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El alma independentista de la Iglesia catalana

Los niños de la escolanía de Montserrat empiezan a cantar el himno de la patrona, y toda la basílica se pone en pie: “Iluminad la catalana tierra/ guiadnos hacia el Cielo”. El padre Hilari Raguer, 89 años, susurra: “Este era el himno catalán cuando no se podía el otro”. A la salida del templo, señala la lápida de monjes notables en mil años de historia y se leen los 23 fusilados en la Guerra Civil. “Yo discuto la condición de mártir, sostengo que no les mataron por su fe, sino porque se les identificaba con una ideología”, explica Raguer, historiador y figura muy respetada en Cataluña. En otra sala tuvo lugar el encierro de intelectuales contra el proceso de Burgos en 1970. Luego aquí nació Convergència. A la hora de comer, el monje recuerda en el refectorio que allí se reunieron las Cortes de la República en 1938. Mientras unos cuarenta monjes comen en silencio, spaghetti y sepia con ensalada, otro lee en catalán. Al principio el Evangelio, luego pasa a relatar la historia de las autopistas de peaje en Cataluña.

La historia pasa por Montserrat desde hace mil años y la abadía, símbolo de la Iglesia catalana y mucho más, de identidad nacional, se alza en el paisaje como un oráculo. Por cierto, son benedictinos, como los del Valle de los Caídos. Ahora también han hecho oír su voz. El domingo, el monje Sergi d’Assís, de 42 años, de los más jóvenes, dijo en la homilía: “Hemos de decir ‘no’ a la represión y ‘sí’ a la libertad y al respeto de los derechos más fundamentales”. Las opinones de Hilari Raguer no son un secreto en Cataluña. Uno de sus libros es Ser independentista no es ningún pecado (2012): “Llevamos 300 años de represión, y con el síndrome del perro apaleado, sin revolvernos y contentos con cualquier cosa, la novedad es que hemos perdido el miedo”. Añade: “Estos días me recuerdan el tardofranquismo, porque la dictadura al final ya no era de metralleta, era de porra”. Raguer fue detenido en 1951 en la huelga de tranvías, con 22 años, y pasó siete meses y medio en la cárcel. El domingo espera que les pongan un autobús para bajar a votar a los que lo deseen.

La Iglesia catalana, protagonista en el franquismo y la Transición como refugio de aspiraciones y libertades, se ha subido ahora al debate como a una cita con la historia a la que no puede faltar. Su influencia ya es mucho menor: Cataluña es la comunidad donde menos gente se declara creyente; su predicamento es nulo en la CUP y los votantes más jóvenes; y en el Gobierno solo hay un practicante, Oriol Junqueras. Pero sigue teniendo un halo de autoridad moral. “El nacionalismo vasco es étnico, el nuestro es cultural, centrado en la lengua”, apunta Raguer, y la Iglesia ha tenido un papel decisivo en la difusión del catalán. También porque siempre ha movido un sector disidente de la jerarquía. La semana pasada más de 400 sacerdotes -un cuarto del total- firmaron un manifiesto para que “fueran escuchadas las legítimas aspiraciones del pueblo catalán”.

El coordinador de esta iniciativa es el párroco de Calella, Cinto Busquet: “Como sacerdotes no tenemos ideología, pero nos hemos sentido moralmente obligados por la represión y propaganda del Estado”. En cuanto al referéndum, cree que “el Govern no tenía más remedio”. Admite que hay un riesgo de división entre los fieles, porque “es un asunto muy visceral”, pero considera “evidente que en Cataluña hay una mayoría que nos sentimos catalanes, aunque esto no quiere decir que deba haber una fractura”. “Estamos muy tranquilos de que lo que hacemos es evangélico”, concluye.

Este documento es un nuevo punto de enlace con una línea histórica, dentro de la capacidad de estos días para hacer revivir el pasado, tanto en quienes lo vivieron como en los que no, pero que a su vez desean vivirlo para sumarse a esa tradición. Más de 400 curas se solidarizaron con el abad de Montserrat Aurelio Escarré, al exiliarse tras su entrevista a Le Monde en 1963 en la que denunciaba el régimen de Franco. O los 150 curas apaleados en una manifestación en Barcelona en 1966 por las torturas a un estudiante. Ese año también surgió la campaña “Volem bisbes catalans” (Queremos obispos catalanes) ante el nombramiento como arzobispo de Barcelona del vallisoletano Marcelo González. A partir de entonces, el Vaticano emprendió una línea más astuta: nombrar obispos que hablaran catalán pero no fueran catalanes, de Valencia o Baleares. En 1966 también fue la Capuchinada, el encierro estudiantil en el convento de la orden en Sarriá que acabó con la irrupción de la policía. “Aquel comisario era un monstruo”, recuerda Joan Botam, 91 años, que entonces tenía 36 y negoció con él como superior del monasterio. Botam, que habla cinco idiomas, es un experto reconocido en diálogo interreligioso, en reconciliar opuestos, pero es independentista: “Es que yo defiendo la independencia de cada individuo, la convivencia de tú a tú, no de superior a súbdito, y eso que he sido superior 15 años”. Nacido en un pequeño pueblo, no oyó hablar castellano hasta la Guerra Civil, cuando llegaron los soldados republicanos. Opina que el trato a la lengua es la raíz del mayor sentido de ofensa entre los catalanes. Cree que “el Episcopado huele a sistema, en vez de oler a oveja”.

La Iglesia también fue decisiva en la primera reunión de la Asamblea de Cataluña, el organismo que aglutinó a la oposición antifranquista, el 7 de noviembre de 1971. Se celebró en la iglesia de San Agustín, en el barrio antiguo. Asistieron 300 personas. Joan Vallvé, 76 años, entonces militante democristiano, fue uno de ellos: “Íbamos yendo a la misa, la gente se iba quedando y al acabar la última el cura cerró con ellos dentro. Las reuniones preparatorias también se habían realizado en escuelas religiosas, que cedían sus instalaciones”. En la siguiente, meses más tarde, en María Mediadora de Todas las Gracias, irrumpió la Policía. “Estuve tres días en jefatura, incomunicado, y dos en la Modelo”, recuerda. Luego fue conseller de CiU con Jordi Pujol y ahora es vicepresidente de Òmnium Cultural, una de las entidades que lidera el movimiento independentista.

La jerarquía episcopal se ha mantenido prudente en la cuestión del referéndum, aunque en mayo emitió una nota conjunta en la que rogaba escuchar “las legítimas aspiraciones del pueblo catalán, para que sea estimada y valorada su singularidad nacional”. La semana pasada redactó otra en el mismo tono. Pero ayer jueves el obispo de Solsona, Xavier Novell, el más cercano al movimiento independentista, se salió de la línea de distanciamiento y anunció que votará en el referéndum, que “la sociedad está defendiendo contra todos los ataques imaginables”. “Si este domingo hay urnas, yo iré a votar”, aseguró en su hoja semanal. Afirma que no es justo que a los catalanes se les niegue “el ejercicio de la autodeterminación”.”Todos sabéis que se trata de un derecho inalienable de toda nación; una gran mayoría social lo quiere ejercer; era el punto primero de los programas electorales de los partidos que ganaron las elecciones autonómicas”, argumenta. También destaca que muchos altos cargos “están arriesgando su libertad, carrera y patrimonio, para ofrecernos, por primera vez en la historia, la oportunidad de ejercerlo”.

UNA ESTELADA EN EL ALTAR EN UNA “PLEGARIA POR EL REFERÉNDUM”

El alma independentista de la Iglesia catalana

La céntrica iglesia de los capuchinos de Nuestra Señora de Pompeya, en la esquina de la avenida de la Diagonal con el paseo de Grácia de Barcelona, acogió la noche del jueves una “Plegaria por el referéndum del 1-O”, convocada por el movimiento Cristianos por la Independencia. “La plegaria es una de las contribuciones que los cristianos podemos dar al país. Nos coloca ante Dios con toda nuestra debilidad y nos devuelve la fuerza para participar en la creación de nuevas realidades”, decía la convocatoria. Asistieron unas 250 personas, con una media de edad muy alta. Se veían muchos cabellos blancos. Derivó enseguida en un acto político, o al menos en una confusa mezcla, entre lecturas del Evangelio, proclamas patrióticas y peticiones, entre otras cosas, “por las víctimas de la intolerancia del Estado español”. El momento culminante fue la ofrenda a la Virgen de una serie de símbolos que completaban la estelada: una senyera, como símbolo de la patria”, un triángulo azul “como símbolo del compromiso con la humanidad”, una estrella blanca “como símbolo de la libertad” y una papeleta del referéndum como símbolo del derecho a decidir “nuestro futuro colectivo”. Fueron depositadas en las escaleras del altar. A la salida había colocada una hucha para hacer donativos a los procesados que han recibido multas y se repartían papeletas para votar el domingo. También un manifiesto de la Sectorial Cristiana de la Asamblea Nacional de Cataluña (ANC) llamado “Seamos creadores de un futuro esperanzador” en el que, entre otras cosas, se invita a “animar a las personas del entorno” a participar en el referéndum.  La ceremonia terminó con el himno de Montserrat, y Els Segadors, entre gritos emocionados y algunos fieles con el puño en alto.

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