruin y miserable”.

“Tal vez ya no pueda recuperar la inocencia que me arrebataron en mi infancia, pero sí parte de mi dignidad en el asunto de marras, siempre y cuando lo sancionen o le insten a que se retracte públicamente de sus ‘declaraciones’ (las del obispo) y pida perdón sin enredos ni artificios, a todos los que nos sentimos especialmente traicionados y humillados por el clero en aquel momento (…). Pues en este deleznable y bochornoso asunto, las palabras no prescriben, nunca lo harán, si antes no se desdice el autor de aquellas sin cortapisas”.

Algo que no sucedió, ni sucederá. “A lo sumo, solo añaden más desazón, indignación, frustración, impotencia, desasosiego y un profundo malestar interior… Hoy, como ayer, siento un insoportable desprecio hacia el clero”, concluye la carta sin respuesta.

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