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De santos y príncipes. Laicidad perdida

Es verdaderamente insultante. Durante los últimos días, la cobertura informativa televisiva sobre la beatificación de Juan Pablo II y la boda del príncipe Guillermo de Inglaterra es absolutamente grotesca pues se trata de dos acontecimientos importantes para quienes se verán afectados por ellos y, en todo caso, para el resto de la población mundial forma parte de la información general, pero en realidad ilustra los reales intereses del duopolio televisivo, su línea editorial y la falta de respeto para los usuarios de estos medios de comunicación.

De veras ¿a quién le importa en dónde se le declaró el príncipe inglés a la plebeya? ¿O en qué escuela estudió alguien que no tendrá relevancia en la vida pública de Inglaterra, incluso llegando a ocupar el trono?

Pero tales asuntos ocupan la mayor parte de las emisiones televisivas de noticias y son la esencia de una buena cantidad de programas especiales, lo que viene a consolidar –o intentar– la creciente tendencia de la clase política a comportarse con las normas de la realeza europea, de ahí sus frecuentes declaraciones acerca de sus “bonitas” familias y el cada vez más frecuente uso, en la propaganda política –y no solo en las campañas electorales– de las imágenes familiares, como prueba de su “excelente” calidad como maridos, padres y funcionarios públicos.

Del mismo modo, con una frecuencia que quita el sueño, a pesar de la tendencia contraria en materia de creencias religiosas que muestra el último censo de población, la clase política intenta mostrarse ante la población como los más fervientes y fieles creyentes religiosos aunque, en muchos casos, su conducta como funcionarios públicos deje bastante qué desear. Y las evidencias de tal aserto son numerosísimas, baste señalar el número de mexicanos que viven en niveles de pobreza y pobreza extrema, a la que pomposamente ahora denominan pobreza multilateral.

¡Ah, pero son muy amigos de los obispos y arzobispos de la Iglesia católica y se esfuerzan en mostrarnos que lo son

Y tal conducta ha rendido no pocos ni intangibles frutos, basta efectuar una revisión a las donaciones de terrenos, efectuadas por gobiernos de todos los niveles, para la construcción de escuelas y colegios particulares en los que violando flagrantemente la ley se imparte educación religiosa, como si tal asunto no formara parte esencial de la iglesia a la que se pertenezca y no de los establecimientos escolares, independientemente de su carácter privado.

Así, la clase política y la alta jerarquía católica se empeñan en difundir, no con los mejores métodos, sus creencias e insisten en imponérselos al resto de la población. Y con esa tendencia –y ¿por qué no, con esa intolerancia?– los gobiernos panistas han realizado mil malabares en esa dirección, hasta el grado de hincarse ante quien ahora pretenden elevar a la categoría de santo.

Dadas las regulaciones, las tradiciones y el respeto que debiera guardarle a los mexicanos, ahora Felipe Calderón se apresta a acudir a la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II. ¿En calidad de qué, de presidente de los mexicanos, o de un simple ciudadano, creyente católico? ¿Qué acto oficial del Estado Vaticano se celebrará que deba asistir el primer mandatario de una nación que legalmente mantiene el estatus de laico y que asistirá a un acto estrictamente religioso, por más que se intente, a través de la profusión de imágenes y discursos, hacerlo pasar como uno de los actos trascendentes del mundo en la época actual?

Vamos, ya encarrerados, ¿habrá alguien, de veras, que crea en que tal personaje hizo milagros y poseía la calidad de santo?

Porque si es así, lo necesitamos en México, país que se les está cayendo de las manos a quienes lo gobiernan, así sean priistas, panistas o perredistas –y fundamentalmente los dos primeros quienes han perdido la gobernabilidad de la nación, por más que se enojen ante las críticas y las muestras crecientes del hartazgo de amplias capas populares–.

¡Ah, pero poco importa, nuestros políticos van regularmente a misa cada domingo y se reúnen frecuentemente con el obispo a platicar cálidamente y, juntos, irán a la beatificación

¡Ah, si Benito Juárez viviera

“… malditos sean quienes confunden el mundo con una pista de carreras y lanzados a las cumbres del éxito trepan lamiendo hacia arriba y escupiendo hacia abajo”. Eduardo Galeano.

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