En este artículo nos vamos a centrar en la circular de José María Pemán, a la sazón presidente de la Comisión de Cultura y Enseñanza, escrita el 7 de diciembre de 1936.
La depuración de los maestros y maestras por parte del franquismo no comenzó al terminar la contienda, sino que ya desde 1936 se puso en marcha en los territorios donde habían triunfado los rebeldes o que se iban conquistando. El inicio del proceso se da con un Decreto de 8 de noviembre de 1936. En dicha disposición se aludía a que el magisterio había estado dominado durante décadas por ideologías e instituciones disolventes en contra del «genio y la tradición nacional», por lo que se hacía preciso llevar una profunda revisión de todo el personal dedicado a la instrucción pública, extirpando las falsas doctrinas y de raíz.
Pues bien, en este artículo nos vamos a centrar en la circular de José María Pemán, a la sazón presidente de la Comisión de Cultura y Enseñanza, escrita el 7 de diciembre de 1936, y enviada a los vocales de las Comisiones Depuradoras de Instrucción Pública. Por ella podremos conocer el carácter de la depuración:
«El carácter de la depuración que hoy se persigue no es sólo punitivo, sino también preventivo. Es preciso garantizar a los españoles, que con las armas en la mano y sin regateo de sacrificio y sangre salvan la causa de la civilización, que no se volverá a tolerar, ni menos a proteger y subvencionar a los envenenadores del alma popular, primeros y mayores responsables de todos los crímenes y destrucciones que sobrecogen al mundo y que han sembrado de duelo la mayoría de los hogares de España (…). Si todos cuantos forman parte de la Comisiones depuradoras se compenetran de esta manera de pensar y la transmiten en patriótico contagio a aquellos que han de coadyuvar a su labor en sus informes, es cosa segurísima que antes de mucho, en esta España que hoy contemplamos destruida, empobrecida y enlutada, una vez restaurado su genio y tradición nacional, veremos amanecer en alborada jubilosa, un nuevo siglo de oro para la gloria de la Cristiandad, de la civilización y de España».
Así pues, se aseguraba a los verdaderos patriotas, es decir, a los que luchaban por la causa de la civilización, la Cristiandad y España, que no se iba a tolerar, que hubiera personas que envenenaran al pueblo. Los maestros a depurar serían, nada más y nada menos, que los responsables de los crímenes del mundo y de los específicos españoles. Si esta idea penetraba en todos los depuradores la verdadera España, la del «genio y tradición nacional» resurgiría.