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Disentir y aprender a disentir

Disentir, dice la Academia, es no ajustarse al sentir o parecer de alguien. Disiento de tu opinión. Pero disentir es también un derecho, un privilegio de la libertad. “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo” sentenció, lapidario, Voltaire, el radical.

En la normalidad democrática, disentir es un lugar común. Habitualmente ocurre en el marco del diálogo y el mutuo respeto. En el Parlamento británico, por ejemplo, es una suerte de divertimento, no de agravio. Para algunas mentes mordaces, disentir es un placer; otras, más ingeniosas, lo convierten en arte y gozan, por ello, de admiración y respeto de los demás.

Lo anterior viene a colación porque, al parecer, en el México libre y democrático que tenemos todavía hay quienes no han aprendido a disentir. El fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación respecto de los derechos matrimoniales y de adopción en parejas del mismo sexo suscitó, como era de esperarse, reacciones diversas propias de una sociedad plural. Se puede o no estar de acuerdo con la decisión de la Corte. En lo personal sí lo estoy: desde mi perspectiva, se trata de un asunto de igualdad de derechos. Acepto, sin embargo, que se puede disentir también del argumento.

En lugar de disentir, como era su derecho, el cardenal de Guadalajara lanzó agravios y acusaciones —sin mostrar pruebas— contra los ministros de la Suprema Corte y el jefe de Gobierno de la ciudad de México, creando un revuelo innecesario en un país al que le sobran problemas. Tan fácil como digno habría sido simplemente disentir, con la mayor energía si se quiere, pero también con el respeto que corresponde a su investidura eclesiástica. “Si amas solamente a los que te aman, ¿qué haces de especial?…” (Lucas 12,49). Ya sabemos además que de poco sirve aquello de mandar al diablo a las instituciones: el ángel caído por excelencia no parece estar interesado en ellas. A ver cómo se resuelve ahora el embrollo que ya llegó a los tribunales.

Aprender a disentir y aprender a vivir en un Estado laico, que en consecuencia emite leyes para todos los ciudadanos, sin distinción de credos o ideologías, es una tarea en la que debiéramos aplicarnos todos, sin excepción. Así sí contribuiríamos a la unidad nacional, con mejores ejemplos y menos exhortos que, con tanta frecuencia, se tornan en frases huecas.

Vivir en una sociedad laica significa que a nadie se le puede impedir practicar una religión, del mismo modo en que tampoco se le puede imponer alguna. El Estado laico es el que nos protege de los fundamentalismos y permite que se legisle sobre temas tales como: la igualdad de género, el divorcio, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la interrupción del embarazo en ciertas circunstancias y la muerte con dignidad, por mencionar algunos que son ciertamente controvertidos, pero que precisamente por ello exigen de la sociedad mejores criterios, legalmente definidos, sustentados en una ética laica que a nadie impida actuar conforme a su conciencia. El artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice a la letra: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”. Quién si no el Estado laico para garantizar tales derechos.

Laicismo, democracia y derecho a disentir van de la mano. En los estados totalitarios, con frecuencia fundamentalistas, está prohibido disentir. Por eso hay que disentir y aprender a disentir responsable, respetuosa y, cuando se pueda —¿por qué no?— hasta afectuosamente. Disiente el que tiene una buena razón para ello. Descalifica, vocifera, quien carece de ella.

Hoy inicia el nuevo periodo de sesiones del Congreso mexicano. Si nuestros representantes populares muestran que saben disentir será más fácil que logren algunos de los acuerdos que tanto le urgen a México. Aunque parezca paradójico, ahí donde se sabe disentir hay más convivencia, se escucha con respeto la voz de las minorías, hay menos riesgo de violencia y se frenan las ansias hegemónicas, tan propias del poder político.

Bien lo decía Thomas Jefferson, liberal, defensor del derecho natural de las personas y de la tolerancia religiosa, promotor de la educación pública igualitaria y de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos: disentir es “el alma de la democracia”.

Ex secretario de Salud

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