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Danzas húngaras

La semana pasada, el gran debate político en Estados Unidos entre la gente que está muy en línea (en el mundo real a nadie le ha importado un pimiento) fue acerca de la visita de Tucker Carlson a Hungría.

¿Quién es Tucker Carlson?

Carlson es uno de estos tipos que he mencionado a menudo, pero nunca he acabado de ponerlo en primer plano. Ya toca hacerlo, porque es sin duda uno de los hombres más influyentes del país.

Nacido en California en una familia republicana acomodada, su padre se casó en segundas nupcias con Patricia Swanson, una rica heredera de un negocio de sopas enlatadas y productos de alimentación congelados. El pequeño Tucker tuvo una educación privilegiada, empezando en un internado suizo (del que fue expulsado) y en otro en Rhode Island. Tras estudiar historia en Trinity College (en Hartford, un liberal arts college de cierto prestigio), intentó entrar en la CIA, pero no le admitieron. Decepcionado, aceptó el consejo de su padre de hacerse periodista, ya que “ahí cogen a cualquiera”.

Y eso es lo que ha hecho Tucker desde principios de los noventa, pasando por un puñado de revistas conservadoras y no pocas publicaciones generalistas. Erudito, bien conectado y con una pluma ágil y mordaz, se ganó una reputación de sólido miembro de la intelligentsia conservadora emergente de finales de siglo.

Su primer flirteo con la fama fue en CNN, en un programa llamado Crossfire, donde dos presentadores, uno conservador, otro liberal, entrevistaban, debatían, y discutían sobre las noticias del día. Como era (y es) típico de los programas de TV por cable, la cosa acababa a menudo a gritos, con Paul Begala (el otro presentador) y Carlson dando su mensaje sin llegar a conclusión alguna. El momento más celebrado de Crossfire fue, precisamente, la entrevista que acabó provocando su cancelación. Jon Stewart, entonces en el Daily Show y alguien que detestaba el programa, se plantó en CNN para que le entrevistaran y les dio un baño épico. Y si no lo habéis visto, deberíais:

Tras la cancelación, Tucker pasó por en MSNBC (con más pena que gloria) y Dancing with the Stars (no, no es broma), fundó el Daily Caller, un medio de ultra de derecha, y acabó, como era previsible, en Fox News.

Carlson llega a Fox

La carrera de Tucker en Fox fue lenta. Empezó como invitado ocasional, substituyendo a otros presentadores de vez en cuando. Estuvo unos años en Fox & Friends Weekends, pasando casi desapercibido. No es hasta noviembre del 2016, justo después de la elección de Trump, que Carlson consigue un programa propio en hora de máxima audiencia. Empieza a la siete de la tarde (la franja más débil), pero su popularidad lleva a Fox a moverle primero a las nueve y después a las ocho, la hora “punta” de los canales de noticias en Estados Unidos.

Es entonces cuando Tucker Carlson se convierte en el “padre” intelectual del trumpismo, la persona que pone una letra y una estructura al caótico discurso del presidente. Su programa, junto al de Hannity, es visto con avidez por Trump, que repetirá y adoptará muchas de sus ideas; los dos presentadores hablaban con él a menudo por teléfono en privado al salir de antena.

Carlson, hasta este momento, siempre había sido un comentarista conservador, pero no excesivamente enloquecido. Respetable, incluso, con amplios contactos y amistades con gente de otros medios. Un miembro de la élite de Washington que hablaba y vestía como alguien del club; quizás menos intelectual que David Frum o Bill Kristol, pero más entretenido. Con Trump en el poder, su discurso se movió radicalmente hacia la derecha. No su formato (sigue siendo un escritor impecable y hablando como el niño pijo que es) pero sí su contenido, cada vez más racista, más autoritario, y más agresivamente antiliberal.

Carlson es, por supuesto, mucho más listo que Trump, y sabe cómo soltar cosas que están a dos pasos de un discurso neonazi sin sonar como un completo fascista. Pero es, a todos los efectos, lo más parecido a un fascista que uno puede ver en una televisión en Estados Unidos, y tiene tres millones largos de espectadores cada noche.

Cosa que ha confirmado esta semana, emitiendo su programa desde Budapest. Porque Tucker en Hungría estaba reuniéndose con este señor y regándole de alabanzas:

May be an image of 2 people, people standing and outdoors

El de la izquierda es Carlson, en su look pijo habitual. El de la derecha es Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, líder de Fidesz, y fascista en todo menos el nombre.

Capricho húngaro

Tucker no es el primer comentarista conservador que se dedica a elogiar y poner como modelo a Órban, por extraño que esto parezca; hay un amplio sector del GOP que está fascinado con Hungría. Es, de lejos, la figura más prominente que le dedica un publirreportaje, y desde luego, alguien que marca el debate interno en el mundo conservador como nadie en el país.

Carlson (y muchos, muchos republicanos) ven a Órban como un modelo a imitar. El pánico anti-LGTBQ, la paranoia anti- inmigración, la obsesión por limitar la libertad de expresión (Carlson está obsesionado en prohibir todo lo que suene “woke”) o la alegre, a estas alturas completamente obvia intención de reventar aquellos resultados electorales que no les convengan son la agenda del GOP, de arriba a abajo. Órban es un fascista que sólo ha evitado cruzar al otro lado por completo porque está dentro de la UE. Carlson ve un fascista y le gusta.

Podemos agradecerle que al menos no está elogiando a Salazar (sí, el dictador portugués) estos días, otrade las obsesiones de la derecha. O a Franco, ya puestos. Pero hemos acabado teniendo una semana en la que se ha debatido en Twitter sin parar (con Matt Yglesias llevando la voz cantante) por qué Hungría no es un modelo que debamos imitar, y por qué con el Imperio Austrohúngaro estaríamos todos mejor.

De acuerdo, lo del Imperio no era el centro del debate, pero es totalmente cierto.

Pero… ¿Esto importa?

Como siempre que hablas sobre estos debates ideológicos en la derecha americana, te quedas con algunas dudas. Por un lado, hasta qué punto Carlson está hablando en serio, o si todo esto lo hace por trollear. Dentro de la mediocracia conservadora siempre he tenido la sospecha de que hay una mayoría de comentaristas que se creen todo lo que dicen (Mark Levin, que es un iluminado, o Sean Hannity, que es así de estúpido), pero que algunos son demasiado inteligentes y han sido demasiado razonables en el pasado para crearse las estupideces que sueltan. Tucker sospecho que cae en esta categoría, pero no estoy seguro (Glenn Beck es el otro).

Por otro, es difícil saber hasta qué punto estos debates tienen importancia. Fuera de la burbuja de Twitter, las webs de opinión sesudas del país y los televidentes que ven Fox News, nadie se ha enterado de este viaje o tiene la más mínima idea sobre qué es un Órban. Un 95% de los americanos les mencionas Hungría hoy y no saben nada de esta polémica. Es un debate, hasta cierto punto, estéril.

Sin embargo, si hay algo que he repetido alguna vez por estas páginas es que las ideas importan. Que los votantes no presten atención no quiere decir que los políticos no se tomen sus propias ideas en serio. Y Tucker Carlson es la clase de personaje al que escuchan muchos, muchos políticos.

Quizás el electorado no sepa que el GOP cree que Fidesz es un modelo que seguir, pero si el GOP gobierna eso sí que importa bastante.

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