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De qué hablamos cuando hablamos de yihadismo

Los días posteriores a los atentados en Barcelona y Cambrils han estado llenos de análisis e informaciones de todo tipo en los que se han utilizado de forma indiscriminada términos como islamismo, salafismo o yihadismo con desigual nivel de precisión. Su uso se debe a la búsqueda de respuestas ante un hecho terrible. ¿Qué tipo de ideología puede llegar a justificar algo así? ¿Los salafistas son terroristas? ¿Los islamistas son yihadistas?

Las palabras son importantes y más si hablamos de terrorismo yihadista. El islam es una religión que cuenta con numerosas realidades y corrientes que son dinámicas y cambiantes, por lo que no es apropiado describirlo como una realidad monolítica. Merece la pena detenerse en los conceptos fundamentales para aportar claridad y consistencia al análisis.

El islamismo es una ideología política cuyo máximos exponentes han sido los Hermanos Musulmanes. Esta ideología pretende adoptar un enfoque holista del islam, haciendo de esta religión la base sobre la que se fundamentan la vida social, cultural o económica. Esta visión produce tensiones y contradicciones en la práctica puesto que choca frontalmente con las dinámicas sociales propias de un mundo cada vez más globalizado. Por lo tanto, aunque los islamistas profesan una ideología cuya base es la de un islam que debe regir todos los aspectos de la vida diaria a modo de código absoluto, no es violento aunque puede llegar a ser calculadamente ambiguo en su narrativa. No obstante, la participación de islamistas en procesos democráticos como en Túnez también es un refuerzo positivo que puede ir atemperando los aspectos más beligerantes de su ideología.

Respecto al salafismo, se trata de una corriente rigorista del islam. El islam y las sociedades musulmanas han alternado épocas de avance y expansión con otras de convulsión y decadencia a lo largo de los siglos, permaneciendo para algunos en el imaginario colectivo la época de los Cuatro Califas Bien Guiados y la de sus sucesores como una de las más gloriosas y puras del islam. Esta idealización marca las pautas del pensamiento salafista que achaca los males de las sociedades islámicas a la desviación que supone la desobediencia a Dios y la relajación en el cumplimiento de la Sharía.

Para la corriente salafista, la lectura literal del Corán es una de sus claves fundamentales. Otra es que no cabe la idea de progreso en su base doctrinal, puesto que la perfección ya tuvo su base fundacional en la antigüedad y de ahí en adelante solo ha habido decadencia. Por ello, consideran que cuanto más se asemeje la vida de piedad a la de los salaf o primeras generaciones, más posibilidades hay de recuperar el esplendor de antaño.

No todo es un compartimento estanco ni siquiera dentro del salafismo. Existen diferentes posiciones y actitudes que generan tensiones en su seno en aspectos como qué tipo de relación ha de mantenerse con el poder político y bajo qué condiciones es adecuado el recurso de la violencia. Podemos encontrar desde un salafismo quietista o escolar caracterizado por su apoliticismo y enfocado a la atención en el mantenimiento de las buenas costumbres, hasta un salafismo violento caracterizado por llevar su visión holística del islam hasta las últimas consecuencias, abrazando la violencia y el terror si fueran necesarios para alcanzar sus fines. Esta última corriente es la que adoptan los yihadistas.

La realidad muestra diferentes corrientes que están continuamente divergiendo y convergiendo y que producen tensiones y fracturas en el seno de las sociedades musulmanas. Estas tensiones son estratégicamente explotadas por los yihadistas para polarizar allá dónde encuentren una ventana de oportunidad de avivar conflicto social y sacar rédito.

Por todo ello, son los propios musulmanes los que pueden jugar un papel clave en la contranarrativa. Los terroristas yihadistas basan su ideología en una interpretación del islam sesgada y deformada. Un papel activo de la comunidad musulmana es indispensable para contrarrestar esta cosmovisión, puesto que el valor y grado de acogida de un mensaje que se emite, depende en gran medida de la legitimidad del emisor y no hay emisor más legitimado y con más poder en este caso que quien habla desde dentro de la comunidad musulmana.

Álvaro Herrero de Béthencourt es analista del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo.

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