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Dictadura, democracia y mesianismo: otra visión de la historia de ‘Star Wars’

Hace ya cuarenta años que una galaxia “muy, muy lejana” conquistó las pantallas de todo el mundo. Con el estreno de Star Wars IV: Una nueva esperanza, se dio comienzo a una saga que ha cosechado, sólo por la proyección de las películas en los cines, más de 4.000 millones de dólares. Pero aquella película fue algo más; una auténtica revolución en la industria del cine: la primera franquicia global que desbordaba los límites de la gran pantalla gracias a legiones de fans en todo el mundo. Libros, juguetes, videojuegos y los objetos de merchandaising más singulares atiborraron tiendas y construyeron un imperio que en 2012, su creador, George Lucas, vendió por más de 3.000 millones de euros a la multinacional Disney. Desde entonces, es la multinacional fundada por Walt Disney la encargada de los nuevos proyectos de la saga, que de momento cuenta con dos películas más –Star Wars: El despertar de la fuerza y Rogue One: una historia de Star Wars– a las que el 15 de diciembre sumará una más: Star Wars: Los últimos jedi, la segunda entrega de la nueva trilogía capitaneada por Disney.

El relato que ha construido George Lucas no es sólo una saga de éxito multimillonario, es también la transposición a nuestro tiempo de la tradición épica de siglos atrás. Cantares de gesta y mitos, con especial presencia del artúrico, convergen en los guiones construyendo, sobre la base de la ciencia ficción espacial, la primera ‘space opera’ de nuestro tiempo. Obras como el Parsifal o El Anillo del Nibelungo, ambos de Wagner, se dejan notar en el fondo de toda la saga. Como aquellas composiciones medievales, el trasfondo religioso de Star Wars es evidente. Igual que puede hacerse una lectura política.

Dictaduras de trazos nazi-soviéticos

Es quizá el pliegue menos evidente de la saga, pero toda ella está atravesada por un trasfondo ideológico que representa también la evolución ideológica de buena parte de la sociedad americana que, desde posiciones abiertamente anticapitalistas muy propias de los 80, acabó por encontrar asiento en las posiciones demócrata-liberales.

En la trilogía que primero se estrenó, la compuesta por Una nueva esperanza, El Imperio Contraataca y El retorno del Jedi, es quizá la más épica y la menos política, pero no carece de matices ideológicos. Si centramos la mirada en el Imperio, automáticamente se nos dibuja la figura de Darth Vader en la Estrella de la Muerte. Un entorno hipertecnológico que muestra una sociedad sin rostro propio -salvo el de los líderes-, uniformizada bajo la armadura blanca de las tropas de asalto. Un evidente paralelismo con las sociedades surgidas de los sistemas nazi y soviético. Es la dictadura frente a la libertad, que en este caso representa la Alianza Rebelde.

El grupo de soldados que lidera la princesa Leia y hacen frente al poder omnímodo del Imperio, aparece siempre en entornos de distinto tipo: planetas como Yhavin 4, Tantooine o Hoth; planetas con una naturaleza agigantada que domina todo el paisaje. Y mientras en la estación de combate imperial sólo se encuentran cascos, en las bases rebeldes hay una gran diversidad de razas: frente a la ausencia de rostro, una explosión de ellos. La libertad del buen salvaje de Rousseau, trazada al gusto moderno. Muy propio de unos guiones escritos en plenos años 80, con el boom del New Age y movimientos ideológicos de vuelta la naturaleza.

Hay, también, quienes han querido ver en el planteamiento de Lucas una crítica feroz al capitalismo. Éste estaría representado por el Imperio, hijo preeminente de la industria capitalista, nacida de la acumulación egoísta de bienes y medios de producción. Enfrentando esta realidad a la de los rebeldes: una vida libre del capitalismo, en la que sencillamente se ha de vivir, sin más. Frente a la estandarización de la vida imperial sin escrúpulos, una humanidad a veces brutal -recuérdese, por ejemplo, el episodio en la cantina en Una nueva esperanza-.

Democracia y socialdemocracia

La segunda trilogía (La amenaza fantasma, Las guerras clon y La venganza de los Sith) es bien distinta. Cuando Lucas escribió la primera contaba con 30 años; cuando se enfrascó en la creación de la segunda, superaba los 50 y las circunstancias económicas y políticas de finales de los años 90 (el Episodio I se estrenó en 1999) nada tienen que ver con la de los años 80.

Estos tres episodios nos muestran el origen de todo el ciclo heroico y anti-heroico de Anakin Skywallker. En ellos, vemos cómo las cosas han cambiado: la tecnología no es ya patrimonio de una facción, sino que cae por igual del lado de la República Galáctica y de la Federación de Sistemas Separatistas. Esa identificación entre capitalismo, industrialismo y dictadura ha desaparecido. Pero, ¿qué ha pasado?, ¿el aluvión de millones hizo de Lucas un capitalista convencido? Lo cierto es que sería más ajustado decir que el creador de la saga evolucionó -más por madurez que por dinero- hacia posiciones que hoy identificamos como socialdemócratas (pura izquierda para el planteamiento estadounidense).

El paradigma lo encontramos en Coruscant, el planeta-capital, el centro político de la República. Su desarrollo tecnológico es evidente y su skyline recuerda al de una ciudad norteamericana. Sin embargo, la tecnología aparece no como elemento de mera destrucción, como con el Imperio, sino como asistente de la humanidad. Una tecnología, hasta cierto punto, humanizada. Es C-3PO y R2-D2 en contraste con la Estrella de la Muerte de la primera trilogía.

Además, frente a la uniformidad imperial y al cierto salvajismo de la Alianza Rebelde, Coruscant se alza como el centro político de una República Galáctica en la que el Senado es el centro de gobierno. En él están representados todos los sistemas republicanos, con voz y voto,
que deciden sobre la legislación de la República. Una democracia representativa de corte típico socialdemócrata (entre otras cosas, por ejemplo, el Senado decide sobre impuestos comerciales, que es el detonante del primer episodio), con todos los riesgos que estos sistemas políticos conllevan, como la burocracia desbocada. Lucas lo presenta como un sistema autodestructivo, en el que unos sistemas quieren imponer la ley del más fuerte sobre otros.

El hecho religioso

Además de por el despliegue técnico y el gran éxito que cosechó, la primera trilogía supuso un antes y un después en la narrativa cinematográfica. Una nueva tendencia que, mantenida en la segunda tanda de películas, no es más que la adaptación al gusto moderno de las historias tradicionales, desde la Ilíada hasta la épica artúrica, pasadas por un tamiz espacial. Y como en aquellas grandes historias de la Humanidad, en Star Wars late un elemento religioso evidente, en el que se entremezclan la tradición cristiana, la judía y la budista en una religión: la fe de la Fuerza.

La pulsión tradicional, en donde mejor se vea quizá sea en la Orden Jedi, que recuerda invariablemente a la composición y funcionamiento de aquella Orden del Grial que Wagner inmortalizó en su ópera, Parsifal. Una suerte de orden religiosa y mágica de monjes guerreros, dotados además de poderes extraordinarios, cuya vida gira en torno a la contemplación, el estudio y la reflexión sobre y en torno a la Fuerza. Cómo no acordarse de la Orden del Temple, tan sugerente para los creadores de historias. Este paralelismo netamente europeo se entremezcla con elementos propios de la forma de vida budista. El modo en el que viven los jedi está marcado por la meditación y la reflexión, el abandono de toda posesión en pos de la verdad.

Sin embargo, esa raigambre con la tradición se ve, sobre todo, en el protagonismo evidente que tiene el hecho religioso en toda la saga. La Fuerza, un campo metafísico que está presente y atraviesa a todas las formas vivas y que mantiene unida la Galaxia, es un concepto que ha impregnado todo el legendarium de Lucas. Hay quienes han visto en ella aquel arkhé o razón primordial de los primeros filósofos griegos; otros han hecho lo propio con la primera de las quinque viae que Santo Tomás desarrollo como pruebas de la existencia de Dios, la vía del motor inmóvil (“todo lo que se mueve es movido por otro”). Sea como fuere, lo cierto es que su creación tenía un objetivo que el propio Lucas expresó: “Despertar un sentimiento espiritual agradable en los jóvenes, una creencia en Dios más que en cualquier sistema religioso en particular”.

Pero la Fuerza no permanece invariable a lo largo de las películas. Igual que los matices políticos, los religiosos varían. En la primera de las teologías, escritas en el boom seudoespiritualista y profundamente esotérica del New Age, la Fuerza es un concepto puramente espiritual, sin otro componente que la creencia y la fez. El viejo Ben Kenobi aparece como un remedio de aquellos caballeros cristianos, dispuestos con su fe y sus armas. Y las enseñanzas que él y Yoda dan a Luke son puramente espirituales. Además de ser para la sociedad imperial, algo así como un rito antiguo del que sólo quedan Darth Vader, el Emperador, Kenobi, Yoda y Luke. En la segunda trilogía, en la que la Fuerza se presenta como un elemento actual, sin embargo, se difumina el carácter espiritual de la Fuerza, al incluir en su definición el elemento científico de los midiclorianos, los átomos de la Fuerza, cuyo recuento ofrece una idea de la capacidad de usar la Fuerza que tiene un jedi (recuérdese el episodio de Qui Gon-Jinn y Anakin en Tatooine, en el episodio primero).

“Él es el elegido”: un nuevo mesianismo

Este componente religioso es protagonista, además de por la Fuerza, por la figura de Anakin Skywallker, el “elegido que traerá el equilibrio a la Fuerza”, el héroe y anti-héroe de la saga. Su trazo surge de la aplicación por parte de Lucas de las teorías del mitólogo Joseph Campbell y su obra, Las máscaras del héroe. Este personaje, protagonista real de toda la saga, es la configuración de una especia de mesías galáctico. Cuando el maestro jedi, Qui-Gonn Jin le encuentra en Tantooine, pregunta a su madre por el padre del niño. Y ella le responde tajante: “No hubo padre”.

Para el jedi, Anakin representa al elegido del que hablaban los libros antiguos de la Orden, el que fue concebido por los propios midiclorianos. El elegido. ¿No puede recordamos esta concepción del mesías sin intervención masculina, de una u otra manera, a la concepción de Jesucristo en el vientre de la Virgen María? El mesianismo de Ánakin es de raíz esencialmente cristiana. Su concepción está inspirada en el relato del Nuevo Testamento y al igual que Jesús, Ánakin tendría, como mesías de la Galaxia, una misión vital y radical: devolver la paz a la Galaxia y acabar con el lado oscuro de la Fuerza, con los sith. Lo que, a pesar de todo, acabaría haciendo.

Pero el componente cristiano no termina con el nacimiento del personaje. En cómo entiende Lucas el hecho de la redención hay también mucho de cristiano. Si recordamos el relato bíblico, la redención del hombre para el Cristianismo se logró mediante la crucifixión de Jesús en el Gólgota. Jesús murió y muriendo, dice la teología cristiana, ganó la salvación para la humanidad. Y si lo hizo fue por amor.

Algo similar sucede en Star Wars. Darth Vader/Ánakin, que a su figura de héroe une cierta naturaleza de ángel caído, logra cumplir con su misión y su propia redención mediante su muerte. Cuando el Emperador está atacando a su hijo Luke con rayos, Vader reacciona. El sufrimiento de su hijo, al que ama, le hace reaccionar. Agarra al Emperador y lo desprende en una caída mortal; Vader morirá en manos de su hijo mientras éste intenta salvarle de una Estrella de la Muerte que está a punto de explotar. Vader salva a su hijo -que bien podría representar la humanidad del relato cristiano- y lo hace aún a sabiendas de que tal gesto le iba a costar la vida. Vader, reconvertido en Anakin y asumida plenamente su esencia mesiánica, muere para salvar; da su vida.

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