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«El catolicismo es la religión más atacada, mucho más que el islam», dice el pensador Henri Lévy

Entrevista a Henri Lévy

Es la referencia intelectual de la llamada nueva izquierda. Polémico, libre, independiente… muchas veces políticamente incorrecto.

Nacido en 1948 en Béni-Saf, en Argelia, cerca de Orán, Bernard-Henri Lévy, perteneciente a los denominados «nouveaux philosophes», agitador de ideas y defensor vehemente de la dignidad del ser humano, se ha embarcado en múltiples batallas, desde las guerras olvidadas (que dieron título a una de sus grandes obras), a combatir el racismo o a apoyar a los demócratas disidentes en dictaduras como la iraní.

Su padre combatió en la Guerra Civil española antes de enrolarse en las Fuerzas de Liberación del país vecino. Lévy, conocido en Francia por sus siglas BHL, siempre está en el centro de la polémica, en parte debido a su omnipresencia en los medios de comunicación galos. Es Judío y ateo, e izquierdista confeso.

—No hace mucho usted promovió y firmó el manifiesto «Touche pas à ma nation» (No toques mi nación) contra Sarkozy. ¿Por qué?
—Tomé esta iniciativa porque amo mi país, Francia, donde hay un modelo de nación original, cuya originalidad es el rechazo total de pensar la ciudadanía con respecto a los orígenes: un ius solisabsoluto, la apertura al otro, la acogida de los extranjeros… Creo que Sarkozy está poniendo en peligro este modelo de integración. No soy nacionalista, no me gusta la nación como tal. Pero estamos obligados a tener naciones y el modelo francés es un buen modelo. También el español. Esta historia a propósito de los gitanos rumanos, o de la pérdida de nacionalidad, son golpes durísimos contra nuestro modelo nacional. Así pues, el mensaje que le lanzo a Sarkozy es «no toques mi nación» porque la está destruyendo.

—En este sentido, usted comparte las críticas de la CE contra Sarkozy.
—Por supuesto. Hay una frase desafortunada que incitaba a pensar en similitudes con lo que pasó durante la II Guerra Mundial , de Viviane Reding. Pero en el fondo, la llamada al orden está totalmente justificada.

—Usted es amigo de Sarkozy, tanto como lo fue de François Mitterrand. ¿En qué ha cambiado Francia entre ambas presidencias?
—Es difícil de decir. La idea que Mitterrand tenía de la función presidencial era opuesta a la que tiene Sarkozy. Uno de sus errores, y es un error profundo porque creo que es además su convicción, es trivializar la función presidencial, bajar al presidente de su pedestal… la idea de que el presidente tiene que ser un «personaje familiar». España tiene un modelo político interesante con un Rey que no gobierna pero que tiene una función simbólica importante. Esta función simbólica o bien la encarna un sólo hombre, como es el caso español, o bien, como dice Ernst Kantorowicz, en «Los dos cuerpos del Rey», hay rey y gobierno en una misma persona. Es algo que Mitterrand comprendía muy bien. Y De Gaulle.

—El Papa Benedicto XVI hizo escuchar su voz sobre la expulsión de los gitanos y se le ha criticado por ello. «La voz del papa es extremadamente importante»
—La voz del papa es extremadamente importante. Y somos muy injustos con este papa. Yo no soy católico, pero creo que hay prejuicios. Sobre todo un anticatolicismo primario que está tomando proporciones enormes en Europa. En Francia se habla mucho de las violaciones de los cementarios judíos y musulmanes, pero nadie sabe que las tumbas de los católicos también son profanadas habitualmente. Hay una especie de anticlericalismo en Francia que no es sano en absoluto. Tenemos derecho a criticar las religiones, pero la religión más atacada hoy en día es la religión católica.

—¿Más que el islam?
—Mucho más. Los musulmanes, en el terreno intelectual, se defienden. Los católicos, mucho menos.

—En España ha habido una importante controversia con relación a una discoteca denominada «La Meca» cuya estética simula la de una mezquita. Los propietarios van a cambiar el nombre debido a la reacción de los yihadistas, que han llamado a la lucha. ¿Cómo valora esta decisión?
—Es una derrota. Es fácil de decir siendo francés y no siendo propietario de la discoteca, lo admito, pero no es una victoria del coraje ni del espíritu de resistencia, es un triunfo del fanatismo y de la estupidez.

—¿Está a favor de la construcción de la mezquita junto a la Zona Cero de Manhattan?
—Totalmente. Por dos razones: la primera, porque Estados Unidos es eso. El fundamento de Norteamérica, la razón por la cual ha sido inventadaes la libertad de culto y de construir templos. La segunda es que, contrariamente a lo que piensan muchos estadounidenses, ese centro cultural y religioso está a dos manzanas de la Zona Cero. Construirla es una derrota del yihadismo y no una victoria.

—¿Qué opina sobre la amenaza que algunos fanáticos hicieron de quemar ejemplares del Corán?
—Es monstruoso. Sólo los fascistas queman libros. Jamás se debe quemar un libro, sea el que sea. Menos aún cuando se trata de un libro con una trascendencia como la del Corán o la del Antiguo y Nuevo Testamento. Cuando los musulmanes quemaban en Londres el libro de Salman Rushdie, yo fui de los primeros en protestar. Cuando algunos cristianos queman el Corán, hago exactamente lo mismo.

—El burka acaba de ser prohibido en Francia. Es una ley que concierne a menos de 2.000 personas (de 64 millones de habitantes) que será difícil de aplicar. ¿Cree usted que era indispensable y proporcionada? «Sólo los fascistas queman libros. Jamás se debe quemar un libro, sea el que sea»
—Es justa. La ley nunca es fácil de aplicar. Siempre es difícil arrestar a un conductor por exceso de velocidad o a un ladrón. El burka contradice un principio republicano fundamental, el de la igualdad de sexos, así como el principio del reconocimiento del otro. No hay democracia si no puedes ver el rostro del otro. Hay muchas cosas que se prohíben aunque afecten a menos de 2.000 personas y están ahí. Una ley está proporcionada con la calidad del delito, no con la cantidad de delicuentes. El burka es contrario al espíritu de la democracia.

—Usted ha iniciado una campaña para salvar a la iraní Sakineh, condenada a lapidación por adulterio. ¿Está verdaderamente a nuestro alcance el salvarla?
—Perfectamente a nuestro alcance. Al contrario de lo que repiten constantemente los cretinos, no es verdad que las opiniones no pueden hacer recular a las dictaduras. ¿Los iraníes nos escuchan? ¡Claro que nos escuchan! (exclama en castellano). Pasó con el incendio del Reichstag, Hitler reculó. Stalin reculó gracias a la campaña de Víctor Serge. Las dictaduras rectifican cuando hay resistencia. Por una razón muy simple: son regímenes de guerra. Quien dice guerra, dice estrategia, dice relación de fuerzas, adaptación.

—En Afganistán, ¿hay guerra o no hay guerra? La opinión pública está divida sobre esta cuestión.
—Hay una guerra. Hay tropas, hay enfrentamientos militares… es sobre todo una guerra entre las dos concepciones del islam. El concepto de «choque de civilizaciones» es espantoso, pero en el interior del islam se puede aplicar a la guerra entre el islam de las luces y el islam de la sombra.

—¿Hay que mantener las tropas?
—Desde luego.

—Habitualmente se le define como un provocador. ¿Está de acuerdo con este calificativo?
—No, en absoluto. No tiene ningún interés ser un provocador. Yo soy alguien que intenta decir la verdad, y de hacer avanzar la justicia y el derecho. A veces la verdad es tan inaudible que sólo puede ser dicha a través de la provocación. Pero nunca he tenido el sentimiento de provocar.

—¿Y cómo se definiría?
—Evito definirme. Définir, c’est finir(«Definir es acabarse»).

—Hace unos días, en una entrevista para «Le Monde», el sociólogo italiano Raffaele Simone afirmaba que la izquierda lo ha perdido todo porque no ha medido en qué punto el individualismo y la juventud son importantes a día de hoy. ¿Comparte esta percepción?
—Leí esa entrevista y no me fascinó. Creo que la izquierda es muy débil en Europa en este momento, pero no por esas razones. La izquierda no ha sabido hacer su revolución ideológica, sigue siendo prisionera de ideologías pasadas… como el socialismo. Mientras la izquierda se siga diciendo socialista, como es el caso en Francia y en España, seguirá agonizando. El socialismo acabó en 1968.

—¿Es posible una nueva izquierda?
—Es posible y deseable. Hay que repensarla. Yo estoy por el individualismo y por la libertad. Y también por la igualdad. Pero en la actualidad, la izquierda está por la igualdad pero no por la libertad. Es un error. Una buena definición de izquierda son las tres divisas de la República francesa: «libertad, igualdad y fraternidad». Una izquierda auténtica será un movimiento que sepa aunar ambas, libertad e igualdad. Y eso lo que intento hacer con mis trabajos.

—¿Qué consejo le daría a una izquierda que, como la española, se enfrenta a un paro de casi el 20% y que está realizando importantes recortes sociales? —A la izquierda española, y también a la europea en general, yo le daría el consejo de ser menos indulgentes con China. Todo el mundo se agacha ante el modelo económico y social chino, sin hacer la más mínima crítica. Si fuésemos más valientes con China, quizás sería una de las claves, sólo una, que permitiría un día parar la máquina que produce el paro.

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