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Cuando Mahoma es intocable en Europa

EL INTEGRISMO AVANZA y se endurece en el mundo musulmán y condiciona las bases mismas de las democracias europeas

Tres acontecimientos obligan a dirigir la atención hacia la extensión y la exacerbación crecientes del islamismo radical: la victoria electoral de Hamas en Palestina; el endurecimiento integrista y antioccidental del régimen teocrático iraní, que parece decidido a dotarse del arma nuclear, y la indignación provocada en el mundo islámico por la publicación en un periódico danés de una serie de viñetas con caricaturas de Mahoma.

En los tres casos, a los países occidentales se les plantea escoger entre tres reacciones. Una, de firmeza o reafirmación en los propios valores; otra, recurrir diplomáticamente a la disuasión, de largo plazo, o, en fin, contemporizar, esperar y ver. Si se aplica la primera actitud, puede provocar efectos contrarios a los deseados: en vez de intimidar o hacer entrar en razón, avivar más los comportamientos radicales islamistas de autoafirmación y airada respuesta. Elegir la segunda opción implica el riesgo de fomentar la impresión de debilidad. E inclinarse por la tercera es renunciar en la práctica a tener algo que decir en un terreno que afecta ya de manera perentoria a Estados Unidos y a la Unión Europea. No sólo en su proyección internacional, sino en su ámbito interior.

Es mucha la responsabilidad occidental de que se haya llegado a este punto crítico. Lo hemos expuesto y pormenorizado una y otra vez, hasta la saciedad. Pero ahora cumple exponer los efectos. Sobre todo, cómo las potencias occidentales se encuentran en un cruce de caminos en que se interfieren diversas premisas políticas. La intervencionista, de cuño sobre todo norteamericano, tiene como objetivos prevenir, detener todo movimiento o decisión que pueda perjudicar los intereses propios o alterar la estabilidad internacional. Es la teoría de los estados del mal o de los estados en descomposición. Se trata de operar ejecutivamente (Iraq) o de amenazar y sancionar (Irán y Palestina).

Otra versión con el mismo objetivo, aunque más a largo plazo, consiste en fomentar la democracia. Los dos propósitos conllevan resultados contradictorios. Ha ocurrido con la intervención militar en Iraq, la cual ha abierto un frente óptimo para el terrorismo islamista internacional y un proceso democratizador que ha dado alas políticas al chiismo integrista de consecuencias imprevisibles. Un proceso democratizador que abre más incógnitas se ha producido en Palestina con la victoria rotunda de Hamas.

¿Intervenir o no, según quien esté u obtenga el poder en determinados países? ¿Adjudicarse un papel de árbitro del mundo? ¿Democratizar o apoyar a fieles poderes autoritarios? Bush en el discurso del día 1 sobre el estado de la Unión ha insistido en la vieja teoría:

"El único modo de proteger a nuestro pueblo, el único modo de controlar nuestro destino es mantener nuestro liderazgo mundial". Que estas palabras del presidente norteamericano sigan teniendo validez es cada vez más discutible cuando las lanzas se vuelven cañas a la hora de calibrar los resultados.

Por esto respecto a Irán la posición más a ultranza de Washington ha tenido que acomodarse a la acción concertada con la Unión Europea, Rusia y China, partidarias de la cautela. Ysi Estados Unidos aboga por cortar las ayudas a Palestina para persuadir a los dirigentes de Hamas de que les conviene reconocer a Israel y renunciar a las armas, no puede prescindir de los criterios más matizados de la UE y Rusia, que, conjuntamente con la ONU, comparten la misión de hacer cumplir la hoja de ruta para resolver el conflicto israelo-palestino.

Se van abriendo paso nuevos polos de poder que condicionan el unilateralismo norteamericano e incluso la versión de Europa como referente institucional, político y hasta moral, en un momento en que el radicalismo islamista está incrementando su poder integrador y expansivo.

No es cuestión de si hay o no choque de civilizaciones. Pero algo no encaja. Chirría. Especialmente en Europa, que en buena parte es ya musulmana y vive esta circunstancia en la forma incómoda de un envite no siempre fácil de conllevar. Porque comporta en el recinto de los estados nacionales y en la UE una parecida dicotomía a la del terreno internacional: cómo reaccionar ante lo que se considera inaceptable. Tratarlo con guante blanco por aquello de lo oportuno y lo inoportuno. O rechazarlo abiertamente. Lo cual, en los estados europeos, significa buscar o no compromisos ante la pretensión de que las creencias y prácticas religiosas están por encima de los derechos y libertades fundamentales.

Lo sucedido en Dinamarca es un episodio de esta realidad. Más llamativo que el debate sobre el velo femenino en las escuelas francesas, menos aparatoso que la revuelta en los suburbios de las principales ciudades de Francia, pero sin duda de mayor calado ideológico e institucional. Los hechos cantan sin paliativos. La reacción airada en el mundo musulmán por la publicación en un diario danés y posteriormente en un semanario noruego de grabados satíricos con la figura de Mahoma ha sido ocasión de protestas diplomáticas, retirada de embajadores, manifestaciones populares y amenazas violentas y de boicot económico que han obligado a los responsables del citado diario danés a presentar excusas y provocado la expulsión del director de otro francés. En el corazón de la Europa democrática y libre, la libertad de expresión se ve coartada por motivos religiosos. Bajo presión exterior. Pero también habida cuenta de los millones de musulmanes con residencia o nacionalidad en países europeos.

¿Derechos fundamentales como el de expresión, obtenidos con tanto esfuerzo a lo largo de una enconada lucha histórica, deben ceder ante los principios y normas de una creencia religiosa? Que el Gobierno danés no se haya prestado a la humillación e ilegalidad de ofrecer disculpas encubre apenas la cuestión de fondo. Las ha dado el periódico. Y se sabe que varios dibujantes de prensa habían renunciado previamente a ilustrar el tema. La autocensura asoma su indecorosa presencia. No en Riad, Trípoli, Teherán o El Cairo, donde la censura oficial la suple de sobras, sino en Copenhague.

A partir de ahora, hay temas tabú, porque así lo dictan en las mezquitas, en las escuelas coránicas, en los consejos de ulemas. ¿Evitar ultrajes innecesarios, provocaciones blasfematorias? ¿Necesidad de respeto para preservar la convivencia? No a costa de transigir en comportamientos contrarios a los valores esenciales del Estado de derecho. Estamos en ello y puede inducir en su día a la reclamación de particularismos jurisdiccionales. No es exagerar. Por ello sería prudente no prodigar denuncias contra un supuesto fundamentalismo laico, cuando el laicismo oficial puede ser conveniente en tiempo de integrismos religiosos para preservar los derechos inviolables de la ciudadanía. Está en juego algo sustancial.

Dinamarca, Irán, Palestina. Hay un nexo que relaciona los tres puntos, del cual probablemente el de mayor apremio es el triunfo de Hamas en las elecciones palestinas del 25 de enero, porque viene a ser la llegada al poder del islamismo radical en prácticamente el último reducto, por lo menos oficial, del laicismo árabe, representado por la Autoridad Nacional Palestina (ANP), no vinculada directamente al islamismo, sino a un movimiento de liberación nacional. Arafat representaba esto. Tenía muchos defectos, pero contenía el acceso al poder del integrismo islámico.

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