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El cardenal del Culto Divino y su capa

Su Eminencia el cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos –cargo equiparable al de ministro del Gobierno del Vaticano-, ha manifestado su firme voluntad de que las misas vuelvan a celebrarse de espaldas a los fieles, utilizando el latín como lengua vehicular y, durante la comunión, con la sagrada forma depositada en la boca por el sacerdote, sin ser tocada por los dedos –se supone que pecadores- de los feligreses.

Cree el hasta hace poco arzobispo de Toledo –y, por ende, ex primado de España- que debe volverse al pasado, respecto a la Eucaristía, porque le parece que vivimos en tiempos de excesos y de falta creciente del respeto debido al cuerpo y sangre de Nuestro Señor Jesucristo. El Papa Benedicto XVI ya se había mostrado en alguna que otra ocasión favorable a este inquietante retorno a épocas pretéritas.

Relaciones fluidas
Las relaciones entre Josep Ratzinger y Cañizares son fluidas, cordiales, básicamente coincidentes y vienen de lejos. En 1980 Juan Pablo II designó a Ratzinger prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Fue cancerbero de la ortodoxia hasta que el Espíritu Santo -, tras la muerte del pontífice polaco- decidió que el Cónclave lo convirtiera en Papa. Es decir, en el representante de Jesucristo en la Tierra.

A escala española
En 1985 y hasta 1992, Cañizares desempeñó, a escala española, la misma tarea que Ratzinger. Dirigió el Secretariado de la Conferencia Episcopal Española para la Doctrina de la Fe. Más tarde actuó como miembro de la Comisión para la Doctrina de la Fe. Estas circunstancias los llevaron a uno y otro a mantener numerosos contactos. Los dos eran importantes jefes del Tribunal del Santo Oficio o Santa Inquisición, versión ni sangrienta ni de hogueras. El ascenso de Ratzinger a la silla de Pedro ha significado otro ascenso -también relevante- para el ex cardenal de Toledo.

Frágil portezuela
Observamos un poderoso intento de liquidar, de una vez por todas, el Concilio Vaticano II, frágil portezuela a través de la cual el buen Papa Roncalli pretendió sin éxito -sólo muy parcialmente-, transformar la actual Iglesia –controlada por una jerarquía farisaica y conservadora- en una Iglesia humanizada. Y vertebrada con valores evangélicos compartibles con los derechos humanos, con la libertad de conciencia y de pensamiento y, sobre todo, ahora y aquí, con políticas sociales, destinadas a erradicar el hambre y la miseria en el mundo.

Pilares en ruinas
Quieren cargarse los pilares que aún quedan, aunque maltrechos y más bien en ruinas, del proyecto conciliar, ya entonces, en los años sesenta, boicoteado desde los sectores más reaccionarios –que son los hegemónicos- de la Iglesia católica. Quieren cepillarse símbolos como el de las misas desarrolladas de cara a los presentes o como el del uso de las lenguas de cada comunidad o país. Idolatran las normas, los preceptos y la disciplina férrea. Todo ello, impulsado de arriba abajo. El absolutismo continúa siendo el eje del poder en la religión católica.

Ceremonias ultramontanas
Cañizares exhibe, en ceremonias ultramontanas, una capa roja, inacabable, propia de las fiestas de carnaval o del siglo XVI, que le da más fulgor a su rango, pero que lo deja desnudo ante la opinión pública, creyentes incluidos. Hoy, en El Plural, hemos rescatado esa capa que le confirma su integrismo sin fisuras y su afán por la mano dura en cuanto a misas y lenguas. De cuando en cuando, Su Eminencia el de la capa se dedica a la provocación.

Aborto y pederastia
¿Habrá que rescatar sus enfermizas obsesiones sobre la unidad de España, como si fuera pecado pensar lo contrario? ¿Habrá que subrayarle su actitud de connivencia con el PP y de hostilidad, más o menos sigilosa, con el Gobierno Zapatero? ¿Habrá que recordarle su patética y reciente comparación entre el aborto y la pederastia, practicada por bastantes miembros del clero?

Tupido velo
¿Habrá que recordarle a Benedicto XVI sus estremecedoras palabras, pronunciadas en África, insistiendo que el sida no se combate con los condones? ¿Alguien puede creer que este anciano alemán, acerca de cuya juventud de acento hitleriano más vale correr un tupido velo, representa en verdad a Jesucristo? Jesucristo no aspiraba a ser el jefe de ningún Estado y se rodeó de pescadores misérrimos. Los soldados romanos, después de ejecutarlo en la cruz, se repartieron su túnica. No su capa. Nunca Cristo llevó una capa delirante como la de Cañizares.

Enric Sopena es director de El Plural

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