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El alma dividida del Islam español

Existe una guerra larvada entre musulmanes autóctonos y foráneos

Los musulmanes que viven y trabajan en España tienen el corazón dividido. Los seguidores de Mahoma, que forman una amalgama heterogénea en nuestro país, se escinden entre los que miran a la Meca haciendo una interpretación tradicional de Corán y los conversos, que apuestan por un islam «democrático y de raigambre europea».

   Los atentados del 11-M han colocado en el punto de mira a los musulmanes, confesión que representa el primer credo minoritario en España. En algo están de acuerdo unos y otros: el Gobierno del PP ha incumplido los acuerdos de 1992 entre el Estado y las confesiones de «notorio arraigo».
   Las comunidades musulmanes constituyen un abigarrado grupo de personas de procedencia muy diversa. La mayor parte de los fieles son inmigrantes, sobre todo marroquíes, aunque también hay estudiantes, refugiados políticos, hombres de negocios, diplomáticos y conversos o neomusulmanes.
   Por nacionalidades, aparte de los marroquíes, hay musulmanes paquistaníes, bangladesíes, senegaleses, gambianos y egipcios. Tal diversidad, como era de esperar, no ha cuajado nunca en una unidad cultural. Los islámicos provenientes de países no árabes procuran en estos días despegarse de marroquíes y otras nacionalidades implicadas que han saltados a las páginas de los periódicos a raíz de las bombas contra los trenes de cercanías de Madrid.
¿Cuántos creyentes?
Calcular el número de creyentes es el principal escollo con que el que se topa cualquiera que quiera conocer la realidad del islam en España. El elevado número de inmigrantes sin papeles hace sumamente difícil hacer un censo de musulmanes, aunque algunas estimaciones cifran el número de adeptos en 600.000. Unas 200 comunidades figuran inscritas en el Registro de Entidades Religiosas del Ministerio de Justicia, sin contar con un sinfín de asociaciones culturales y grupos sin ningún tipo de regulación jurídica que a los efectos funcionan como entidades religiosas.
   La gran mayoría de los musulmanes del solar nacional son suníes, mientras que una ínfima minoría son chiíes, que se distinguen de los primeros en que se dotan de una organización y jerarquía eclesiásticas. Entre los cerca de 25.000 españoles que se han convertido al islam, hay una fuerte ascendencia del sufismo, una doctrina preñada de un sentimiento místico y ascético.
   La gran paradoja del islam español es que mientras el grueso de los musulmanes está integrado por suníes malakítas de Marruecos, de talante moderado, la mayoría de las mezquitas son producto de los petrodólares aportados por Arabia Saudí, que se ha encargado de propagar por medio mundo la corriente del wahabismo, que hace una interpretación rigorista del Corán.
   Como ha advertido el presidente de la Asociación de Trabajadores Inmigrantes Marroquíes de España (ATIME), Mustafá M'Rabet, «algunas mezquitas pueden estar colaborando en la radicalización del Islam». «Aquí, para ser imán no hay más que dar la impresión de ser buena gente, ir aseado, vestir de blanco y saber un poco cómo se reza. Y poco más», argumenta M'Rabet, quien alerta del peligro de que cualquier ignorante sin formación académica instruya a incautos.

Iras de sus correligionarios
  
Con su propuesta de crear un Consejo Islámico, a semejanza del que existe en Francia, que controle el sinnúmero de comunidades musulmanas, ATIME se ha hecho acreedor de las iras de musulmanes conversos y foráneos. Riay Tatary, presidente del Unión de Comunidades Islámicas de España, arremete contra ATIME, asociación a la que tacha de entrometida. Según Tatary, con predicamento entre los árabes nacionalizados, «las comunidades islámicas no están adoctrinadas por ninguna corriente, ni por el wahabismo ni por algo semejante».
   A pesar del acuerdo en ese aspecto, entre los musulmanes autóctonos y los procedentes de otros países, que se agrupan en torno a Tatary, hay una guerra larvada. Para los conversos, Tatary encarna la idea de un islam tradicional, poco apegado a las costumbres españolas. Para los islámicos liderados por Tatary, los sufíes españoles han fracasado en su intento de asimilar al musulmán inmigrante.

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