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El cielo no es eterno

SI el cielo fuera eterno, se sabría, porque las descripciones que se vienen dando por aquí abajo hablan de constantes cambios de hábitos y decorado. Aunque la verdad es que nadie ha vuelto del más allá para explicar cómo se vive por allí. Tampoco sabemos si en el cielo se celebran tantas fiestas como en la tierra, donde, después de lo que ha disfrutado todo el mundo viendo desangrase a un torturado, nos espera el gozo de la Feria de Sevilla, del Rocío, del Corpus. El cielo, como el infierno, cambia de aspecto con la misma facilidad con que lo hace el apartamento de una pareja que ha decidido darse otra oportunidad y comienzan por renovar todo en Ikea. El Olimpo era más bien cosa de hombres que se pasaban todo el día organizando barbacoas y disfrazándose para ligar. El cielo del poder, hoy, sigue con alguna de estas prácticas: Obama y Cameron, siempre que se juntan tienen que asar unas chuletas.

A los dioses griegos no les resultaba fácil amar a las mortales y para acercarse a ellas se tenían que disfrazar de toro, de cisne o de lluvia de oro. Los cielos suelen estar en lo alto, con buenas vistas y poca contaminación. Los ídolos a los que a veces se entregaban los israelitas, tenían sus templos en las colinas, cerca de las alturas. El infierno en la Edad Media, según Dante, era una nevera y no un horno, en el fondo de todo, donde estaban los insonribles, hacía un frío que pelaba. Hay religiones que han inventado cielos varoniles muy parecidos a los harenes turcos, con muchas chicas jóvenes y guapas, que te entretenían, si lograbas ser admitido en un club tan exclusivo, durante toda la eternidad. No sé de qué ventajas disfrutaban las muchachas en este cielo para hombres. Aunque no creo que tener que estar toda la eternidad relacionándote con tanta gente resulte placentero.

Aquí en la tierra, y esto sí se puede comprobar, hay muchas personas que viven solas porque no pueden soportar a nadie o porque no hay nadie que las aguante a ellas. Te pueden tocar, en el reparto, según tus méritos, 1200 huríes y vas a tener que hablar todos los días con ellas y ayudarlas a descifrar los resultados de la analítica de sus padres, porque a las huríes, como a todo el mundo, les gusta que te intereses por los hemogramas y por las ecografías de su gente. El cielo menos atractivo es el que inventó el siglo XIX, un cielo familiar, de mesa camilla y brasero, en el que te pasabas toda la eternidad jugando al cinquillo y removiendo el cisco para verles las piernas a tus primas. Hoy el cielo es menos aburrido. Puedes llevarte tu tablet y un follón de gigas.

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