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Decreto real (saudí) sobre ropa interior (femenina)

¿Qué tiene que ver un gobernante con la ropa interior que una decida comprarse? En cualquier lugar del mundo, nada, pero en ese pozo de sorpresas (y petróleo) que es Arabia Saudí, bastante. Resulta que acaba de expirar el plazo de seis meses que el rey Abdalá dio el pasado junio para que los propietarios de tiendas de lencería femenina sustituyan a sus dependientes por dependientas. A primera vista, la medida parecería otro nuevo gesto machista a los que esta parte del mundo nos tiene acostumbrados. Todo lo contrario. El real decreto es una lanza a favor de las mujeres, de que puedan trabajar fuera de casa.

Me explico. No se trata sólo de que a una le pueda dar pudor preguntarle por la copa C a un guapo dependiente libanés (a mí me lo daría), o de que las manos del no tan joven jordano sobre la blonda negra de un tanga rocen el morbo de una película X. Sin duda, muchas saudíes (y las numerosas extranjeras que habitan el reino) van a sentirse más cómodas hablando de tallas, estilos y formas con una mujer al otro lado del mostrador, como dejó claro la campaña “Basta de pasar vergüenza”. Pero la clave no está en sus apuros, sino en las consecuencias del cambio para las mujeres. Con los clérigos hemos topado.

De lo que se quejan los ultraconservadores ulemas saudíes no es de la anomalía de que las clientas tuvieran que pasar por el trago de explicar sus necesidades de bragas, sujetadores o fajas a unos perfectos desconocidos, en un país donde hombres y mujeres crecen segregados por ley y esos asuntos personales llegan con menor frecuencia que en Occidente a una conversación coloquial. Lo que no pueden soportar, y así lo han hecho saber, es que la medida haya dado la posibilidad de trabajar fuera de casa a unas 40.000 mujeres en 7.300 tiendas distribuidas por todo el país.

El debate no es nuevo. Empezó, como yo contaba en mi libro El reino del desierto, a raíz de que Abdalá siendo aún príncipe heredero diera pequeños pasos a favor del empleo femenino y promoviera una excepción a la ley que prohibía que hubiera dependientas. La propuesta inicial del Ministerio de Trabajo, que no reflejó ese deseo hasta varios años más tarde, desató una oleada de protestas del alto clero, que llegó a emitir una fetua prohibiendo que las mujeres ejercieran esa actividad. El jeque Abdelaziz al Sheij incluso advirtió a las corseterías de que emplearlas era “delito y lo prohíbe la Sharía” (ley islámica).

Lo que preocupa a estos hombres de fe es que si se permite a que las mujeres trabajen en esas tiendas, que en su mayoría están dentro de grandes centros comerciales, surja la posibilidad de que interactúen con hombres ajenos a su entorno familiar y eso, para ellos, es el más grave de los pecados. Al parecer, estos supuestos sabios no se han dado una vuelta por esos mismos templos del consumo para ver que esa interacción es inevitable cuando las mujeres acuden a comprar desde un juguete para sus niños hasta un perfume, pasando por la ropa interior en el centro del debate. O que cada día interactúan con unos perfectos desconocidos contratados para conducir sus coches porque tienen prohibido hacerlo.

Tal como ha explicado el siempre agudo comentarista socio político Tariq al Maeena, el problema de base es que los saudíes y las saudíes están “separados por barreras antinaturales”. Y eso conduce al absurdo de que hombres y mujeres de una misma familia se vean confinados a la parte de atrás de cafeterías y restaurantes, pero en los aviones viajen a escasos centímetros de extraños del sexo opuesto.

Volviendo al decreto sobre las corseterías, el caso es que poco a poco algunas tiendas empezaron a contratar a dependientas, sobre todo en las ciudades más liberales, como Yeddah, en la costa del mar Rojo. Pero las objeciones de los clérigos frenaron a otros negocios. Así que el rey tomo cartas en el asunto y promulgó el decreto estableciendo un plazo para cumplir la norma. No sólo eso. El Ministerio de Trabajo ha anunciado que ha destinado 400 inspectores a comprobar que se respeta. Y de aquí a julio, las tiendas de cosmética están llamadas a hacer el mismo cambio.

Sin duda, sería preferible que cada uno pudiera elegir su ocupación sin que las leyes limitaran sus alternativas. Pero a la vista de ciertas tradiciones, la interferencia real parece un paso en el buen camino.

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