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El anciano políglota

Si España no va a Dios, Dios irá a España. Y como el representante terreno de Dios es alemán, ha decidido venir en agosto, como todos sus compatriotas.

Viene, eso sí, financiado por un nutrido grupo de patrocinadores entre los que se encuentran los muy cristianos El Corte Inglés, Movistar y Banco Santander, cuyas juntas de accionistas ya se han garantizado, con el gesto, el Reino de los Cielos.

No me malinterpretes. Defiendo la libertad de creer cualquier superchería. Hay quien consume homeopatía, quien busca reducir las cartucheras con Somatoline, quien acude a reiki, quien lleva Power Balance y quien reza a nuestro señor Jesucristo (yo mismo hice esto último en mi infancia). El placebo es de libre uso, y no veo motivo para que los católicos no se metan un buen chute de autoestima supersticiosa coreando totus tuus (o lo que coreen ahora) en el centro de Madrid.

Ocurre que la pasta de los patrocinadores no es suficiente, mira tú, porque mover al vicario de Cristo es caro de cojones. Ni siquiera con la contribución de Ford y SGAE -muy cristianos también- alcanza para transportar al pastor de pastores, su coche de diseño exclusivo y su faraónico séquito. De modo, damas y caballeros, que hay que apoquinar.

Dicen los organizadores de la Jornada Mundial de la Juventud que el evento saldrá rentable porque va a generar un cuantioso retorno. Y probablemente estén en lo cierto. Jesucristo tiene más groupies que Harry Potter, muchos de ellos dispuestos a mover su inmaculado culo allende fronteras para ver al Santo Padre en acción.

La próxima semana las cadenas de televisión vomitarán toneladas de imágenes donde personas procedentes de todo el mundo ensalzan las virtudes del autor de reflexiones como "la homosexualidad es un desorden objetivo". El mismo tipo que afirmó que los condones agravan el problema del SIDA en África. Un tipo que ha llegado a comparar el ateísmo con el nazismo, un personaje con unas ideas que, de no llevar ese extravagante traje blanco, sería calificado de fanático, imbécil o algo peor que, por respeto al lector católico, dejo en elipsis.

Con la visita de un anciano alemán políglota y malcarado, Madrid se llenará de personas racionales comportándose con irracionalidad, místicamente arrebatados por la superstición que han mamado desde niños. Me parece estupendo. Cada uno se engaña como quiere. Pero el Estado no paga mi placebo. Que no pague, por tanto, el de los católicos. Por muchos que sean.

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