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Crítica a las religiones

Parece ser que en la secular y laica Francia hay leyes que protegen a las religiones de ciertos comportamientos irrespetuosos. Una vez más hay que recordar que hemos de respetar a las personas, pero que las ideas, y no importa que sean creencias, hay que analizarlas y criticarlas. Sólo así hemos ido avanzando y arañando milímetros a la superstición y a los privilegios de los poderosos.
 
Llevaba varios días sin decidirme a escribir. Dudaba entre los divinos antisistema que, con una sumaria declaración de intenciones, solucionan el expediente de tener que llevar a cabo una acción ejecutiva y legislativa que solucione los graves problemas que tenemos, y además del aplauso de la concurrencia sienten una satisfacción religiosa íntima; también había pensado en el incidente del futbolista a quien una marca de zapatillas deportivas ha retirado el patrocinio económico por unas declaraciones políticas y ERC ha reaccionado hablando de catalanofobia, algo así como "Catalanes, una conspiración judeoespañolista nos ataca", cuando lo grave era el ataque a la libertad de expresión que pueden ejercer algunas grandes empresas (pero, reconozcámoslo, cierta supuesta izquierda está más interesada en el ser de la nación que en los derechos fundamentales, entre ellos, la libertad de expresión, que no debería verse atacada por ningún boicot económico). Otros temas eran los brotes racistas en Pozuelo de Alarcón, y la situación de Telemadrid, que en realidad no conozco pues ni vivo en Madrid ni veo apenas la televisión. Al final, cuando me debatía entre todos estos asuntos y alguno que otro más, el prohibicionismo sanitario o los estatutos que han proliferado y que sirven para hurtar la discusión pública de cómo vamos a reestructurar el reparto de fondos cuando han desaparecido los europeos en gran medida, cuando me debatía entre uno de estos, decía, la religión apareció para salvarme. Sí, tal y como lo oyen. La religión me salvó. El juicio al semanario francés Charlie-Hebdo por "injurias al islam" me ha salvado de tener que dedicarme a otras cuestiones intrascendentes.

Parece ser que en la secular y laica Francia hay leyes que protegen a las religiones de ciertos comportamientos irrespetuosos. Una vez más hay que recordar que hemos de respetar a las personas, pero que las ideas, y no importa que sean creencias, hay que analizarlas y criticarlas. Sólo así hemos ido avanzando y arañando milímetros a la superstición y a los privilegios de los poderosos. Hay que respetar a los musulmanes, pero no hay que tener ni miedo ni sentir timidez a la hora de analizar los presupuestos en que su religión se basa, y denunciar claramente lo que no está de acuerdo con los principios democráticos ni con los derechos humanos ni con el respeto por las personas que el mínimo sentido común impone. Esto vale para los musulmanes y para cualquier otro creyente.

No vivimos en un vacío; habitamos socialmente y por ello son necesarias reglas que limiten los comportamientos cuando se lesione objetivamente la libertad y la dignidad de los primeros. Proponer como norma de vida comportamientos discriminatorios o vejatorios es un ataque a la dignidad; criticar o satirizar unas creencias no lo es. No podemos permitir que se trate a nadie como a un esclavo porque eso va en contra de la dignidad humana, pero no podemos impedir que nadie oiga la música que le de la gana, lea los periódicos o los libros que quiera, siempre y cuando no nos obligue a leerlos. No podemos coartar la libertad de expresión salvo en el caso de que haga apología de la violencia. Una sociedad que establezca reservados en los que la libre expresión de las ideas quede excluida es una sociedad poco democrática.

Me sorprende -aunque si he de ser sincero, cada vez menos- que haya habido gente capaz de ver que el juicio y condena a Pepe Rubianes por un delito de injurias a la nación estaban fuera de lugar, pero que al mismo tiempo defienda la inviolabilidad de la crítica al islam (rechazar la simple posibilidad de unas caricaturas, se publiquen donde se publiquen, es establecer las condiciones de inviolabilidad.) Da cierta pena y algo de pavor ver cómo cierta izquierda se desliza hacia lo más negro del reaccionarismo en línea con un Heidegger promotor de las esencias identitarias y lo sagrado indecible.

Expuestas las consideraciones normativas de la posibilidad, pertinencia y necesidad de la crítica de las ideas, que se acentúa cuando las mismas adquieren el estatuto de creencias, creo que es interesante pasar a un mínimo repaso histórico de las relaciones entre libertad de crítica y religión. Me centro en el cristianismo por razones instrumentales: mayor conocimiento por mi parte, y mayor pertinencia, pues hablo de la crítica en Europa. Tampoco pretendo un repaso exhaustivo; simplemente poner de relieve algunos momentos importantes.

La tradición europea de crítica religiosa ha tenido un puntal importante en la tradición libertina. Aclararé que libertinos eran los librepensadores de los siglos XV al XVIII. Poco después el término pasó a designar a las personas con una vida sexual que no se circunscribía a las costumbres del lugar. No iba muy errada la transferencia semántica, a decir verdad. Libertino es todo aquel que no se guía por consignas. ¡Qué pocos hay hoy en día! En 1584 Giordano Bruno publica "Expulsión de la bestia triunfante", obra que le procura inmensos problemas con la jerarquía eclesiástica por el mero hecho de poner en solfa la figura de Cristo y presentar la del Anticristo con el propósito de acabar con la falsa religión de un Cristo que habla de una religión inspirada por lo divino. Es el primer análisis racional de la misma en el mundo moderno. Apuntemos que ya en la Antigüedad Lucrecio había escrito De rerum natura, y demolía en ella todos los mitos de la trascendencia religiosa. Casi cien años después de la publicación de "Expulsión…", los judíos expulsan a Baruch de Spinoza de su comunidad porque este sostenía que Moisés solo había sido el fundador político del estado judío, sin ninguna iluminación ni autoridad especial en el plano religioso. Moisés, como tantos otros, había utilizado la religión como instrumento coercitivo para lograr un acatamiento total de las leyes que él promulgó. En 1665 Spinoza decide escribir un tratado que analizase las Escrituras, el "Tratado teológico-político". Tras el "Tratado breve de Dios, el hombre y su felicidad", en el que por cierto despoja a dios de todas sus características divinas y lo reduce a mera naturaleza, Spinoza lee la Torá a la luz de la razón y concluye que no es un libro dictado por Yahvé, y que el conocimiento racional se sitúa por encima de la revelación. Semejantes conclusiones no pasan desapercibidas en Holanda, donde vivía, por aquel entonces la nación más libre del orbe, y todas las confesiones lo acusan de ateísmo. Su persistencia en la crítica racional le impidió acceder a puestos de profesor para los que estaba más que preparado -desde luego más que la mayoría de entonces- y le obligó a llevar una vida modesta y austera como tallador de lentes. Tuvo suerte de vivir en Holanda. En cualquier otro país lo habrían condenado.

Pierre Bayle, calvinista del siglo XVII, publica su extraordinario "Diccionario histórico y crítico" en 1696. En él analiza y critica bastantes de las ideas religiosas de su momento. Entre otras cosas dice que las diferentes religiones tienen su origen en condicionamientos culturales y no en cuestiones de fe. En 1693, mientras está redactando el libro es apartado de la enseñanza, acusado y condenado por las autoridades civiles y religiosas. Lo acusan de impiedad y de ateísmo.

En 1770 el arzobispo de Toulouse lanza una condena contra un grupo de filósofos, a quienes critica que utilicen ese nombre, cuando la filosofía para él era una sierva de la teología, y los denomina secta impía. Tales filósofos son culpables de ateísmo y materialismo. Son Julian Offray de la Méttrie, Diderot, Helvetius o D'Holbach. El arzobispo cree intolerable que tales personajes se crean con derecho a la libertad de pensar. Al final, concluye el clérigo, eso desembocará en la Revolución. Llovía sobre mojado, pues en 1752 se habían dado las primeras condenas contra la Enciclopedia, en 1759 contra "Sobre el espíritu" de Helvetius, y contra Montesquieu, Buffon o Diderot, por nombrar solo a algunos, en años anteriores. En la segunda mitad del siglo XVIII unos cuantos editores, a quienes nunca estaremos lo suficientemente agradecidos, publican en Francia obras que atentan contra las buenas costumbres, el Estado y la religión. Son obras que contienen un pensamiento al que se acusa de ser subversivo, que ataca los dogmas religiosos, los fundamentos de la moral y el orden social (como se ve no hemos cambiado mucho).

Estos son sólo algunos ejemplos de filósofos que enfrentándose al consenso de sus épocas, estudiaron con lupa las creencias religiosas sin dejarse llevar por la cantinela de la sacralidad de las religiones, del respeto a las creencias o del miedo a ser condenados. Lograron abrir pequeños claros de racionalidad en medio la maraña de la supersticiosa irracionalidad religiosa. Algunos hicieron uso del tratado filosófico, otros del ensayo, el panfleto, la sátira o la acusación directa, dependiendo de lugares, momentos, tolerancia y humores personales. Frente a ellos siempre se situaron los clérigos de cualquier laya, con su legión de acólitos, preocupados en mantener sus privilegios y para ello necesitados de que la superstición se mantuviera porque, digámoslo ya, como muy bien vieron Spinoza o Michel de Montaigne, la religión es un instrumento excelente, por no decir el mejor, para mantener la sumisión y el orden político.

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