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Crónica de un «supuesto» acto de perdón eclesial · por Charo Rodero

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

NADIE SERÁ SOMETIDO A TORTURAS, NI A PENAS O TRATOS CRUELES, INHUMANOS O DEGRADANTES. (Artículo 5 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948)

VERDAD, JUSTICIA Y REPARACIÓN…

Grito ensordecedor con el que ha acabado el acto de «supuesto» perdón organizado por la Conferencia Española de Religiosos -CONFER-, en su terreno, Fundación Pablo VI en Madrid, el lunes, 9 de junio, en el que se han mostrado testimonios de las torturas sufridas por las entonces niñas, adolescentes y mujeres, que fueron recluidas en las dependencias del Patronato de Protección de la Mujer hasta 1985, muchas de las cuales acabaron por suicidarse, y al que han asistido supervivientes, en cuya representación ha intervenido, durante cuatro minutos, Consuelo García del Cid Guerra. Cuatro minutos, bien aprovechados, con un extracto de lo que pormenoriza en sus numerosos libros.

El nudo en la garganta y la opresión en el pecho tras escuchar los testimonios de las víctimas, es inevitable… A las niñas que se hacían pis en la cama, les frotaban la vulva o el ano con ortigas, a todas, les hacían fregar los suelos de rodillas, hasta que se les desollaba la piel, les mataban de hambre, les dejaban parir sin asistencia médica, les robaban a sus hijos/as. Un horror, bien ocultado cuidadosamente, como al pegarlas con toallas mojadas para que no quedaran marcas.

Y, como en toda situación espeluznante, aún hay casos peores: el trato a las mujeres de etnia gitana y los electroshocks para las lesbianas.

Me quito el sombrero ante la dignidad mostrada por esas mujeres que resistieron y que reclaman justicia a las instituciones gubernamentales.

Y siento vergüenza, aquella que tendrían que sentir los/las religiosos/as que formaron y forman parte de esa institución: Oblatas, Adoratrices, etc. que ofrecen una especie de protocolos de encuentro para sanación.

Las supervivientes no esperan eso, ya se levantaron y siguieron adelante con esas vidas que intentaron destruirles. Es momento de reconocer lo que, realmente, ocurrió y que tanto les ha costado que se crea.

Que se les devuelvan esos diez años que les arrebataron desde que este país se convirtió en una «supuesta» democracia.

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