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Cinturón de castidades

La más cruel de sus repugnantes deposiciones (se trata más bien de diarrea programática) es aprobar en fechas navideñas una ley muy restrictiva sobre el derecho a la interrupción del embarazo

La verdad es que este Gobierno, cuyas medidas a todos nos afectan, tiene lo que hay que tener, porque si algo no le falta es desvergüenza: Religión, mucha religión, cabasaes de religión. De la suya, claro, en manos de una curiosa colección de meapilas a tiempo completo y de meaderechos, y meaempleos, y measanidad, y meaeducación y mealotodo incluso en horas extras. No hay urinarios suficientes para diluir tanta meada. Ni inodoros bastantes para depositar tanta cagada. Pero acaso la más cruel de sus repugnantes deposiciones (se trata más bien de diarrea programática) es aprobar en fechas navideñas una ley muy restrictiva sobre el derecho a la interrupción del embarazo que tal vez ni siquiera un tipo como Rouco Varela aprobaría y que, desde luego, poco tiene que ver con los caminos de concordia y humanismo que anda tanteando el papa Francisco. Se ve que se trata de una manera atroz de celebrar una natividad que fue sin pecado concebida. Sin que nadie nos explique qué habría pasado si la virgen imaginaria se hubiera caído del burro en su tortuoso camino hacia Belén. Además de quedarnos sin el bello villancico El pequeño tamborilero (y sin un guaja como el tal Raphael como alegre consecuencia colateral, lo que no es poca cosa), los meapilas habituales tendrían que haberse dedicado a sus tropelías de siempre sin más excusa que su voluntad, sin delegación posible en las instancias divinas, sin otra constatación plausible que su dedicación a lo que se dedican porque así lo dictamina su a menudo deficiente intelección de los dictados de la testosterona, una sustancia descubierta muchos años después de inventarse la existencia de Dios y sus ardides para tener un hijo. Que yo sepa, ni uno solo de los prolíficos padres que militan en el Opus ha tenido un solo hijo sin coyunda con mujer, un auténtico milagro.

La ventaja del varón es que, por ahora, no queda embarazado por una relación sexual. Suerte que tiene. Y tal vez por eso Dios se permitió el capricho de tener descendencia por interpósita persona inmaculada. No era un buen hombre, jugando con dados trucados, Pero una mujer, ah, una mujer. Hasta un tipejo como Berlusconi puede preñarla en el lavabo de un hotel, y allá se las apañe. ¿Algún varón renuente a tener descendencia ha considerado alguna vez que un encuentro casual puede condenar a sufrir nueve meses de embarazo a la mujer, y lo que cuelga? Incluso los no renuentes, habría que decir. ¿Todos los varones saben lo que es eso? ¿Incluido el valiente Gallardón? La supuesta defensa de la vida concebida es alarde de sacristía al lado de la vida que les espera a las mujeres embarazadas que no desean tener hijos. Y ellas han de decidir. Traer una nueva vida a este mundo es algo demasiado serio como para dejarlo en manos del azar. Y si alguien tiene dudas de querer y desear a la criatura que espera, tiene todo el derecho a interrumpir el proceso antes de que sea demasiado tarde. ¿Y sobre el nasciturus? Siempre creí que se trataba de Francisco Camps Ni Dios sería tan cruel para defender lo contrario.

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