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Consideraciones sobre el laicismo

No todos los días tiene uno la oportunidad de leer unas declaraciones tan sensatas como las explicitadas el pasado domingo por Josep María Soler , el abad benedictino de Montserrat, quien en una excelente entrevista de María Antonia Iglesias le ha dado un somero repaso a ciertos temas de interés, en relación con la propia institución romana a la que pertenece en Cataluña y a la que mira con la natural preocupación y perplejidad de cualquier hijo suyo.

Somos muchos los que, como él, entendemos que un sector del episcopado no acaba de digerir cuanto acontece en España. Se ve que, algunos de ellos, sienten todavía una cierta añoranza del nacionalcatolicismo imperante durante su juventud o en sus primeros años de presbiterado. Porque, para mí, en modo alguno el Gobierno socialista persigue a la Iglesia, tal y como se dijo en su día por parte de diversos prelados españoles. Algunos de ellos sí que debieran de entender que, hoy en día, ya no es posible ubicarse en otro contexto que no sea el de la Carta Magna y el de la real separación entre la Iglesia y el Estado, que debe ser laico y aconfesional. Con lo cual, los pastores católicos de aquella, o los de cualquier otra confesión posible, no nos pueden imponer más su voz a la sociedad civil, como si fuera la suya la única opción posible, identificada, por cierto, con las propias tesis del principal partido de la oposición. Afortunadamente, nuestro país ya no es lo que era hace tan sólo unos años, y ello lo deberían entender así los jerarcas católicos, sobre todo con el fin de evitar el espectáculo dado por algunos de ellos con sus declaraciones de los últimos meses.

Todos sabemos que el laicismo tradicional tuvo su principal fuente de inspiración en la razón científica, en el progreso de la moral y en el propio proyecto ilustrado. Desde entonces, la separación entre la Iglesia y el Estado aparece como una conquista de dicho pensamiento y el laicismo, por tanto, debe de salvaguardar su propio legado doctrinal. Porque una cosa es, como bien dijera en su día mi amigo el profesor Antonio García Santesmases , la realidad polívoca de la religión y otra muy diferente el aceptar acríticamente que sin ésta no hay moral autónoma, tal y como nos vienen a decir, en ocasiones, algunos obispos españoles o no. El laicismo no es únicamente la negación de las Iglesias o de la religión establecida. Es, desde luego, mucho más, al ser la proposición de un humanismo que se debe preservar de los inconvenientes económico-políticos por hacer existencia las propuestas del deseo ilustrado. Un debate complejo, desde luego, el de saber el lugar que deberían ocupar la razón y la religión en los actuales tiempos que corren que, obviamente, no es el motivo central de este artículo mío de opinión. Aunque exista quien se queje del laicismo que impera. Defenderlo no es mantener una posición contraria a la religión. No se debe confundir a la gente como hacen no pocos eclesiásticos españoles. Es el caso del arzobispo de Toledo y cardenal primado de España, quien sí afirma con rotundidad, en algunas declaraciones recientes, que se ha quitado a Dios de la esfera pública para pasarlo al ámbito de lo privado. Monseñor Antonio Cañizares Llovera ve con ello una quiebra de moralidad, no sabiéndose ya discernir lo bueno de lo malo desde ésta y desde la perspectiva legislativa. Según este purpurado al legislar en España se violan algunos de los derechos fundamentales, lo que conllevaría la propia ruptura de la identidad del país como pueblo, que hunde su unidad en las raíces cristianas que para él no deberían de perderse. Por eso, afirma aquello tan peregrino de que hay que rezar más para que España se mantenga en la unidad de la diversidad. Son muchos los que, como él, así también lo piensan, sobre todo ante el avance de los nacionalismos periféricos, viendo en ellos la ruptura de España como nación. Por ello, es gratificante contemplar que no todos en la Iglesia piensan como nuestro cardenal primado de Toledo. Otras voces, como la del abad de Montserrat, nos muestran una visión muy diferente desde dentro de la propia Iglesia. Josep María Soler desde luego que tiene un planteamiento bastante menos catastrofista que aquél, quien como otros obispos observan a España como un bien moral, algo que es absolutamente falso y sin apoyatura alguna desde una perspectiva teológica. No entiendo cómo un príncipe de la Iglesia puede decir cuanto ha dicho Monseñor Cañizares y quedarse tan tranquilo después de ello. No es cierto que las autonomías y la autodeterminación vayan en contra del cristianismo. Ciertamente que éste es unidad, de fe y de solidaridad, pero desde luego no política, porque si no todos los católicos, como afirma el abad catalán, hubiésemos de constituir un sólo Estado.

Nunca deberíamos olvidar que la laicidad no puede convertirse en el argumento para un dogmatismo antirreligioso. La religión, como dice la Asamblea de Europa, puede ser un buen complemento de la democracia, sin duda el mejor marco para que aquella se desenvuelva. Pero lo que sí se debe de tener claro es que con la democracia se acabaron los tiempos de la imposición religiosa de la dictadura franquista, que ahora debe contemplar el fenómeno en el propio marco de la Constitución.

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