1302 – El papa Bonifacio VIII emite la bula Unam Sanctam con la que pretende recortar el poder real de Felipe El Heermoso de Francia y subordinarlo al poder del papado. Con esta bula se pretende llevar hasta sus últimas consecuencias la doctrina de Inocencio IV, donde se exponía un sistema jerárquico con supremacía pontificia, en la misma línea que sus predecesores San -Gregorio VII e Inocencio III. Se afirmaba que:
«…existen dos gobiernos, el espiritual y el temporal, y ambos pertenecen a la Iglesia. El uno está en la mano del Papa y el otro en la mano de los reyes; pero los reyes no pueden hacer uso de él más que por la Iglesia, según la orden y con el permiso del Papa. Si el poder temporal se tuerce, debe ser enderezado por el poder espiritual (…) Así pues, declaramos, decimos, decidimos y pronunciamos que es de absoluta necesidad para salvarse, que toda criatura humana esté sometida al pontífice romano».
Como se lee, Bonifacio reconoce la autonomía de la esfera política (poder temporal), pero con una precisa limitación: dado que el hombre político es también cristiano, este se encuentra sujeto al poder espiritual del papa. Sin embargo, era la época del nacimiento de los Estados nacionales, que no se apoyaban ya en una relación de tipo feudal, sino sobre las relaciones de tipo mercantil y burgués. Así fue como se interpretó la bula, como una pretensión de tipo feudal de parte del Romano Pontífice. Así el rey francés no acata la doctrina papal y llega a acusarlo de herejía, manteniendo la supremacía del poder real frente al religioso.
El conflicto entre Bonifacio VIII y Felipe El Hermoso será uno de los momentos de mayor tensión en torno a la laicidad política durante la Edad Media. Aunque no puede decirse que esta polémica fuese propiamente laicidad, pues por una parte se trata de separar el poder político del religioso, pero por otra, el rey absoluto se atribuye la superior autoridad como un mandato divino.