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Combatir la ofensiva del Pastor alemán, una obligación cívica

San Agustín, que después de haber tenido más vicios que el gato de un cabaret se convirtió en filósofo del catolicismo más rancio, sentenciaba: «el poder temporal debe someterse al eterno, el estado a la iglesia y la razón a la fe

La reciente visita de Joseph Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI, sirve al autor para advertir de los peligros sobre una estrategia para la restitución de los dogmas y las consignas más retrógradas de la institución que lidera. Critica con dureza que se le permita que cuestione leyes fundamentales refrendadas parlamentariamente, la terminología vaticana que «pone los pelos de punta», y que lo haga quien mayores crímenes tiene a su espalda. Concluye considerando que debe combatirse esta Iglesia vaticana autoritaria, absolutista y machista con la razón y la movilización, desde el respeto a las demás creencias que desprecia quien se tiene por la «única fe verdadera».

El Sr. Ratzinger, alias «Benedicto XVI», fue recibido en Madrid como jefe del Estado Vaticano y también como líder todopoderoso de la iglesia católica. Dos en uno que, como el tres en uno de sus divinidades, tienen algo de ciencia-ficción y representan una tomadura de pelo para una sociedad del siglo XXI. ¿Qué reacción hubiera provocado que otro jefe de estado, de viaje oficial, aprovechara para cuestionar leyes fundamentales de nuestra sociedad refrendadas en los parlamentos? Divorcio, aborto, matrimonio entre homosexuales, muerte digna y educación laica son atacados, ante miles de ovejas del rebaño católico por el «Vicario de Cristo» y sus obispos, ultras sin disfraz como Rouco y Cañizares o los destinados en Euskal Herria: Munilla, Iceta y el ex obispo castrense, Pérez. Ninguno de ellos duda en condenar a quienes no comparten sus creencias, «pues carecen de valores» y «de una vida plena» por «no querer a Jesús».

El comportamiento de las instituciones públicas -y del poder financiero- ha sido vergonzoso, postradas ante el iluminado alemán y compartiendo, como en el caso del rey, un discurso lleno de referencias a la primacía de la ley divina sobre la humana, dictada infaliblemente por él mismo. ¿Alguien se imagina a Juan Carlos espetándole al Papa un «por qué no te callas»? Representando a ciudadanos de un estado no confesional, Felipe Borbón y Leticia Ortiz participaron en una «vigilia» católica. ¿Acudirían a los rezos mirando a la Meca si visitara Madrid algún mulá o ayatolá? ¿Se vestirían de naranja y cantarían HareKrishna con los adeptos a esta fe en la Puerta del Sol?

Desde un punto de vista civilizado, la terminología vaticana pone los pelos de punta: rebaño, pastores, temor de Dios, legionarios de Cristo, espada del Altísimo (así calificaba la iglesia a Franco), inmaculada concepción, penitenciaria de la catedral, fuego eterno, crucifixión, llamas del infierno, pecado, absolución, sangre de Cristo, reliquias del «prepucio de Jesús» documentadas por todo el mundo… Fetichismo gore basado en la manipulación de la historia y en el intento de controlar desde la economía a la sexualidad de toda la ciudadanía, no solo la de sus adeptos. Y es ahí donde se encuentra la principal crítica a la visita del Papa. Nadie obliga a casarse a los católicos homosexuales, sean curas, monjas o seglares, tampoco a abortar ni a mantener relaciones sexuales prematrimoniales.

El problema estriba en que la iglesia vaticana sí pretende imponer a toda la sociedad su disciplina porque así lo ordenan «los representantes de Dios en la tierra». En Filipinas, el último estado cuasiteocrático, ha conseguido dirigir el país «desde los principios cristianos» prohibiendo divorciarse, abortar, recibir educación sexual en las escuelas y afianzar «la planificación familiar del señor», o sea, el método Ogino. En un año la tasa de portadores de sida ha aumentado un 38%, la miseria crece tanto como la población y sólo las élites tienen acceso a la píldora y los preservativos en clínicas privadas.

He de reconocer mi desconcierto al ver, todavía, a tanta gente defendiendo a esta secta que mantiene dogmas como la virginidad de María, la resurrección, el cielo o el infierno, y concluye que todos los males que sufre la humanidad son consecuencia del alejamiento del «vigía», su «redentor». Ratzinger fue el inspirador de la «Dominus Iesus», firmada por JP II, sobre la iglesia católica como única religión verdadera. La Santa Sede utiliza la excomunión como herramienta de castigo, pero no debe considerar pecados sus históricas fechorías.

Dudo que exista una institución con mayores crímenes a su espalda. Desde las cruzadas en las que se buscaba el poder político y económico matando por doquier («creyéndose dioses que deciden sobre las vidas humanas», como afirma ahora B16 refiriéndose al aborto y a la eutanasia), a la Santa Inquisición, los mayores torturadores de la historia. La filia nazi, fascista y franquista del papa llamado Pío permitió en el Estado español una matanza por motivos políticos y religiosos que jamás se ha dado contra los católicos en ningún lugar del mundo. Sin embargo, para otro de los jerarcas eclesiásticos, Cañizares, «el matrimonio homosexual es la cosa más terrible que ha ocurrido en 20 siglos».

La iglesia vaticana es autoritaria, absolutista, machista y se fundamenta en la hierarquía (poder sagrado) gracias a la que se ha impuesto a través de los siglos. Denomina «el dulce Cristo en la tierra» tanto al actual B16 como a sus antecesores, algunos papas hijos de papa o el reconocido criminal B9 (Benedicto IX). Joseph Ratzinger, en calidad de presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua Inquisición), no castigó públicamente a ningún pederasta, pero sí a más de cien teólogos.

Preconizan la obediencia ciega, la exaltación del líder y, cuando se les cuestiona, argumentan: «¡anatema, son comunistas, terroristas!».

San Agustín, que después de haber tenido más vicios que el gato de un cabaret se convirtió en filósofo del catolicismo más rancio, sentenciaba: «el poder temporal debe someterse al eterno, el estado a la iglesia y la razón a la fe». Rouco le secunda ahora, ante la sumisión del poder político español: «¿hay mayor forma de arrogancia que la que pretende desde el poder regular el derecho a la vida, el trabajo, el matrimonio, la sociedad, la patria, como si dios no existiese?».

El Tea Party católico es muy peligroso porque confunde su libertad religiosa con las bases de convivencia comunes a toda la ciudadanía, creyente o no. Carlos Dívar, la máxima autoridad del Poder Judicial en el Estado español, ha llegado a declarar haber comprendido que «sólo en Él está la única verdad», afirmación que debería inhabilitarle.

Esta jerarquía católica dirige una institución dañina para cualquier sociedad que se reclame democrática y merece ser combatida con la razón y la movilización, desde el respeto a las demás creencias que la Santa Sede de hoy desprecia en la práctica diaria con la intransigencia de su «única fe verdadera».

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