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El aborto imposible de Aníbal Fernández

Hace pocos días el senador argentino Aníbal Fernández (un referente del kirchnerismo) dijo en una entrevista con el diario oficialista Tiempo Argentino que, tras la asunción de Jorge Bergoglio como Papa Francisco, “sacar el aborto ahora es imposible”, en referencia a los proyectos de ley largamente en danza, pero nunca tratados, para habilitar el derecho al aborto legal. (La consulta fue a causa del proyecto de reforma del Código Civil, que no incluye el tema del aborto pero sí otros a los que la Iglesia se opone y que los legisladores ignominiosamente ya han declinado pasar por alto.)

¿Qué quiso decir el senador Fernández?

¿Que el clima social ha cambiado tanto que sería políticamente un suicidio promover un proyecto de ley para legalizar el aborto? Esto no debería ser así, a menos que se transmita la idea de que el proyecto es un ataque del gobierno kirchnerista a la Iglesia y al papa. Tal cosa no sería extraña en principio; la táctica de jugarse por una medida divisiva, de forzar una confrontación para ganar iniciativa política y un lugar en la agenda, no es desconocida para ningún político exitoso y menos aún para el kirchnerismo. Pero la afabilidad de Cristina Fernández de Kirchner ante el papa, la alegría explícita de algunos de sus funcionarios y sobre todo la obvia constatación de que muchos kirchneristas están puerilmente felices por la elección de un papa argentino, hoy en día más popular que cualquier otro personaje público, hacen inviable esa posibilidad. A nadie le conviene ponerse contra el papa, en sí. Sería interesante ver qué ocurriría: si Francisco perdería su afabilidad ante un proyecto abortista y acusara directamente al kirchnerismo de hacer la obra del diablo, o bien si se limitaría a homilías graves y sonoras sobre la “defensa de la vida”.

¿Que los católicos están envalentonados y harían fracasar el proyecto? Quizá no sería un trámite fácil, es cierto, pero ningún proyecto de ese estilo lo sería. La posibilidad de una derrota legislativa no es agradable pero ni Aníbal Fernández ni ningún otro legislador comprometido debería resignarse a no presentar un proyecto por miedo a perder la votación. Por lo pronto, serviría para reconquistar los favores de la izquierda y los socialdemócratas hoy en parte interpretados por el diverso bloque del Frente Amplio Progresista. La experiencia de los socialistas, encabezados por el ex gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, sería útil: el gobierno de Santa Fe no ha tenido mayores choques con la feligresía católica ni con su jerarquía, y no obstante está a la vanguardia en el país en garantizar derechos sexuales y reproductivos a los que la Iglesia se opone. El kirchnerismo sabe tanto o más que el socialismo cómo lidiar, a base de ambigüedad y gestos amables, con temas que desagradan a los líderes católicos.

¿Que la asunción de Francisco ha reavivado la fe del pueblo y su respeto por la doctrina católica sobre el aborto? Absurdo. La mayoría de los argentinos son católicos de nombre o tienen una religiosidad “a la carta”, como puede comprobarse anecdóticamente con facilidad y como de hecho ya se ha comprobado rigurosamente. La mayoría de estos católicos nominales, si se les pregunta, dirán que están felices por la elección de Francisco, por el nuevo rumbo de la Iglesia que él le imprimirá, por la vuelta de cierta fe difusa, nebulosa, en un cristianismo de los pobres y los humildes… pero siguen creyendo que el aborto es permisible en algunas circunstancias, que las mujeres tienen derecho a regular su reproducción, que no es humano obligar a toda mujer embarazada a gestar y parir un hijo no deseado o morir intentándolo. La fe de Francisco, el político populista, no es la de Benedicto, el teólogo estricto. Francisco no va a alienar a sus fans argentinos echándoles en cara más de lo que pueden tolerar, y dichos fans tienen ya bien internalizado un mecanismo de filtro para ignorar las doctrinas con las que disienten. Si no fuera así las iglesias ya estarían vacías.

¿Qué habrá querido decir, entonces, el senador Fernández? Quizá nunca lo sabremos con seguridad. Lo que sí sabemos es que no podemos contar con él ni con ninguno de sus correligionarios para hacer lo que hay que hacer por los derechos de las mujeres.

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