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Chile: La caída de los curas de la élite ante el ansia de poder y la pederastia

Una insaciable vocación de poder, aparte de los abusos sexuales, es lo que acerca a los sacerdotes Renato Poblete, Fernando Karadima, Cristián Precht y John O’Reilly. Su sed de influencia y de reconocimiento social trastornó sus conciencias y los encegueció.

Fernando, 2010

El haber tenido que trabajar desde muy joven timbrando chequeras en el Banco Sudamericano, sumado a las pellejerías que vivió en su hogar, dirigieron la ambición de Fernando Karadima. Se sumó esa madre dominante, que no se conformaba con poco, y que provenía de una buena familia en decadencia económica. Karadima se convertiría en un cura de barrio alto.
Ascendió socialmente al tomar los hábitos. De lo contrario, hubiese sido un don nadie que había cursado hasta octavo básico.

La iglesia El Bosque, donde estuvo casi toda la vida y donde fue párroco entre 1985 y 2006, lo alejó del destino de funcionario menor de banco. Ese fue su refugio en años en que la Iglesia de Chile había optado por los pobres y por los perseguidos. Karadima no quería ser lo primero y los perseguidos por el régimen militar nunca le quitaron el sueño. Al contrario, la feligresía de su parroquia estaba compuesta por asesores de Pinochet, empresarios, vecinos y adolescentes inexpertos de clases acomodadas. En torno a ese núcleo social construyó el entramado en que fue sumando adeptos y admiradores con prédicas que hablaban de Dios, del diablo y del infierno.

Fernando Karadima tuvo la habilidad de congregar en El Bosque a parte del PGB chileno y sacó provecho: logró donaciones en bienes raíces, viajes, autos y dinero. Con este capital, que manejó como un bien personal, armó su vida.

Además de dinero y apellidos, en El Bosque había jóvenes a los que integró en el movimiento Acción Católica. A los más píos y guapos los hizo sus favoritos. Abusó sexualmente de ellos mientras era su guía espiritual, manipuló sus conciencias y también utilizó el dinero logrado para invitarlos a giras a Europa. Cincuenta vocaciones sacerdotales surgieron del trabajo de esos años. El nombre de Karadima en la Iglesia pasó a ser algo importante, aunque molesto para los más progresistas.

En 2011, Fernando Karadima fue declarado culpable por el Vaticano de abuso sexual y de poder (a menores y mayores) y fue ordenado a vivir en penitencia. El año 2018 el Papa decretó su expulsión del ministerio sacerdotal.

Existe un episodio en que el padre Renato Poblete actúa en complicidad con Karadima. Este siempre hablaba de haber vivido una relación espiritual cercana de más de cinco años con el padre Hurtado. Los jesuitas y otros testigos han desmentido claramente esta versión, porque ambos se conocieron, pero solo superficialmente.

Durante la campaña por la santificación de Alberto Hurtado en 2005, Canal 13 mostró un documental sobre el beato, donde uno de los que más aparecían era Karadima. Incluso, se le mostraba manejando la camioneta verde. Los jesuitas visaron el documental antes de ser emitido. Al decir de varios de ellos, fue el propio Poblete el que hizo el cálculo. Los seguidores del cura Karadima eran gente influyente y poco adeptos al beato justiciero social. No sacarlo fue una jugada estratégica que llevó el sello Poblete.

Cristián, 2011

Era el favorito de Marta Bañados, la madre. El más sociable, el más entusiasta, el más religioso, el más politiquero y el más cariñoso.

Mientras Marta fue la gran movilizadora de Cristián Precht, el cardenal Raúl Silva Henríquez fue su inspirador y padre espiritual. El seminarista Precht se las había arreglado para ser él quien realizaría el encargo del rector del Seminario Pontificio Mayor en los 60, Carlos González Cruchaga. González no tenía ni paciencia ni simpatía por el cardenal Silva, por lo que, cuando este visitaba a los seminaristas, Precht desempeñaría el rol de entretenedor. Nunca tuvo problema de sentarse a conversar con el arzobispo las horas que este quisiera. O de llegar a su casa de calle Los

Pescadores a continuar lo inconcluso. Jamás se achicó. Cristián Precht tiene, como se dice, ese “don de gentes”.

En una Iglesia chilena donde estaba todo ocurriendo, con líderes de la Conferencia Episcopal moralmente superiores, Precht supo encontrar una inmejorable posición cerca del cardenal. Silva había tenido una gran relevancia en el Concilio Vaticano II que puso al día a la Iglesia. En Chile, el cardenal representó a la Iglesia de la opción por los pobres a partir de la década de los 60, aunque jamás dejó de fustigar a los curas que hacían política. Precht Bañados lo siguió cual acólito y fue así recibiendo todos los grandes designios. En 1974 necesitaba a alguien para poner a cargo en el Comité Pro Paz que estaba acéfalo, ahí estaba Precht. Un año más tarde, Silva había creado un organismo para defender los derechos humanos bajo el amparo de la Iglesia de Santiago, ahí también estaba Cristián Precht, quien fue vicario de la Solidaridad a los 34 años.

En cada viaje de recolección de fondos para la Iglesia que hacía el cardenal, subía a Precht. Era útil, podía hacer el sermón en inglés.
Sin dejar al añoso Silva Henríquez de lado, el exsacerdote Cristián Precht -expulsado del ministerio sacerdotal en 2018 por abusos sexuales a menores y mayores- emprendió vuelo. Pese a los iniciales celos, el sucesor de Silva Henríquez en la Iglesia de Santiago, Juan Francisco Fresno, lo designó su vicario pastoral. Además, como Fresno era mal vocero, le ofreció serlo él mismo.

Cuando llegó el mercedario Carlos Oviedo, otra vez se le confirmó la Vicaría de la Pastoral. A esa altura, su poder era superior. Se jactaba mostrando en una sábana sobre la pared que él era quien veía todos los cambios internos de la Iglesia.

Después de los 2000, Francisco Javier Errázuriz lo tuvo también de vicario y se encargó de integrarlo a su Consejo de Gobierno. Sabía que Precht representaba una sensibilidad minoritaria en la Iglesia de Chile y debía incluirlo. Se transformó en un indispensable.

No fue obispo, no pasó de ser vicario. Los planes que Marta Bañados tenía para su hijo quedaron en el camino. Pero estuvo bien arriba Precht, miró desde las alturas.

John, 2012

El “padre John” era el que tranquilizaba a sus amigos empresarios frente al dicho que, según cita la Biblia, es de Jesús: “Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”. El irlandés que nació en una familia muy humilde, de padres agricultores -el papá criaba vacas-, en la localidad de Navan, cerca de Dublín, jamás ocultó su inclinación.

Varios sacerdotes chilenos lo escucharon de su propia boca: “Existen curas con vocación para los pobres y hay curas con vocación para los ricos. Yo soy de estos últimos”, decía.

John O’Reilly, tras un fallo vaticano, está impedido de ejercer el sacerdocio por 10 años y de retornar a América Latina para siempre. Los abusos a menores por los que se le denunció ante la justicia y ante la Iglesia ocurrieron en Chile en los años 2000.

O’Reilly fue un pastor y recaudador de fondos del movimiento religioso internacional Regnum Christi. Sus peticiones de dinero eran mayormente para educación (colegios o universidades) o para proyectos de los Legionarios de Cristo en Chile. A pesar de que jamás fue el líder del movimiento en este país, ocupó todos los espacios y vocerías. Nunca hubo un segundo.

Durante sus 34 años en Chile, construyó amistades con empresarios como Eliodoro Matte, Guillermo Luksic, Pedro Ibáñez, Nicolás Ibáñez, Juan Obach, entre otros. Estos nexos los pudo crear a partir de la intensa vida social que cultivaba y tras ser el sacerdote de colegios donde se educaban los hijos(as) de la élite santiaguina. Entre ellos, el Villa María Academy, el Apoquindo, The Grange y Las Ursulinas.

Algo usual del cura en Chile era que mencionara que estaba en la casa de Zapallar de Eliodoro (Matte) o que usara el helicóptero de Agustín (Edwards). Lanzaba públicamente nombres, apellidos, panoramas y medios de transporte con los que sus amigos y donantes lo agasajaban.

A diferencias de otros legionarios, el “padre John” se movía con mayor independencia de horarios, no alcanzaba a hacer vida de comunidad con su ajetreada vida social, y circulaba solo en un auto regalado por algún empresario. Su confianza en los poderosos lo hizo equivocarse y muy mal cuando el fundador de Regnum Christi fue apartado por el Papa en 2006. Marcial Maciel tenía pecados y delitos de sobra, pero O’Reilly aseguró: “Doy fe de que se trata de un hombre santo dedicado a la Iglesia”. La Iglesia de Santiago y la Santa Sede no lo dejaron pasar y tuvo que enmendar el error.

Pero la extrema independencia y las declaraciones altisonantes no minaron los resultados de su gestión en Chile. Tuvo que llegar la denuncia judicial por abuso sexual para que su castillo de naipes se fuera al piso.

Renato, 2019

No era de andar haciéndoles cariño a los niños sin hogar, ni de detenerse en conversaciones de pasillo. Poblete -o “Pobrete”- iba apurado por la vida. Tan eficaz como el más rápido, reconciliaba a parejas a punto de divorciarse, abuenaba a empresarios disgustados, daba entrevistas a un matinal o entraba resuelto a la oficina de un alto ejecutivo para asegurar la donación anual al Hogar de Cristo.

Poblete, el cura, tenía muchos sobrenombres, pero “El Padrino” y “Capitán General” fueron dos inolvidables.

Hoy se sabe que este jesuita impaciente y mandón, según la investigación del abogado Waldo Bown, es culpable de haber ejercido abuso sexual, de poder y de conciencia, además de otros delitos, sobre 22 mujeres, cuatro de las cuales eran menores.

Renato Poblete vivió junto a otros curas en el Centro Bellarmino, en una de esas casas viejas de fachada continua de calle Almirante Barroso. Su pieza era oscura, húmeda y helada: “La Covacha”, le decían. La escogió porque era la más independiente de todas. Él tenía demasiado que hacer.

Pulsó muy bien la tecla ochentera en Chile y, en 1983, copió la idea de la Cena de Pan y Vino de Colombia. Chile estaba dividido políticamente, el país atravesaba una gravísima crisis económica post 1982. Y entonces tuvo la astucia de congregar a los que tenían que estar en su mesa: los empresarios, los famosos, los militares y los opositores a Pinochet. En el Estadio Israelita, animados por Mario Kreutzberger, los invitados se miraron las caras en medio de bingos y rifas. Las cenas de Pan y Vino del Hogar de Cristo fueron el sueño del pibe para Renato Poblete. Allí conversaba con los importantes y recibía abundante dinero para el Hogar de Cristo. En lo personal, ese fue el momento en que comenzó a ser un referente nacional. Luego vinieron décadas de muchas apariciones en fotografías de la vida social e incontables fines de semana celebrando matrimonios de familias conocidas. La fama cuesta.

En 1985, el cura que seguía a los ricos para financiar el Hogar de Cristo fue destinado a acompañar al cardenal Juan Francisco Fresno para que el régimen militar y la oposición firmasen un Acuerdo Nacional. Más recordado fue cuando en 1992 fue intermediario para que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez liberase del secuestro a Cristián Edwards.

Con Renato Poblete llegaron nuevos socios y donantes, y el Hogar de Cristo pasó de ser de una obra benéfica, a un verdadero holding de la solidaridad. En 1981, cuando llegó a hacerse cargo, su presupuesto era de 600 millones de pesos. Veinte años más tarde, cuando salió de capellán, contaba con 20 mil millones anuales.

Al morir, era sabido que le servían varios sombreros: el de sacerdote, el de recaudador, el de gestor, el de componedor político, el de mediador y el de organizador de eventos. Lo que no era para nada público es que el sacerdote tenía tanto oculto por más de 50 años.

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