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Derechos histórico-religiosos y geográficos

Shlomo Sand, profesor en Tel Aviv, pertenece a ese conjunto de «judíos gentiles» o «judíos no judíos» cuya lista se inicia con Spìnoza y que continua con Marx, Freud, Morin, Vidal Naquet, Bensaïd o Mayer, y culmina en nuestros tiempos con gente como Chomsky, Pappe o Atzmon. Descalificados como “anti-semitas” (convirtiendo en tal el anti-sionismo) y considerados por los sionistas de pro como ejemplos del auto-odio propio de muchos judíos.

Dejando de lado estas catalogaciones de brocha gorda e inquisitorial, lo que es claro es que Shlomo Sand es un riguroso historiador cuya vena crítica no se detiene ante ningún dogma, ni ninguna verdad heredada como sostén de la ideología colonialista del sionismo, que se aprovechó de las influencias de las ideas religiosas reinantes en las comunidades judías para, apropiándoselas, reclamar en base a las historias del Antiguo Testamento bíblico (la Torá para el judaísmo) la pertenencia de unas tierras siglos antes abandonadas por sus supuestos herederos (¿en línea directa con David?).

Shlomo Sand emprendió hace algún tiempo ya su labor desmitificadora de las historias que se pretenden,  la Historia con mayúsculas. Las mistificaciones que se han cometido con el lenguaje, con el uso y abuso de términos intercambiables entre judío, semita, israelí y mezclando orígenes étnicos, con geografía y religión, han sido puestas en solfa por Shlomo Sand, autor de un libro imprescindible para moverse por estos pagos (“Comment le peuple juif fut inventé”); posteriormente continuó su tarea hurgando en un par de textos de  Renan, subrayando el papel esencial que éste jugó en la creación de la expresión “pueblo judío”.

Lo más destacable de las ideas estudiadas es cómo se ha puesto habitualmente el énfasis en el origen común de todos los judíos, lo que supondría una comunidad de origen étnico, religioso, etc., cuando se ha escamoteado el origen de muchos judíos que llegaron a serlo por medio de conversiones más o menos masivas en las orillas del Mediterráneo, y más tarde en Rusia y el Caúcaso. La política del despiste imparable llevada a cabo por el sionismo conduce a una «amarga ironía de la historia: más que avanzar sobre las trazas de la investigación pluralista de esta rica tradición, a partir de los años setenta se ha comenzado a buscar, en los laboratorios de biología molecular de Israel, las marcas del ADN común a todos los ‘hijos de Israel’».

Si su trabajo de-constructor se había centrado en la invención del pueblo judío y del prototípico judío creado por el sionismo, y pretendidamente sustentada en bases materiales, ahora le toca el turno a la «tierra prometida», al «pueblo elegido» por Yavé, promesa encarnada en el estado de Israel, en el que viven un tercio de los judíos a pesar de que se arroge la representatividad absoluta de todos. El libro se abre con una cita del recientemente fallecido Eric  Hobsmawm: «Es totalmente ilegítimo identificar, con el destino de reunir a todos los judíos en un Estado territorial moderno sobre la antigua tierra sagrada, los lazos judíos con la tierra ancestral de Israel».

La obra se inicia con algunas aclaraciones toponímicas que se fueron consolidando como la realidad pura, de cara a constituir una patria moderna, dotada de instituciones políticas, de ciudadanos, de fronteras y de un potente ejército, y no descansa en su exploración en la constitución de un mito-territorio y una mito-historia fundacionales de la instalación geográfica sobre tierras palestinas. Los supuestos lazos entre los seguidores de Moisés y los actuales habitantes de aquellas tierras, de las que no quieren ser ciudadanos muchos de los herederos jóvenes de sus ocupantes, y de las que fueron expulsados muchos paisanos a los que se les niega la ciudadanía del Estado instaurado en 1948.

Una lectura necesaria , fruto de un rigor ejemplar  y una documentación exhaustiva. Decía Hobswam que «los libros que combinan la pasión y la erudición no cambian las situaciones políticas, pero si lo hicieran, éste debería considerarse un hito».

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