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¿Curar a los homosexuales ?o a los católicos?

Aunque los científicos de la Organización Mundial de la Salud dictaminaron, hace ya veinte años, que la homosexualidad no es una patología, desde sectores vinculados a la caverna—especialmente la iglesia católica—se continúa motejando de “enfermos” a gays y lesbianas.

De hecho, el inefable monseñor Martínez Camino ha excretado recientemente las siguientes declaraciones: “… la conducta homosexual es objetivamente una conducta desordenada que no responde al orden moral”.

Ya no pueden encerrarlos en mazmorras mugrientas o raparlos al cero tras obligarlos a ingerir un garrafón de ricino. Tampoco pueden matarlos tras prolongadas sesiones de tortura (¡maldita democracia!). De manera que “los curan” por ser “enfermos”, “desordenados” e “inmorales”.

Sin embargo, yo opino que pocas personas hay más enfermos que quienes, católicos o no, se declaran “muy religiosos”.
Para empezar, nadie por el simple hecho de ser homosexual se convierte en asesino, ladrón o torturador. Sin embargo, la religión ha transformado a millones de personas en homicidas, hipócritas y expoliadores… eso sí, en nombre de los dioses, la iglesia o el profeta.

Desde luego, nadie por sentirse homosexual se ha transformado en un terrorista suicida envuelto en bombas. Sin embargo, la religión nos ha acarreado el 11-S y el 7-J, las cruzadas, la caza de brujas, el complot de la pólvora, la partición india, las guerras árabe-israelíes, las masacres serbo-croatas-musulmanas…

Y podemos seguir con la persecución de los judíos como “asesinos de Cristo”, los “problemas” de Irlanda del Norte, las “muertes de honor”, el Papa católico de turno bendiciendo espadas y cañones, el telepredicador ataviado con vestidos reflectantes y cabello cardado desplumando a sus crédulos fieles (“Jesús quiere que le des todo lo tuyo… ¡Aleluya!). , parece que no han sido gays, sino individuos muy religiosos quienes han volado majestuosas estatuas antiguas, o han hecho rodar cabezas por “blasfemia”, o han azotado espaldas de mujeres por “enseñar la piel y ofender a nuestros mártires”…

Desgraciadamente, vivimos en una sociedad donde la religión ostenta un respeto social exagerado. No solo se silencian los disparates que representan la mayoría de los dogmas (tan infundados como el culto a Osiris o la adoración al espagueti volador), sino que el respeto a la religión se extiende al “derecho a meter las narices en la vida y costumbres de los demás”.
De este modo, los planteamientos irracionales de “si pretendes que yo deje de atacar a los homosexuales están conculcando mi libertad religiosa” se han incrustado en la sociedad y nadie osa rebatirlos.

Pues bien, ya va siendo hora de gritar “¡Basta!”. Nadie tiene por qué resultar señalado, marginado u ofendido por ideas que, en el fondo, no son más que supersticiones, cuentos de viejas. Y, avanzado un paso, va siendo hora de que denunciemos sin complejos los daños que la religión ocasiona en los individuos y en la sociedad.

Si es usted religioso, es muy probable que haya abrazado la religión de sus padres. Si usted nació en Madrid, Sevilla o Barcelona, por ejemplo, pensará que su religión es la verdadera y que el islam es falso.

Pues, no tenga duda alguna de que pensaría lo contrario en el caso de haber nacido en Afganistán.

Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor

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