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Ciudadanía y Constitución

La polémica amenaza con destruir una propuesta pedagógica razonable

La polémica suscitada por la asignatura de Educación para la Ciudadanía amenaza con destruir una propuesta pedagógica altamente razonable, que cuenta con el impulso de las instituciones europeas. Lo acaba de advertir José Antonio Marina, director de un manual de la asignatura y uno de los filósofos e intelectuales más prestigiosos. En efecto, los críticos de la asignatura mantienen la tesis de que esta es una propuesta beligerantemente laicista del Gobierno, encaminada a reemplazar la religión, con lo que el Estado se arrogaría una función docente que constitucionalmente corresponde a los padres. Si así fuera, tendrían razón los debeladores de la iniciativa. Pero tal afirmación es mendaz.

En primer lugar, porque la Carta Magna especifica (Art. 27.2 C.E.) que la educación "tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto de los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales". En segundo lugar, porque no hay contradicción entre la formación religiosa y el proselitismo de unos principios éticos universales, que son los recogidos por la Constitución, que a su vez se guía por la Declaración de los Derechos Humanos. El propio Marina ha recordado que en la Suma Teológica de Santo Tomás se distingue entre la "teología moral" y la "moral filosófica". Se diferencian en su fuente de legitimidad: la revelación en un caso; la razón en el otro. Y el santo dominico –añade Marina— dice que ambas son legítimas y autónomas, y que la teología moral debe utilizar en sus argumentos las conclusiones de la moral filosófica. En suma, "las religiones no tienen nada que temer de la ética" –concluye Marina–. Pero la afirmación recíproca es también válida: tampoco la ética debe recelar del hecho religioso. Así, resulta descabellado pretender, como han hecho algunos, que Educación para la Ciudadanía constituya un triunfo del laicismo sobre la religión.

Naturalmente, a la tergiversación general contribuye el hecho de que, junto a unos libros de texto de gran altura intelectual como los editados por Santillana, SM, Serbal, Bruño o Algaida, estén apareciendo otros detestables. Por ejemplo, los de las editoriales Casals –integrista–, Octaedro –libertario– o Akal –antisistema–. Obviamente, cada centro podrá elegir el manual pedagógico que juzgue acertado, pero, de cualquier modo, quizá sea cierto que esta sociedad no está madura para aceptar precisamente ahora, en momentos de franca crispación política, una nueva prueba de moderación y tolerancia como ha de ser la instauración de la nueva asignatura.

Y PRECISAMENTEpara no destruir la propuesta, quizá valiera la pena introducirla gradualmente, como asignatura voluntaria hasta que los hechos demuestren su inocuidad y capacidad de coexistencia pacífica con el adoctrinamiento religioso. Carece en cualquier caso de sentido que la idea de extender los grandes valores fundacionales del régimen esté generando una inflamada polémica que introduce nuevas cuñas en la ya recalentada convivencia. Conviene, pues, reducir la polémica para que la buena idea de tender puentes no abra paradójicamente insondables abismos.

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