El presidente de Bolivia, Evo Morales, acaba de regalar al papa Francisco un crucifijo con una hoz y un martillo. Apenas cabe imagen más elocuente del sincretismo, la mezcla de ideologías religiosas y políticas hoy preponderante en amplios espacios de Latinoamérica, como antes en Francia, recuérdenselos curas obreros, o en España, como el P. Llanos.
Esa convivencia mental ayuda a una cierta convivencia social, a hacer más llevadera, la transición de un periodo histórico a otro, y por tanto, son útiles y encandilan a personas de buena fe. Sin embargo, su exceso frena e incluso hace retroceder el progreso en los derechos humanos, el buscar un mundo mejor aquí y ahora, no tras la muerte. Hay una contradicción objetiva radical entre predicar la resignación, el que “quien sea esclavo no quiera dejar de serlo” de san Pablo y el luchar por abolir la explotación. Como dijo el filósofo Hainchelin: “El cristianismo triunfó porque Espartaco fue vencido”.