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Ciencia/religión: ¿de verdad razonamos?

El interesante debate sobre la compatibilidad del razonamiento científico y el mito de dios se encuentra en permanente actualidad. Anteriormente a los crímenes de Catalunya, el profesor Patxi Aranguren (ver DIARIO DE NOTICIAS de fecha 19 de agosto de 2017) nos aporta algunas consideraciones sobre ciencia y religión con referencias a Stephen Hawking, Einstein y Georges Lemaitre, concluyendo sin apenas argumentación en la vigencia de la teoría de un dios creador, según la religión cristiana. Respetando a Patxi y a G. Lemaitre, diré que considero importante que las personas contrastemos nuestras ideas en estos aspectos, dadas sus potentes implicaciones en múltiples facetas de nuestra vida cotidiana.

Las teorías de la creación del mundo por un dios constituyen un principio fundamental para los creyentes católicos, por lo que la insistencia en la vigencia de este dogma hace correr incesantes ríos de tinta propagandística, tratando de adaptarse o contrarrestar los descubrimientos científicos.

Desde mi posición de médico, me veo obligado diariamente a reflexionar y posicionarme respecto a temas en los que la religiosidad ha imbuido su base doctrinaria, temas referentes a la salud física y psíquica: el sentido de la vida y la enfermedad, fertilidad y anticoncepción, el mito del alma, la muerte o el mito también de “un juicio final y una vida en el más allá”. Por todo ello, no dejo de buscar el debate razonado al respecto, siempre desde el ámbito del respeto a las ideas y creencias personales. Así era en la escuela filosófica de Mileto, en la Grecia anterior en 600 años aC, afirmando mediante la reflexión crítica y el razonamiento hipotético (la base de la filosofía) y abandonando los mitos y religiones de su tiempo, que el universo provenía de una “sustancia original” (hoy lo llaman: singularidad infinitamente densa, o de una manera más graciosa: huevo cósmico) y que solo aquellos elementos del medio natural o físico, perceptibles por la experiencia podían ser la causa que originara el mundo tal como es.

Asimismo considero necesario aclarar los términos ciencia y religión, a fin de coincidir en los análisis.

Así diríamos que seguir los principios lógicos de la observación, razonamiento y la experimentación sería la base de la ciencia, mientras que en la religión se trataría de un sistema de cosmovisión, comportamientos, ética y organización social, que relaciona a la humanidad a una categoría existencial. Se añaden un sistema de credo o creencias, a menudo “verdades reveladas por un dios”. Quien argumente “teorías o creencias y vivencias propias” o una religiosidad “a la carta”, quedaría al margen.

La base de las religiones cristiana y musulmana tienen elementos comunes y una de ellas fue primordial en el origen y desarrollo de las mismas: el dogma de la salvación por la fe, el advenimiento con el juicio final (recordemos que a corto plazo) y la condena a los no creyentes. Este componente autoritario y radical y el fanatismo que exigen hurtan el uso razonado de criterios éticos claros y validados socialmente por los creyentes, haciéndolos dependientes de las interpretaciones de “su jefe espiritual”. Éticamente además, deberíamos estar de acuerdo en que las ventajas de una religión, se debería relacionar con pruebas de los hechos relatados y sus contenidos ético-morales y no en la supremacía dogmática o el miedo a la condena eterna (argumento de beneficio un tanto egoísta).

Otro tema de interés es el control, censura y represión hacia el desarrollo científico por parte de los rectores del cristianismo, creo que no precisan ser detalladas. Más recientemente, las condenas al uso de anticonceptivos, técnicas de fecundación, educación sexual, sedación terminal, aborto, críticas al sistema de libertades, exigencia de imposición obligatoria de la doctrina católica en la enseñanza y muchísimos casos más.

Pasando al artículo de Patxi Aranguren, no considero lógico que se descalifique a Stephen Hawking por señalar de forma clara que “no es precisa ni hay pruebas de la existencia de un dios para entender la existencia del universo actual”, alegando una supuesta incapacidad de valorar elementos no visibles por el científico, experto en astrofísica. La creación a partir de la nada como ausencia de todo elemento físico -energético- sustancial, nunca pudo existir porque, primero, es contradictoria con el concepto de existencia: no existe lo que no llega ser nada, y segundo, nada puede surgir ni modificarse, ni crearse de la misma. Además, en la nada tampoco existiría un dios. Así pues, a la luz de las teorías sobre radiaciones cósmicas o sobre “huevo cósmico“ antecesor del big-bang, seguimos pensando en leyes físicas y no en un sujeto “todopoderoso, omnipresente, todo bondad…” y más, tal como dice el credo cristiano.

¿Por qué deberíamos creer en un dios? Para algunos-as no son necesarios los motivos. No se preguntan por la racionalidad de los mismos, han asumido que sus creencias les valen o resultan útiles. Pero dado el desarrollo de los conocimientos al nivel del siglo XXI, es lógico pensar sobre su valor actual, sobre si realmente ocurrieron los hechos relatados o sobre la superioridad moral ética de su doctrina. Hay quienes defienden que “todos-as” sentimos la activación transcendental o de creencias en dios al contemplar un cielo estrellado, por ejemplo, siendo una percepción que tildan de “creencia básica o experiencia transcendente”. Pero el hecho es que no es cierto, cada cual percibe y siente según sus ideas aprendidas porque desde luego, no siente lo mismo un creyente que leyó la Biblia que alguien que no la conoce o no cree en dioses.

Extrañamente, ni siquiera la existencia de Jesús es demostrable a la luz de los textos y referentes históricos actuales. Siguiendo a G.A. Wells, el hecho es que los evangelios canónicos fueron escritos entre 40 y 80 años después de la supuesta vida de Jesús, por autores desconocidos que no tuvieron trato personal con él, la falta de datos o las discrepancias sobre hechos fundamentales en las epístolas paulinas y textos romanos o judíos de la época, unido a la existencia de personajes legendarios o míticos con similares atributos, nos hace dudar de si existió Jesús realmente (no hay una biografia reconocida y validada) o fue una leyenda formada a partir de tradiciones y leyendas más antiguas.

En cuanto a la importancia y preponderancia de los componentes éticos de la doctrina de Jesús, se plantean, en primer lugar, dudas acerca de cuáles fueron realmente las mismas y si éstas se corresponden con el reflejado en los textos de los evangelios sinópticos. En segundo lugar, son cuestionables algunos aspectos: sus exigencias de abandono de bienes, obediencia ciega, y humildad extrema, por ejemplo. También hay que hacer constar las carencias respecto a una toma de posición clara sobre la esclavitud que existía en su entorno, sobre el porqué de la negación de la salvación a extranjeros y desde luego, el que no aporta instrumentos para encarar los nuevos problemas éticos de nuestro siglo: derechos y libertades, conflictos inter-étnicos e inter-religiosos, migración, corrupción política, explotación obrera, feminismo, drogas…, debiendo ser constantemente renovadas por los teólogos. En conclusión, hoy en día en nuestra sociedad, con el desarrollo “profano” teórico, ético y de derechos que disponemos, podemos afirmar que es cuestionable la defensa de la necesidad de tener como referente a los elementos éticos cristianos, o la superioridad moral de éstos.

El autor es médico especialista en Medicina de Familia

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