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Dar hostias a los niños

La historia es como sigue: había un dios que decidió castigar a todos los hombres y mujeres del mundo porque un tal Adán y una tal Eva habían comido un fruto que él les había prohibido, y que no obstante él había dejado a su alcance. Este dios es omnisciente por lo que ya sabía de antemano lo que iba a ocurrir. Desde entonces todos nacemos con un “pecado original” (¡y sin comer ese fruto!) y vamos directos al infierno. Dios nos ama mucho, según se dice. Pero entonces este dios se arrepiente y decide volver a perdonar a los hombres por los pecados de aquel Adán y aquella Eva: pero para darle emoción al asunto elabora todo un guión cinematográfico: decide enviar a un ser alado a decirle a una virgen que va a concebir; transformado en Espíritu Santo – una de sus formas – la preña, ¡se concibe a sí mismo! y se hace llamar Jesús. Este Jesús, que es dios, habla con dios – o sea, consigo mismo -aunque nunca aclara a los que le siguen que él es dios, sino su ”hijo” – que el hijo es el padre se descubrió tres siglos después quién sabe cómo – y vaga durante varios años por las tierras de Israel y de Judá, predicando el fin del mundo, haciendo milagritos y dando mítines incendiarios con el objetivo de lograr que lo maten. Finalmente obtiene de los romanos la crucifixión durante un día y medio – ¡de un suplicio que solía durar más de una semana! -. Muerto en la cruz tras echarse en cara el desenlace – “Padre por qué me has abandonado” (recuérdese que el padre es él) – logra resucitar cual zombi de su tumba y sube a los cielos. Y con eso los hombres y mujeres quedan perdonados… Sí, sí. Pudo hacerlo directamente, pero se ve que a este dios le va la marcha. Aunque para obtener certificado de exención del pecado original hay que estar bautizado y luego hay que obtener la comunión, lo que te permitirá todos los domingos poder comerte a este dios… ya que por el acto de la transustanciación una hostia (pan ácimo) y un vino se convierten en carne y sangre de dios que hay que comerse y beberse en un complicado rito con gentes cantando, echándose al suelo, levantándose y un señor disfrazado con vistosas túnicas y que siempre lee los mismos textos.

Y en esa comunión radica el problema. Es lógico que la Iglesia haga todo lo posible para que este cuento fantástico y alucinante que he relatado se inculce en las mentes de los niños cuanto antes mejor. Por eso, el bautismo, que las primeras comunidades de cristianos y el propio Jesús, celebraban siendo ya adultos, se adelantó a partir del siglo IV a.C. a los pocos días del nacimiento. Un adulto tiene más dificultades para admitir crédulamente la historia de un dios que es trino y que se concibe a sí mismo en una joven. Y, al igual que nos sucede cuando oímos por primera vez las historia de Zeus, de Osiris, o de otras religiones, acudirá a su cara una sonrisa de incredulidad.

Otras cosa muy distinta es que desde pequeño, en un acto de adoctrinamiento, donde te piden que renuncies a la razón y la lógica, te vayan inculcando las fábulas. Que se impongan ritos – el nacimiento, el casamiento, la muerte – relacionados con la fábula. Que tengas catequesis los sábados durante tres años a partir de los siete años. Que en la escuela vayas también a catequesis, con profesores puestos a dedos por la Iglesia y pagados por el Estado. Al final una historia imposible y ridícula se hace tan familiar y tan cotidiana que la aceptas sin cuestionarla.

Y aun así, finalmente las luces de la razón adquieren fuerza y va creciendo el número de personas que rechazan estas mitologías: son ya mayoritarios los matrimonios civiles, los jóvenes se empiezan a declarar mayoritariamente ateos o agnósticos, los católicos son no practicantes en un 70%, aumenta el número de niños no bautizados… Y la Iglesia, que lleva casi dos milenios viviendo del cuento, se empieza a poner nerviosa y surgen voces como las del cardenal Cañizares que plantea al Vaticano que hay que adelantar la edad de la comunión ¡a los siete años! – cuánto antes mejor, no sea que se escapen -. Basa su propuesta en dos sicotrónicos argumentos:

1. Que con siete años uno ya ha alcanzado la edad de la razón.

2. Y que “los niños viven sumergidos en miles de dificultades, rodeados por un ambiente difícil que no les anima a ser lo que Dios quiere de ellos, muchos, víctimas de la familia“.

Desde luego hay que tener siete años para creer en Santa Claus… o en la Iglesia. Es la edad idónea para que te cuenten cuentos y te los creas… pero no es la edad de la razón. En todo caso no parecen tener edad de la razón para elegir emborracharse o no, mantener relaciones sexuales, trabajar, votar en las elecciones… Por cierto que, con 9 y 10 años, que es cuando se hace la primera comunión actualmente, tampoco se tiene edad de la razón.

Su segundo argumento es más clarificador: lo importante no es que los niños sean lo que ellos quieran ser, que se les ofrezca una educación racional que les permita, ya de adultos, tomar decisiones de manera consciente y por sí mismos. No. Eso no es lo que quiere la Iglesia. Los niños deben ser ”lo que dios quiere de ellos” y cómo sabemos lo que dios quiere de ellos: pues a través de la Iglesia y de los curas. Los niños deben ser lo que la Iglesia quiere de ellos… y para ese cometido la presencia de la familia es un engorro. Para la próxima manifestación “en defensa de la familia (cristiana)” anótese la cita de Cañizares. Es impagable.

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