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Cómo ilustrar que el diseño inteligente no es Biología sino pseudociencia

Vicente Claramonte Sanz
Departamento de Lógica y Filosofía de la Ciencia, Universitat de València.
E-mail: vicente.claramonte@uv.es

RESUMEN
El artículo propone argumentos para considerar la hipótesis del diseño inteligente como pseudociencia, refutando que pueda ser aceptado como  ciencia biológica o una alternativa científica a la teoría evolucionista. Al efecto, aplica a las tesis defendidas por algunos de los principales líderes intelectuales del diseño inteligente, hasta nueve criterios propuestos por Raimo Tuomela para detectar cuando un discurso es pseudociencia. Y concluye afirmando que el diseño inteligente satisface perfectamente dichos criterios, destinados a identificar el carácter pseudocientífico de una teoría. eVOLUCIÓN 5(2): 43-54 (2010).

Palabras Clave: Diseño Inteligente, Creacionismo, Evolucionismo, Filosofía de la Ciencia, Filosofía de la Biología.
ABSTRACT
This paper suggest arguments to consider intelligent design hypothesis as pseudo-science, refuting it could be accepted as biological science or a scientific alternative to evolucionist theory. For the pourpose, applies to thesis defended by some of the intelligent design’s main intellectual leaders up to nine criterion proposed by Raimo Tuomela in order to detect if a theory is pseudo-science. And concludes affirming that intelligent designs satisfies perfectly such criterion intended to identify pseudo-scientific nature of a theory.

eVOLUCIÓN 5(2): 43-54 (2010).
Key Words: Intelligent Design, Creationism, Evolutionist Theory, Philosophy of Science, Philosophy of Biology

Desde principios de la década de los 80 del siglo anterior, asistimos a una novedosa reformulación de la añeja polémica sustanciada entre fijismo y transformismo, pues la denominada hipótesis del diseño inteligente aspira a convertirse en una alternativa creacionista a la teoría evolutiva. Los partidarios del diseño inteligente se apresuran a presentar su propio discurso como ciencia biológica, y afirman que la síntesis moderna —inclusiva de la teoría de la evolución de las especies por selección natural de Charles Darwin, la teoría genética de Gregor Mendel como base de la herencia  biológica, la mutación genética aleatoria como fuente de variación y la genética de poblaciones—, es un puro dogma de la ciencia materialista hodierna que, por expresarlo empleando el tejido concetual debido a Thomas Kuhn, reclama un urgente cambio de paradigma científico. Cambio que debe suponer una transformación de las reglas básicas de las actuales coordenadas epistemológicas y metodológicas de la ciencia hasta permitir su
reconciliación con planteamientos teístas, como los defendidos implícita o a veces explícita-mente por los partidarios del diseño inteligente. En
definitiva, el diseño inteligente se postula a sí mismo como una alternativa científica al neodarwinismo en Biología. Ahora bien, un discurso defensor de su propia cientificidad, pero incapaz de mostrarla a partir de sus auténticas propiedades, parece apuntar los rasgos idóneos característicos de la pseudociencia. Aunque, este último enunciado únicamente deja de ser un truismo tautológico en Gnoseología si es posible alegar, para su debate público, razones que permitan justificar la pseudocientificidad del discurso objeto de crítica y sedicente de su propia idiosincrasia como ciencia.

Dada la abundancia e incluso saturación informativa presente en la sociedad global del conocimiento y las comunicaciones telemáticas, con su consiguiente mistificación de los lindes entre lo real y lo virtual, decidir con acierto la cualificacación epistémica de un discurso con una mínima articulación teórica, dicho de otro modo, señalar con argumentos incontrovertibles, o al menos decisorios, si una teoría es ciencia o no, resulta ciertamente difícil. Pero no imposible. Cuanto menos, sí será posible indicar criterios demarcativos entre lo genuino y lo sucedáneo, proponer a la reflexión abierta sólidos elementos de juicio aptos para permitirnos discernir entre la praxis científica motivada por la investigación destinada al conocimiento, y el ropaje pseudocientífico auspiciado por intereses ideológicos.
Por así decirlo, es posible sugerir criterios que coloquen nuestra intuición epistemológica sobre la pista de aquello que es “buena” y “no tan buena” ciencia. Pues, si las teorías científicas comparten ciertos caracteres que permiten grosso modo identificarlas como tales, también las pseudociencias parecen compartirlos. Y ello, aunque en ninguno de ambos casos tales caracteres puedan ser reputados condiciones demarcativas definitivas e intemporales, como si fueran criterios metafísicos últimos e infalibles en todo contexto histórico, social y cognitivo.

Existe abundante literatura especializada y bien fundamentada al respecto. Entre los diversos elencos de caracteres propuestos por la doctrina de Filosofía de la Ciencia observables en los discursos pseudocientíficos, seguiremos aquí, por su amplitud y ponderación, el propuesto por Raimo Tuomela (1985), concretado en nueve criterios —numerados de I a IX— sugerentes de los rasgos que permiten sospechar si un discurso se aleja de la segura senda de la ciencia, aconsejándonos concluir que nos hallamos más bien ante pseudociencia. Además, eventualmente recurriremos al debate suscitado en el juicio Tammy Kitzmiller et al. vs. Dover Area School District —en adelante, Kitzmiller—, sentenciado por el juez John Jones III en  Pensilvania el 20 de diciembre de 2005, por tratarse de uno de los últimos foros con elevada trascendencia jurídica y social en el cual se ha analizado con rigor la cientificidad del diseño inteligente en Estados Unidos. Por último, citaremos fragmentos textuales y declaraciones públicas o sub iúdice —en
este último caso, realizadas en el mencionado juicio Kitzmiller—, en que algunos de los líderes intelectuales del diseño inteligente, como Michael Behe, William Dembski o Phillip Johnson, se manifiestan sobre su propia propuesta teórica como alternativa científica a la teoría evolucionista, al objeto de valorar sus implicaciones epistemológicas.

I) Ontología oscura, epistemología basada en autoridad o en capacidades paranormales, y actitud dogmática ante la crítica En realidad, este criterio aglutina elementos cuya sensible disparidad aconseja analizar por separado.

I.a) Ontología oscura
La oscuridad de la ontología articulada por el diseño inteligente es tal, que para sus partidarios la naturaleza carece de fundamento sin Dios, entendido éste como autonomía consistente: «La naturaleza no es autosuficiente […] Dios no sólo creó el mundo, sino que lo sostiene a cada instante» (Dembski 1999). Es más, transmutando la ontología del diseño inteligente de oscura en opaca, Dembski afirma que el mundo natural es incomprensible como Creación, salvo si subyace en él un orden generador de inteligilibilidad mediante una Palabra o logos, verbalizada en las Escrituras. Es decir, el universo sólo resulta inteligible recurriendo a Dios, y de ahí que Jesucristo sea «la Palabra de Dios encarnada [Logos], a través de la cual todas las cosas devienen existentes» (Johnson 2000). Esta mediación imprescindible de Dios en el devenir existente del Ser, inherente al pensamiento de Johnson y
Dembski, acarrea dos consecuencias cuyas implicaciones incrementan ambas el esoterismo arcano de la ontología subyacente al diseño inteligente.
Primera, la dependencia total de Dios para comprender el Ser y sus propiedades, convierte a la concepción del universo basada en la inferencia del diseño en una abstrusa ontología dualista de lo natural y sobrenatural; y segunda, en su explicación del cosmos, la hipótesis del diseño inteligente incorpora a priori un categorismo sobrenatural indemostrable. Corolario final de ambas consecuencias, en la concepción resultante, el componente sobrenatural prevalece sobre el natural en las dimensiones temporal y lógica. La categoría sobrenatural “Dios” precede ontológi-camente a toda categoría natural —materia, energía, tiempo, espacio, etc.—, y constituye la base misma del conocimiento científico: «La auténtica base metafísica
para la ciencia no es el naturalismo ni el materialismo […] La personalidad […] de Dios […] precede lógica y ontológicamente a la materia» (Johnson 2000). Por si acaso lo anterior exigiese puntualizar algún detalle acerca de la opaca oscuridad del producto ontológico y epistemológico resultante, Dembski aclara esta nebulosa recordando la insuficiencia del concepto y requiriendo la imperiosa necesidad del Ser Supremo, en cuanto ser y con todas sus propiedades trascendentales: «El mero concepto de Dios […] no basta […] necesitamos […] a Dios mismo» (Dembski 1999).

I.b) Epistemología basada en la autoridad o en capacidades paranormales

I.b.1) Autoridad. En este caso, supone una polisemia triple: autoridad ideológica derivada de la Revelación especial procedente de textos sagrados, autoridad consuetudinaria heredada de la tradición cristiana y autoridad político institucional ejercida por la jerarquía eclesiástica.
Incluso hoy, la inmensa mayoría de filósofos cristianos consideran a la autoridad, entendida según este triple sentido, como el constituyente fundador de las obligaciones doctrinales y soporte mismo del pensamiento religioso. Aceptar la dependencia de la autoridad conlleva el sostenimiento de las creencias sin razonamiento demostrativo ni evidencia, lo cual introduce una cesura en la racionalidad que traza la discontinuidad epistemológica entre fe y razón, entre religión y ciencia. La cogitación basada en el argumento de autoridad no requiere juicio ni prueba; al trascender ambos, los enerva hasta
hacerlos superfluos. Más aún, tratándose de un contexto cognitivo religioso, la mediación de la autoridad convierte en virtuoso el sostenimiento de la creencia a ciegas, justo el nadir de la corrección en un contexto gnoseológico. Pues, como afirma Susan Haack, la religión implica una devoción profundamente personal; con ello, descreer o creer torcidamente es pecaminoso, reprobable por el grupo y sancionable por sus superiores, y por tanto «la credulidad, i. e., la creencia en ausencia de evidencia convincente, es una virtud» (Haack 2004).

I.b.2) Capacidades paranormales. La clave de la bóveda argumentativa del diseño inteligente está ocupada por la representación de la capacidad
paranormal por excelencia: una sobrenatural inteligencia omnipotentemente diseñadora. Ello es tan evidente en su discurso que constituye un
axioma, cuya demostración es innecesaria y cuyo apoyo con citas textuales resultaría redundante.
No obstante, al objeto de ejemplificar el recurso a las capacidades paranor-males cual ingrediente consustancial a la argumentación propia del diseño
inteligente, apuntaremos brevemente un botón de muestra, como el repudio de la racionalidad lógica en favor de facultades o experiencias sobrenaturales indemostrables, concretado por ejemplo en el presunto temor hacia un ser cuyas propiedades trascienden las leyes naturales: «la
razón no puede proporcionarse sus propias premisas [sino que] debe construirse sobre una base […] más fundamental que la lógica […] que
proporcione las premisas para razonar conclusiones verdaderas sobre los fines [y ello debe comenzar con] el temor del Señor» (Johnson 2000). Las preferencias de los partidarios del diseño inteligente entre razón y fe, entre explicaciones naturales y sobrenaturales, parecen no admitir lugar a dudas. Pues, ante la contradicción entre ciencia y religión, ante la disyunción excluyente entre causalidad natural y sobrenatural, entre capacidades normales y paranormales, los partidarios del diseño inteligente tienen su elección prejuzgada por cuestiones de fe, pues no califican las convicciones derivadas de ésta como creencia subjetiva ni meramente susceptible de intersubjetividad, sino como objetiva e incluso supracientífica, si consideramos el significado
pleno de “verdad”, pues «el cristianismo es la Verdad (la letra mayúscula inicial significa una verdad universal por encima de un hecho científico)» (Johnson 2000).

I.c) Actitud dogmática ante la crítica En el juicio Kitzmiller aconteció uno de los episodios más significativos de sostenimiento dogmático del discurso defendido ante la crítica, porque involucró la posición de uno de los principales teóricos del diseño inteligente, Michael Behe, y cuanto a uno de sus ejemplos favoritos de presunta complejidad irreducible, el sistema immunitario. En 1996 Behe había declarado que la ciencia nunca hallaría una explicación de tipo evolucionista para el sistema inmunitario, sólo explicable por causalidad inteligente. Sin embargo, Kenneth Miller, profesor de Biología en la Universidad de Brown, presentó en el juicio Kitzmiller estudios contrastados por expertos que refutaban la tesis de Behe sobre la complejidad irreducible del sistema inmunitario, mostrando las homologías existentes entre el sistema inmune de ciertas especies actuales y sus precedentes rudimentarios en los respectivos ancestros comunes. Tras declarar Miller, el tribunal consideró probada la confirmación de todos los
elementos de la hipótesis evolucionista explicativa del origen del sistema inmunitario. Pues bien, en este contexto procesal, al contro-vertir el
dictamen pericial en contrario del Dr. Behe, los letrados de los demandantes —contrarios al diseño inteligente—, le presentaron hasta 58 publicaciones evaluadas peer review, junto a 9 libros y varios capítulos de los más selectos y actualizados manuales de Inmunología, todos los cuales consideraban la evolución del sistema inmunológico evidencia científica demostrada. Pese a hallarse ostensiblemente acorralado por carecer de toda salida argumentativa satisfactoria, Behe se limitó a insistir en que aún no existía bastante evidencia sobre la evolución y que ello «no era suficiente» (Kitzmiller 2005).

………

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