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¿El Amor de la Iglesia?

Paseando esta semana por una céntrica calle de Vigo (Pontevedra) me encontré con el cartel de la foto. Su contenido atrapó durante unos instantes mi atención y no pude evitar perderme en las reflexiones a las que me invitaba. Pero pronto mis acompañantes, que ya se habían distanciado notablemente, me sacaron de ellas y reclamaron mi atención y mi presencia. Aun me permití un último minuto para obtener la imagen que acompaña a este texto. Luego ya con más tiempo en la tranquilidad de mi despacho pude plasmar las reflexiones a las que me “invitó” el mencionado cartel. Sin duda, irreflexivo e inapropiado, se mire por donde se mire. Y de cierto que hay mucho que mirar en él.

Creo que lo que más me desconcertó es la incoherente proclama de miedo que se expresa a través de ese cartel. Si ese amor es indestructible ¿por qué preocuparse?. Ese Amor, con mayúsculas, al que hacen referencia debería llenar sus corazones de confianza, de comprensión, de sosiego, de reconciliación, pero nunca de miedo. El miedo es contrario al amor. ¿Qué sentido tiene hablar de amor en un mensaje de miedo?. Está claro que el Amor para esta congregación no es más que un concepto, un adjetivo que todavía no comprenden.

Cuando tenemos miedo a lo nuevo, a otras formas de expresión, a otras formas de vida, a otras formas de sentir, o a otras formas de ser, defendemos a capa y espada las propias; nos radicalizamos, nos “fundamentalizamos”, y todo por que en nuestra mente se ha creado una imagen de miedo hacia lo que puede llegar a ser. Pero lo que puede llegar a ser nada tiene que ver con lo que es, y lo que es solo se puede definir adecuadamente a través de la experiencia. A eso se le llama sabiduría. Desgraciadamente las normas de la Iglesia impiden a los suyos experimentar sobre lo que predican (sexo, matrimonio, amor…) y ciertamente parecen demasiado ocupados en temas tales como la política, el poder, el dinero o la institución misma como para ocuparse en ser sabios.

El odio al que hacen alusión también me invita a la reflexión. No lo definen, no lo concretan, simplemente lo exponen sin llegar a saber cual es su origen o naturaleza. Evidentemente busca despertar el sentimiento de culpa en el lector, sin duda una fea y maliciosa costumbre. El sentimiento de culpa nos incapacita para percibir todos los buenos sentimientos que la Iglesia pretende sembrar en nosotros: la felicidad, la alegría, la compasión, el amor… Una malvada contradicción que debería ser extirpada definitivamente de su seno. Pero la culpa dirigida al otro, y esto debe tenerlo bien en cuenta la Santa Madre Iglesia, nos llena de vanidad y soberbia, y nos exime de la natural responsabilidad que tenemos sobre nuestros actos y sentimientos.

Aludir al laicismo en ese texto es una cuestión ya más personal. Pareciera que ya tengan causa; tienen al criminal (el laicismo) y tienen el móvil (el odio), la victima queda bien de manifiesto: el Amor de la Iglesia. Pero desgraciadamente el juez no será Dios, sino esta congregación. Lo que verdaderamente ocurre aquí es que la Iglesia ha descubierto que existe un movimiento -que crece exponencialmente- que busca una vida basada en la no-confesionalidad y con él han descubierto su nuevo enemigo, su nueva cruzada. Así funcionó la inquisición, y así funciona; lo que va en contra de la fe, de las creencias, o de la forma de vida, es mejor quemarlo en la hoguera, hacer desaparecer todo aquello que es distinto a lo que la Iglesia, por inspiración divina, ha establecido. Sentirse autorizado por esa inspiración es justificación suficiente para el odio y la venganza en los ignorantes. En verdad os digo que habéis equivocado de enemigo, no está fuera sino dentro. Más digno sería preocuparse por erradicar de vuestra forma de vida la lujuria y la pederastia, la mentira y la manipulación, el poder y el dinero, la ignorancia y la injustificable tradición.

Pero sin duda lo más llamativo para mi es el error fundamental que estas misioneras cometen al confundir la institución con lo que la misma representa. El amor es un sentimiento innato a la naturaleza humana pero no a sus instituciones por mucho que estas pretendan representarlo. Mucho le cuesta al hombre realizar el amor, cuanto más a sus instituciones. Así que, hablar del amor de Dios o del amor del hombre hubiese pasado desapercibido, pero hablar del amor de la Iglesia es una contradicción que la historia se ha encargado de demostrar y mucho más ahora con la que está cayendo. Un acto de vanidad más es el hecho de escribirlo con mayúsculas, pretendiendo así una diferencia con el amor profano; el amor de los hombres, probablemente la fuente de amor mas cierta, al menos la que más nos hace sentir. Pero esto ya es una cuestión de creencias…

Recordar a la Iglesia sus muchos errores y la vanidad con la que actúa tan alegremente no es un reproche, que no se me interprete mal. Que los demás nos hagan de espejo de esa parte de nosotros que no vemos, nos permite hacernos consciente de nuestras sombras y crecer como personas. A eso se le llama evolución. Ahora, de la Iglesia depende el escuchar, yo lo hago con mis amigos y créanme, es muy reconfortante. Además era de justicia; si las Misioneras del Silencio se sienten con justificación suficiente para “hablar” en la calle, cuanto más yo.

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