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El destino de Israel

La propagación del fanatismo de los ultraortodoxos judíos, quienes sostienen que la Torá está por encima de cualquier ley, se va transformando en la peor amenaza para el Estado laico de Israel.

Decenas de miles de judíos respondieron el 28 de diciembre a la convocatoria del presidente de Israel, Shimon Peres, contra el fanatismo religioso. “Todos nosotros debemos defender la imagen de Israel frente a una minoría que destruye la solidaridad nacional y se expresa en una forma indignante”, afirmó.

Fue la primera respuesta masiva a la ofensiva ultraortodoxa, que asume creciente violencia, no ya contra los palestinos sino contra los que profesan la religión pero no lo hacen con el extremado rigor de los ultras, cuyo principal objetivo es la demolición del Estado laico.

Un Estado teocrático es su anhelo. El 17 de junio de 2010, una manifestación de más de 100 mil ultraortodoxos denostó al Estado laico y reclamó “la supremacía de la Torá (el Antiguo Testamento) sobre la ley civil”. Son un movimiento creciente: el 20 por ciento de la población; en su mayoría están exentos del servicio militar, no pagan impuestos y su tasa de natalidad es altísima. En 1960, representaban menos del 15 por ciento de los alumnos de las escuelas religiosas financiadas por el Estado; hoy, son el doble y se estima que en 30 años serán el 80 por ciento.

Aunque rechazan al Estado laico, forman parte de la coalición que gobierna Israel y defienden la tesis de que los rabinos ultraortodoxos poseen una autoridad superior a la de las instituciones democráticas. El viceministro de Sanidad, Yaakov Litzman, sostuvo que la Torá estaba por encima de cualquier ley.

El poder opresivo de los ultras se ejerce en Beit Shemesh (al sudoeste de Jerusalén), donde han colocado carteles advirtiendo que las mujeres deben vestir con humildad: mangas y faldas largas y cuellos cerrados y ocupar los asientos traseros de los ómnibus; hombres y mujeres deben caminar por distintas veredas; mantienen “patrullas de pudor” que insultan, apedrean y escupen a las mujeres que se atreven a caminar junto a varones. (En Medio Oriente ya existen estados teocráticos, como Irán y Arabia Saudita; las inquietantes simetrías en los fanatismos judío y musulmán son evidentes riesgos potenciales).

“Debemos impedir que Israel se convierta en Irán”, afirmó Peres. No incurrió en excesivo alarmismo. Desde el arribo de más de un millón de judíos rusos que nacieron y crecieron en la Unión Soviética, sin conocer ni vivir la democracia, el fanatismo se extiende como una negra marea. La democracia les repugna tanto como el laicismo.

Quizá la peor exteriorización de fanatismo y racismo pertenezca a Avri Ran, un teniente coronel retirado que es líder del movimiento Juventud de las Colinas, la facción más radicalizada del sionismo, que promueve la extensión de la colonización israelí a toda Cisjordania. “Un árabe, al ver a un judío, debe inclinar la cabeza”, proclama. Individuos semejantes a él militan en los orígenes de los genocidios que infamaron al siglo 20.

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