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¡Che boludos! Que no os distraigan con el Papa

Mientras todos los medios de comunicación de nuestro país, incluso los menos sospechosos de ser devotos, dedicaban todo su tiempo y esfuerzo a informarnos al minuto del cónclave que acabó con la designación del Papa Francisco, el mundo seguía girando como si Dios nada tuviera que ver con los asuntos mundanos de sus preferidos de la Creación.

En España, los bancos seguían lanzando hipotecados desde sus casas al cuarto mundo, al tiempo que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, con las manos en la cabeza, estudiaba la norma española de ejecución de préstamos. Y las emisoras de radio y televisión continuaban intentando hacernos entender lo importante que era que un grupo de ancianos vestidos de señora de pueblo antiguo, decidieran quién de entre ellos era merecedor de ocupar el trono de Pedro.

La NASA convocaba la tarde del martes una rueda de prensa para comunicar que, por primera vez en la historia de los preferidos de Dios (nosotros, para los lectores más despistados), había pruebas científicas que abrían la posibilidad de que en Marte hubiera habido vida, microscópica, pero vida. Pero al tiempo que esto sucedía, nuestras emisoras interrumpían la noticia para retransmitir en directo una fumata negra, que venía a confirmar que o bien el Espíritu Santo se explica mal, o que los insignes cardenales son duros de oído y/o entendederas.

Llegó el miércoles y con él aumentaron los nervios y la expectación por la, por lógica científica, cada vez más cercana designación del nuevo Papa. Los vaticanólogos aventuraban algunos nombres, con tanto acierto, como se demostró por la tarde, como los economistas advirtiendo la llegada de una crisis. Aquí, en esta pequeña porción de tierra rodeada de agua por todas partes menos por una, lo que para un niño de 12 años viene a ser una península y para un estudiante de magisterio de Madrid una isla, seguíamos con nuestras telenovelas judiciales. Los jueces de la audiencia nacional peleándose por el amor de una causa, y Bárcenas (no intenten pronunciar su nombre en voz alta que, como muy bien sabe nuestro presidente, se puede aparecer el Maligno) de sala en sala poniendo aquí un chantaje, allá una denuncia por maltrato laboral.

En Roma, el milagro de la elección papal estaba pronto a producirse. Se interrumpió de nuevo la programación rutinaria, con sus aburridos casos de dimes y diretes entre pepeístas y pesoeístas, porque Dios había enviado una señal. Harto de que los cardenales hicieran caso omiso (expresión que debe venir de la poca atención que se suele prestar en misa) del arrullo de la paloma del Espíritu Santo, decidió enviar el Supremo un ave de más consistencia, una gaviota que se posó sobre la chimenea de comunicación cardenalicia. Fueron los medios españoles los primeros en percatarse de lo que eso significaba, al relacionar de forma inconsciente el ave marina con un sobre. El mensaje fue por fin atendido por sus santidades con faldas, y no mucho después la fumata blanca anunciaba la elección de un nuevo Papa, que resultó ser, como el mismo Dios, argentino.

Y mientras el pueblo no salía de su asombro y admiración ante la sabiduría de Francisco, capaz no sólo de interpretar el complicado mapa del metro de Buenos Aires, sino incluso de batir un huevo y calentarlo en una sartén hasta convertirlo en una tortilla; aquí, en la Península con vocación de isla, el Gobierno se cargaba las prestaciones por desempleo a los mayores de 55 años, que vergüenza tendría que darles vivir del papá Estado, en vez de preocuparse por el estado del Papa.

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