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El declinar del cristianismo

El 80% de los españoles se define como católico, pero más de la mitad de ellos no pisa la iglesia o lo hace unas pocas veces a lo largo del año. Lo cuenta César Coca en El Correo.

En el caso del País Vasco, la participación religiosa es menor: cada fin de semana pasa por los templos un 20,8% de los mayores de 16 años, un porcentaje que, según la Encuesta de Presupuesto de Tiempo recién publicada por el Eustat, desciende a razón de punto por año. Y el futuro no se presenta halagüeño para la Iglesia: el último estudio de la Fundación Santa María (‘Jóvenes 2000 y religión’) recoge que un 57% de los jóvenes de entre 13 y 24 años no acude prácticamente nunca a misa, si se hace excepción de ocasiones especiales como bodas o funerales. Uno de los países oficialmente más católicos del planeta hace apenas tres décadas parece encaminado a dejar de serlo. El cristianismo declina en Europa occidental y ni España ni Euskadi son ya ‘reserva espiritual’ de nada.

   A comienzos de la transición, la autoidentificación de los españoles como católicos y la práctica religiosa sufrieron un fuerte descenso. Desde finales de los ochenta y durante una década, la caída parecía atenuada, para volver a acelerarse en los últimos años, como revelan los estudios del CIS, el Eustat para el caso vasco y la Fundación Santa María en lo referido a los jóvenes. Y como avala también el dato de que el número de contribuyentes que destinan el 0,5% de su IRPF a la Iglesia se ha desplomado desde el año 2000.

   ¿Cómo se explica el creciente desapego hacia una institución tan profundamente enraizada en la historia y la cultura del país? El fortísimo proceso de secularización habido en España e iniciado una década más tarde que en Europa es la primera causa que apuntan los especialistas consultados por este diario. Víctor Cortizo, responsable de Pastoral de Juventud de la Conferencia Episcopal Española, añade también un cambio profundo de valores que ha ocasionado que «cuanto no tenga rentabilidad inmediata sea secundario».

   Hay un dato especialmente significativo y muy coherente con la trayectoria histórica del proceso de alejamiento de la Iglesia: quienes tienen hoy de 15 a 25 años son los hijos de los jóvenes que durante la transición, al no verse obligados socialmente a ir a misa, abandonaron con rapidez la práctica religiosa. Estos muchachos de hoy han crecido en familias en cuyo seno «no se transmite la fe. La socialización religiosa ya no se da en las familias ni en la escuela», explica el catedrático de Sociología de la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) Víctor Urrutia, que fue director general para Asuntos Religiosos en la época de Juan Alberto Belloch como ministro de Justicia. El resultado de ese proceso es que en algunas zonas, como en el País Vasco, «no quedan casi curas, ni laicos», dice gráficamente.

   Pero al margen de la familia y la escuela, parece que entre los españoles y la Iglesia se va alzando un muro en el que también esta última pone no pocos ladrillos. «Su lenguaje no llega, y su conservadurismo la hace aparecer, sobre todo a ojos de los jóvenes, como una instancia que dicta normas», dice Javier Elzo, catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto y coautor del informe de la Fundación Santa María. En ese sentido, su rigidez en lo relativo a asuntos como la sexualidad y opiniones como una reciente que vinculaba los malos tratos domésticos con la liberación sexual contribuyen a alejarla cada vez más de los jóvenes.

   No es sólo eso. Los escándalos que han salpicado a la institución cerca y lejos (los casos de pederastia, escasos aquí pero no tan pocos en Estados Unidos, el asunto Gescartera) y su defensa, directa o mediante organizaciones y grupos que le son muy afines, de opciones políticas concretas han deteriorado su prestigio de cara a muchos creyentes.

Menor influencia
«Estamos asistiendo al declinar del cristianismo en Europa», dice Rafael Aguirre, catedrático de Teología en Deusto. Y las consecuencias no son fáciles de prever. En lo más fácilmente medible, ya se notan: en los tres últimos años, el porcentaje de españoles que aporta el 0,5% de su Impuesto sobre la Renta a la Iglesia ha caído de forma dramática. Las arcas de la Iglesia española no lo notan, porque el Estado compensa la diferencia hasta una cantidad fija, pero el aumento de la dependencia respecto del Presupuesto es algo que no gusta a nadie, ni en la jerarquía ni en las bases. El otro capítulo importante de ingresos, la colecta en las parroquias, parece haberse resentido más por el ‘efecto euro’, matiza Josu Rekakoetxea, ecónomo del Obispado de Bilbao, que por esos escándalos, que parecen tener tan poca influencia en el cepillo como, en sentido contrario, la valiente crítica del Papa a la guerra en Irak.

   En un aspecto menos tangible, la influencia, las cosas también van a cambiar. «Caminamos hacia otro cristianismo, porque la caída del número de practicantes va a ir a más», vaticina José María Mardones, investigador del área de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y autor del libro ‘La indiferencia re- ligiosa en España: ¿qué futuro tiene el cristianismo?’ Mardones y Aguirre coinciden en su previsión: lo que el primero llama ‘cristianismo de cristiandad’ «se cae a pedazos», dice. El resultado, comenta, será un «cristianismo en minoría, con una relevancia cultural menor». Y para llegar hasta esa situación, que se ha dado muchas veces en la historia, «la Iglesia debe hacer una transición inteligente, y no vivirlo como un desgarro. El gran error sería creer que esto es una crisis pasajera», advierte Aguirre.

   Entre la jerarquía eclesial hay preocupación por el futuro, aunque es mayor cuanto más alejado se está de la cúpula, según ha comprobado este periódico. Para Víctor Cortizo, por ejemplo, «la práctica religiosa se está ajustando. Ahora, la gente, si no lo siente, no va a misa. Y en cuanto a los jóvenes, tenemos menos, pero de mayores convicciones. Optamos más por la calidad que por la cantidad, así que no hay sensación de derrotismo. Somos una masa fuerte y coherente», subraya.

   Cortizo apela a algunos datos para avalar su tesis de que la situación no es mala ni tiene por qué serla en el futuro. «La mejor prueba de que la Iglesia mantiene su influencia es que cada vez que publica algún texto obtiene una gran atención por parte de todos los medios», dice. Y en cuanto a su importancia numérica, recuerda que la visita del Papa a España, el pasado año, sirvió para atraer a actos multitudinarios a muchos jóvenes hasta entonces indiferentes en lo tocante a la religión.

   Sin embargo, no hay unanimidad sobre el valor de las muchedumbres a la hora de medir la influencia que todavía tiene la Iglesia. Elzo ya ha destacado cómo crece el número de asistentes a ciertos oficios religiosos. «Hay un ‘revival’ de marchas, cofradías y grandes concentraciones», explica. Pero éste es un fenómeno más bien superficial a juicio de Rafael Aguirre, para quien «una estrategia pastoral basada en movilizaciones masivas puede deslumbrar y ocultar la realidad». La solución parece estar más abajo, en las bases. Por el contrario, asegura Urrutia, «este Papa, su pastoral, han sido más espectaculares, más de lavado de cara, pero sin traducción en la vida cotidiana, en las comunidades, y es ahí donde debe estar el cambio». Un cambio que, a juicio de la mayor parte de los especialistas, debe conducir a una nueva etapa del cristianismo.

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