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Daniel Barenboim, aclamado en La Scala por una “Carmen” blasfema

En una Carmen para algunos "blasfema" o incluso "erótica" -que quiso representar la laicidad frente a la religiosidad que oprime-, abundaban monjas (las obreras de la fábrica de cigarros), cruces, curas, monaguillos, ex votos y demás símbolos sacros.

Con una Carmen de las más violentas que se hayan visto sobre el escenario, Daniel Barenboim triunfó anteanoche en la inauguración de la nueva temporada lírica de La Scala, que -como es tradición- tuvo lugar en el Día de San Ambrosio, patrono de Milán. El director argentino-israelí, que con su batuta transmitió magistralmente toda la pasión de la historia de la gitana que enloquece de amor a dos hombres, fue ovacionado con quince minutos de aplausos y con una lluvia de claveles, la flor típicamente sevillana, como el lugar donde transcurre la famosa ópera de George Bizet (1838-1875).

La puesta en escena, realizada por Emma Dante, una vanguardista directora de teatro siciliana que tuvo su debut en el terreno de la lírica, en cambio, fue más que polémica. Y provocó generosos abucheos y silbidos de parte de los loggionisti (quienes están en el gallinero, es decir, los verdaderos entendidos), algo que desde hacía tiempo no se oía en el teatro del bel canto más famoso del mundo. Sobre todo en la prima , la fecha más señalada del año para los melómanos, cita obligada para personajes del establishment y el jet-set local e internacional -estuvieron el presidente Giorgio Napolitano y Dan Brown, el autor de El Código D a Vinci-, precedida como siempre por protestas varias y gran presencia policial.

Con gran osadía -y con un Barenboim seducido por su genio-, Dante, la directora artística, de 42 años, se atrevió a salirse del libreto de la ópera más representada del mundo e hizo una versión distinta, muy controvertida, más siciliana que española, marcada por una escenografía simple y sombría y un exceso de símbolos religiosos. "Demasiados curas", comentaban en los entreactos, con sus vestidos de Armani, brillantes al cuello y copa de champagne en la mano, algunas señoras presentes en la gran noche de gala.

En una Carmen para algunos "blasfema" o incluso "erótica" -que quiso representar la laicidad frente a la religiosidad que oprime-, abundaban monjas (las obreras de la fábrica de cigarros), cruces, curas, monaguillos, ex votos y demás símbolos sacros. Además, para los expertos, la tenebrosidad parecía reemplazar la vitalidad jocosa del melodrama, que fue incomprendido y hasta considerado "indecente" cuando se estrenó por primera vez en París, el 3 de marzo de 1875.

Amén de que podía verse un parto en plena calle, mujeres que se pelean salvajemente, niños que corretean en calzoncillos, al final de la obra, antes de acuchillar a su amada, el atribulado Don José hasta viola a la Carmen.

"Carmen es una mártir contemporánea de un país fanático. Carmen no es una víctima: es una rebelde que transgrede todas las reglas, que huye de toda convención. Sabe desde el principio que está destinada a morir, y por sed de libertad es ella la que va al encuentro de su muerte", explicó la directora artística, que se desencajó y pareció quebrarse cuando, al final de la ópera, en medio de los 15 minutos de aplausos, salió a saludar al público. Entonces, fue recibida por un estruendoso coro de "¡Buuuuuu!" y silbidos, mezclado con algunos aplausos y gritos de "¡Brava!".

En ese momento, desafiando al público, el sí aplaudidísimo Barenboim -definido en Italia como una "nueva popstar de la música clásica"-, abrazando a la mujer con fuerza, avanzó hacia la platea, parándose junto a ella firme sobre el escenario: quería dejar en claro que él respaldaba y defendía a capa y espada su trabajo.

"Este espectáculo se convertirá en una leyenda, cuando uno hace algo personal es normal que haya críticas", dijo más tarde a LA NACION Barenboim. "Cuando uno hace banalidades, en cambio, todo es lindo", agregó el director, que al enterarse del origen argentino de quien escribe destacó, entusiasmado, que para ciertos pasajes en los que aparece el torero Escamillo les enseñó a los músicos de la orquesta a pellizcar las cuerdas al estilo tanguero.

"Para mí fue muy emocionante el espectáculo, porque hace cuarenta años yo también debuté aquí. Y, como siempre, me pareció extraordinario Daniel, que tiene una fuerza increíble", comentó a LA NACION Plácido Domingo, de riguroso smoking como la mayoría de los presentes.

"Yo creo en el diablo, y ayer en La Scala yo vi en escena justamente al diablo", disparó el famoso régisseur Franco Zeffirelli, que sin pelos en la lengua definió a Dante como una "irresponsable y fruto de una cultura equivocada, autora de trajes feos que ni siquiera se ven en un teatro de provincia". "Esta señora transformó a Carmen en un demonio, demostrando no conocer la literatura del ochocientos, que está llena de mujeres que se rebelan al exceso de poder masculino, sin por eso transformarse en diablos", agregó el director, que en 2006 inauguró la temporada de La Scala con la Ai da.

Más allá de las polémicas, si fue una noche triunfal para Barenboim, también lo fue para Anita Rachvelishvili, la mezzosoprano georgiana de 25 años que, con una voz magnífica y talento escénico, encarnó a la impetuosa Carmen. Como para la Dante, también para ella se trató de su debut en el máximo templo de la lírica, al que arribó como en un cuento de hadas. Tras vivir tiempos de pobreza en su castigada Georgia, la cantante hace sólo un año se diplomó en la Academia de Teatro de La Scala. Y cuando se presentó a las audiciones para hacer Frasquita, un papel secundario, Barenboim se enamoró de su voz y decidió convertirla en Carmen.

Emocionada y visiblemente feliz, Rachvelishvili anteanoche se arrodilló para saludar al público de La Scala, que la ovacionó. También Don José, interpretado por el apuesto tenor alemán Jonas Kaufmann, y el torero Escamillo, por el uruguayo Erwin Schrott, fueron aplaudidos a más no poder, en una noche memorable, que para los entendidos demostró que la ópera sigue más viva que nunca.

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