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Conocimientos, y no creencias

La ley Wert es un homenaje a consolidar los seculares privilegios de lo privado, lo confesional y los pudientes

Corría 1864 cuando un pastor baptista estadounidense escribió al secretario del Tesoro, Salmon B. Chase, advirtiéndole de que la guerra civil que había asolado el país tres años antes había sido provocada por la ira de Dios, molesto por no aparecer en las monedas en curso. El secretario del Tesoro, además del Congreso, se arrugaron ante tal admonición y añadieron In God we trust (En Dios confiamos) a sus monedas (en los billetes apareció el lema en 1957). En 1954, temerosos en plena guerra fría de la doctrina y del arsenal atómico soviético, añadieron a la Promesa de Lealtad a la bandera Under God (bajo Dios), a fin de distinguir a su país del "comunismo sin Dios". No otra cosa hizo nuestro Generalísimo, caudillo "por la gracia de Dios", sin la menor protesta de las jerarquías católicas.

Hay mucha gente que se declara religiosa y vive honrada y coherentemente según sus convicciones. Vaya para ellos mi respeto. Sin embargo, hay también muchas estructuras y regímenes políticos y económicos que utilizan la religión para afianzarse en el poder y sembrar en la ciudadanía el recelo hacia la disidencia, la obediencia, la sumisión y la ausencia de cualquier espíritu crítico. En tal caso, las religiones son un reflejo y a la vez una defensa de las estructuras y las relaciones de poder existentes en una sociedad.

No es casual que el Gobierno de Mariano Rajoy, emprendiera desde su primer día de mandato el camino hacia una abierta confesionalidad de las estructuras del Estado. Ya el de Rodríguez Zapatero había mantenido y aumentado los enormes privilegios de la Iglesia católica en materia económica y educativa, que pretendió extender a algunas otras confesiones religiosas mediante su Alianza de las Civilizaciones. Actualmente, en un solo año de gobierno, el PP ha ido anunciando y haciendo efectiva gran parte de las reivindicaciones que las fuerzas ultracentristas y neoconservadoras, incluida la jerarquía de la Iglesia católica española, han estado demandando y que han disfrutado durante muchos siglos a lo largo de la historia de España.

Así, por ejemplo, Ruiz Gallardón anunciaba la mutación de la actual ley del aborto en una jibarizada ley de supuestos; el ministro supernumerario Fernández Díaz objetaba contra la sentencia del Constitucional sobre matrimonios homosexuales y pedía al Papa que rezara por España; la ministra de Empleo, Fátima Báñez, pedía a la Virgen del Rocío que echara un capote a España y le regalase la salida de la crisis, y Cospedal, presidenta de Castilla La-Mancha, y Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del Gobierno, acudían, enmantilladas al Vaticano para besar la mano del Pontífice romano y asistir al nombramiento de un doctor español de la Iglesia católica. Pues bien, el actual ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, no les va precisamente a la zaga en materia de confesionalidad.

A todo un cúmulo de despropósitos educativos y de privatización sistemática de la red pública de enseñanza, Wert se apresuró a suprimir la asignatura Educación para la Ciudadanía, subir tasas, recortar becas, aumentar la ratio alumnos/aula, reducir plazas de docencia o financiar con el dinero de la ciudadanía los centros que segregan al alumnado por razón de su sexo. Su nueva ley de educación es todo un homenaje a los principios conducentes al individualismo, la competitividad, el éxito y la excelencia de los mejores, así como la consolidación de los seculares privilegios de lo privado, lo confesional y las clases pudientes. En este contexto, rebrotan los tópicos avalistas de las clases de Religión en la escuela, entre ellos el propio Gobierno de Aragón.

Wert y Rudi siguen sin querer enterarse de que en la escuela han de impartirse saberes y conocimientos, pero no creencias. Las familias que desean que sus hijos tengan una formación religiosa tienen sobrados lugares y momentos para ello; por ejemplo, sus cuartos de estar y sus parroquias, tan largamente cerradas durante la jornada. Se evitaría así, entre otras cosas, que más de 15.000 profesores de Religión, elegidos exclusivamente cada año por el obispo de la localidad, cuesten al bolsillo de la ciudadanía más de 500 millones de euros, más teniendo en cuenta el declive progresivo de la enseñanza de la doctrina religiosa: según datos publicados por el Consejo Escolar del Estado, en el curso 2009-2010 el 74,3% del alumnado de Bachillerato y FP, el 57,4% de ESO y el 30,4% de Primaria no estaban matriculados en Religión.

Al ministro Wert se le llena la boca de palabras como "excelencia", "rendimiento" o "eficacia" al hablar de enseñanza, y sueña con acercar la educación a los niveles de Pisa, pero ignora (no solo desconoce, sino también ignora) que la enseñanza de la religión durante el periodo lectivo suponen más de mil horas lectivas en la enseñanza obligatoria. A la clase política le importa el voto. Y con ese voto la jerarquía católica hace un chantaje de no te menees.

Antonio Aramayona, Profesor de Filosofía

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