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Demócratas y teócratas

A estas alturas urbi et orbe saben de los preparativos para la próxima visita pa­pal a Valencia durante el encuentro mundial de las familias: reclutamiento de volunta­riado, visitas inspectoras de agasajados jerarcas del Vaticano, postulación económica entre las empresas…

Algún eco mediático han tenido las voces que señalan el alto coste del evento, o que critican los planes de erigir una gran cruz (Miquel Barceló se negó a prestar su Parotet) aunque parece abandonada la idea municipal de que eche raíces san­tificando el paisaje urbano per saecula saeculorum. Pero no es tan conocida la procla­ma, mucho más radical, de la Federación Internacional de Ateos "consciente de los peli­gros inherentes al avance del oscurantismo religioso y previendo el lamentable espectá­culo de una ciudad sitiada y puesta a la entera disposición de un evento católico, convo­ca a todos los ateos, laicistas y librepensadores a preparar una plataforma organizativa de actos alternativos".

Rearmados los frentes integristas de todas las religiones (monoteístas, principal­mente) el pensamiento y la militancia laicos pasan apuros en el mundo entero. Al "blas­femo" Leo Bassi le colocaron una bomba en el teatro de Madrid donde representaba su obra y casi "purifican" a fuego a centenares de espectadores. Salman Rushdie y otros in­telectuales han firmado un manifiesto, a raíz de la crisis de las viñetas, advirtiendo con­tra el islamismo en "esta lucha mundial que enfrenta a demócratas y teócratas". Y la Santa Madre Iglesia anatematiza casi tanto como los mulás a quienes osan disentir de lo que dictaminen los dicasterios romanos o los asesores episcopales (se han atrevido in­clu­so con el jesuita y prestigioso bioético Juan Masiá, que defiende los anticoncepti­vos).

El opusdeísta cardenal Julián Herranz ha considerado el laicismo "un retroceso de la civilización", así que más vale que nos vayamos olvidando de la Revolución Fran­cesa como frontera política de los derechos individuales que permitieron eliminar la con­fusión entre ciudadanía y creencias religiosas. Menos mal que, por el contrario, hay otras opiniones (aunque minoritarias) que critican la presencia de obispos en las mani­fes­taciones contra leyes y políticas, como es el caso de Alejandro Fernández Barrajón, presidente de la Conferencia Española de Religiosos. Si nos trasladamos a América, don­de Michelle Bachelet ganó la presidencia chilena "a pesar de" haberse declarado ag­nóstica, encontramos situaciones difíciles incluso en el México pionero en separar la Iglesia del Estado con las Leyes de Reforma promulgadas por Benito Juárez. Allá ha te­nido que nacer un Frente por la Cultura Laica en reacción a la beligerancia confesional nada menos que del Secretario de Gobernación de Fox, Carlos Abascal, contra la sexua­lidad (qué manía) y el aborto. Hasta los Católicos por el Derecho a Decidir le exigen que renuncie antes que seguir exponiendo sus doctrinas religiosas como posiciones de gobierno. El PAN (Partido de Acción Nacional) también usa las creencias como modo de ganar votos, aunque el 80% de la población sigue en contra de que se permita al cle­ro influir en la política. En otros países los poderes civiles han propiciado la expansión de confesiones que compitan con la católica, tachada de filocomunista cuando defiende la justicia social. Son sectas con mil ramas y brotes, multimillonarias y metidas en tur­bios negocios. En Puerto Rico conocí el caso de una de ellas que había especulado con bosques y playas como ya quisieran algunos de nuestros agentes urbanizadores. Ade­más, me contaron que desde hace un tiempo las reuniones de aquel gobierno suelen em­pezar con una advocación religiosa, pese a que en un estado laico el propio ministro de Justicia debería advertir contra este posible delito. Claro que, como dice el fotógrafo Da­vid Rieff (también hijo de Susan Sontag, atea impenitente) en los Estados Unidos de Bush (y satélites) ni siquiera es posible ser elegido perrero de un pueblo sin reiterar con­tinuamente una profunda fe religiosa. Fe, supongo, en el mismo Dios del rezador Tony Blair, aquel que será el último en juzgarle por la invasión y masacre de Irak. Que Vol­tai­re nos asista.

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