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Carta abierta de un laico al jefe de la iglesia católica

Sr. Benedicto:

Las irreconciliables contradicciones entre los que vds. dicen y lo que hacen siempre me ha removido las entrañas hasta límites extraordinarios. El “mensaje” contra el laicismo que vd. mismo abandera me eleva los límites de la náusea hasta lo intolerable.

Siendo como soy ateo, muchas veces pienso, casi todas a decir verdad, que vds. creen menos en su dios que yo mismo. De otra forma no se entiende que, partiendo de un texto (los evangelios) que quiere rezumar amor al prójimo, que alaba, ensalza y propone la pobreza y la humildad como leit motiv de todos y cada uno de los momentos de la vida, se encuentren vds. tan lejos, lejísimos, y desde hace tantos años, de aquellas directrices teóricas.

Tampoco se puede entender su inconfesada e inconfesable afición a la mentira: Mire vd. aquí, en este país, tuvimos una guerra civil. Esa guerra se inició porque un militar cuartelero con manías de grandeza valoró que era más importante su trayectoria vital que la vida de un millón de españoles. Es así, no pretenda darle más vueltas ni justificar lo injustificable.

¿Que había anticlericalismo en los tiempos de la república?… Claro, después de siglos y siglos de comprobar cómo la iglesia se pegaba como una lapa y legitimaba al tiranuelo de turno, al noblecillo de turno, al cacique de turno, al señorito de turno, alineándose irremediablemente con los poderosos y olvidando, estruendosamente, sus propias teorías, y dando la espalda a quienes más lo necesitaban: ¿Qué esperaba que hiciera el pueblo?. ¿Qué le hubiera gustado, que a todos los españoles de las clases dominadas les hubiera entrado de repente un ataque de amnesia?

No. El pueblo español tiene memoria, y por cierto, por eso están vds. retrocediendo a marchas agigantadas en este país.

En cualquier caso, no sé por qué le doy estas explicaciones, pues, en primer lugar, o ya las sabe y finge ignorarlas, o no las sabe y su ignorancia no es fingida, en cuyo caso no sé qué es peor, y, en segundo lugar, y esto se lo digo alto y claro, Vd no es nadie para hablar sobre nuestra historia. En España aún viven muchas personas, muchísimas, que tienen mucho que decir sobre tan negra etapa. Una etapa que comenzó en el 36 y terminó en el 75.   Y que nos abarca a quienes nacimos entre ambas fechas.   A mí no venga vd. a decirme que yo no he visto lo que he visto. No se agote intentando presentar la historia como a vd. le conviene: eso tampoco está en los evangelios. Y le repito, aquí aún queda sentido común.

Y hablemos de la humildad, de la pobreza: ¿Sabe cuantas vidas se salvarían en Somalia, por ejemplo, con el dinero que ha costado su romería triunfal por Madrid? ¿Es vd. capaz de imaginarse el rostro de uno sólo de entre esas decenas de miles de niños que van a morir en estas fechas? Y si es capaz de imaginárselo ¿No se le rompe el alma al pensar que vd podría haberlo salvado de morir pero ha preferido darse un baño de multitudes?

Ya sé que vd. se leyó los evangelios hace muchos años (¿Antes o después de ser oficial nazi, por cierto?), pero es obligado que se los vuelva a leer, y que lea lo que ponen, no lo que vd. al parecer traduce. En ellos se habla de humildad. Por más vueltas que vd. les dé no encontrará una sola línea en la que le propongan el boato, ni la pompa, ni la desmedida afición por la riqueza y el poderío de la que vds. llevan diecisiete siglos haciendo gala. Bien al contrario, habla de sepulcros blanquedados…

Definitivamente: vds. no creen en el dios que predican. Pues si no, no es posible actuar tan en contra de los valores que dicen representar.

Jamás me había planteado ser laicista “militante”, pero lo que llevo viendo desde que tengo uso de razón, unido a la guinda que entre vd. y ciertas derechas de este país, tan católicas ellas, le están colocando al pastel de su mentira, me ha convencido de que tal cosa no solo es una opción. Es una obligación ciudadana.

Váyase a la sede de su empresa. No olvide que es vd. el director general de los curas que son pederastas (no todos lo son, imagino…) y no olvide que nosotros, el pueblo llano, no lo olvidamos. Tampoco olvide que tienen vds. manchadas de sangre esas manos con las que bendicen y "desean" la paz. Y no sólo, ojalá, de sangre de nuestra contienda.  Por cierto, ¿Vendieron ya las participaciones que tenían en fábricas de armamento y que fueron publicadas en la prensa española con detalle hace unos años?.

Su historia es la historia de una organización decidida a vivir a costa de la sociedad aunque para ello haya tenido que llevar al potro, a la hoguera, y al paredón de fusilamiento a cientos de miles, millones a estas alturas, de personas inocentes. Y no olvide que nosotros tampoco olvidamos.

Váyase y no vuelva. Somos muchos, demasiados ya, los que no queremos saber nada de vd. Nos da asco.

Desatentamente,

Adenda a la carta abierta al jefe de la iglesia católica.

de Curro Rodríguez, el Lunes, 12 de septiembre de 2011 a las 18:01

La religión (cualquiera de ellas) cubre huecos que de otro modo resultan muy difíciles cubrir.

Es algo inherente a nosotros desde hace miles de años, tantos que ya casi puede decirse que forma parte de nuestra herencia genética.

Calma nuestras inseguridades, nuestros miedos, nuestras dudas, nuestras ignorancias.  Nos da respuestas a cosas trascendentales que, de otro modo, casi quedarían sin respuesta.  Y el ser humano necesita explicárselo todo.  Necesita tener una explicación para todo, aun cuando esta explicación esté basada en la fe, concepto irracional donde los haya.   Pero es consustancial con el género humano.

No es factible, por tanto, despreciar o minusvalorar a los seguidores de ninguna religión, incluida la católica, pues no hacen otra cosa que mostrarse como son: seres humanos.

Como tampoco podemos pensar que sean mejores ni peores aquellos otros que intentan enfocar sus angustias desde otros puntos de vista.

Hace poco tiempo publiqué una carta abierta al jefe de la iglesia católica, escrita en tono beligerante.  No tengo conciencia de haber dicho nada que no sea cierto en tal carta.  Tampoco la tengo de haber utilizado un estilo que no estuviera justificado por el desarrollo de los acontecimientos. 

Quiero dejar claro que para mí, en este asunto, hay dos aspectos a considerar: Por un  lado la consideración que merece el conjunto de los fieles y la parte del clero más cercana a estos,  las gentes de buena fe, que encuentran en el seguimiento de su religión (la que sea) un apoyo y una guía para transitar por las circunstancias de cada uno; y por otro lado, la consideración que merece la actuación, en el momento presente y a lo largo de la historia, de las jerarquías respectivas de cada religión, entendiendo por jerarquías al colectivo de aquellos que dogmatizan y que han hecho de la religión su forma de vida, su manera de justificar su cómoda y, demasiadas veces, lujosa existencia.

Uno de estos dos colectivos fagocita al otro.  Ya desde tiempos inmemoriales, cuando la religión  no alcanzaba a ser religión, sino que se desarrollaba en sus estadios primitivos (magia y brujería), determinados individuos, algo más despiertos (en el mal sentido) que los otros, supieron ver la magnífica oportunidad de mercado, por decirlo en términos de moda, que se les ofrecía. 

Siempre ha habido una parte muy mayoritaria de la sociedad que ha necesitado cubrir sus angustias vitales, sus miedos, entre ellos el temor a la muerte y al más allá, y otra parte, muy minoritaria, que se ha apresurado “generosamente” a dibujar mapas de esos territorios ignotos para tranquilizar a sus coetáneos, a condición de obtener un papel director y determinante en lo alto de la cúpula social.

Así, dentro de las iglesias, o mezquitas, o pagodas, o sinagogas, dentro de los templos, en suma, encontraré personas a las que quiero, respeto y admiro, pues aunque no comparta sus creencias sí comparto su honestidad y sus sinceras trayectorias vitales

Hablo de personas que conozco, algunos de ellos familiares, y también hablo de personas que no conozco, pero de  las que me consta su entrega desinteresada, su labor sacrificada, a veces en lugares lejanos, perdidos por el tercer mundo, o tal vez en lugares más cercanos, en los arrabales de las ciudades, en los barrios marginales.  A estas alturas de mi vida jamás se me ocurriría pensar que yo, por no compartir cuestiones de fe y tener un enfoque racionalista, pudiera valer ni un ápice más que ninguno de ellos.  Ya me gustaría tener el valor y la generosidad de algunos creyentes que conozco.

Y también dentro de los templos encontraré a aquellos otros, que ya no están en las trincheras de la vida diaria, y que si alguna vez lo estuvieron, sólo fue para subir al siguiente escalón, y que si alguna vez se entregaron desinteresadamente y tuvieron un tiempo de labor sacrificada, aquello ya se les olvidó, en aras de misiones de mayor altura teológica y organizativa.

Estos últimos son los que dirigen, los que imparten consignas, los que marcan el camino a seguir. 

Y ese camino, en el caso concreto de la iglesia católica, se ha caracterizado por su apego al poder y su cortedad intelectual.  La estructura creada para propagar la religión, y que, por tanto, debía ser tan solo una herramienta, manteniéndose en un segundo plano, ha pasado a convertirse en la causa principal, a protagonizar el primer plano.  Así, es perfectamente observable que para las jerarquías lo primero es la iglesia, y después, a respetable distancia, la religión.   Si en un momento determinado, en realidad diecisiete siglos de momentos, hay que transigir en la aplicación de los valores del evangelio, se transige; lo que importa es que la iglesia se mantenga a flote.  Es mejor no valorar el hecho de que la línea de flotación se encuentra sospechosamente cerca del poder político, económico,  y militar, según las épocas.

Así, si el tiranuelo, o reycillo, o generalísimo de turno se salta a la torera los preceptos humanitarios del evangelio, la iglesia mira, tradicionalmente, para otra parte, hace como si no pasara nada, e incluso se justifican derramamientos de sangre si hace falta, procesionando después bajo palio al asesino, etc. etc.,  con tal de no perder el favor y la amistad de los poderosos.   Esto puede leerse en cualquier historiador mínimamente serio (absténganse los seguidores de Pio Moa y adláteres), pero, si no se tienen ganas de leer, para muestra bien vale un botón:  En cualquier pueblo de España, hasta en el más miserable, hay una iglesia levantada con grandes sillares de piedra, con altas bóvedas y profusión de dorados y otros adornos, lujosos en su época y muchos de ellos muy valiosos aún hoy,  en su interior tales como estatuas, labrados, imaginería, cálices, sillerías, vidrieras, lienzos de grandes dimensiones, etc., pero en muy pocos de ellos hay un triste hospital para atender a los humildes.  La proporción debe ser 1 x 100 (un hospital por cada cien iglesias). El dato, irrefutable, está ahí.  Sólo hay que sacar conclusiones.

Sin llegar tan lejos, pero, en el fondo, al mismo nivel moral, podemos encontrarnos cotidianamente ejemplos en este sentido: solo desde esta óptica es posible explicarse los últimos incidentes entre los jóvenes peregrinos católicos y los manifestantes laicos, así como el papel animador y justificador de esta lamentable actuación del alto mando en plaza Rouco Varela.  Agresividad, soberbia, justificación de comportamientos agresivos.  ¿En qué parte del evangelio pone eso?  Conviene recordar que lo del ojo por ojo y diente por diente pertenece al antiguo testamento y no a los evangelios…   Cuando supe de este asunto yo me preguntaba, atónito,  cómo era posible que los jerarcas no supieran (¿?) que la esencia (teórica) del cristianismo es el amor, la paz, el diálogo, y no esa conducta agresiva y soberbia que destilaban por los cuatro costados.

A esos que dirigen esta denigrante historia que ya dura 17 siglos (empiezo a contar desde que el emperador Constantino convirtió el cristianismo en religión oficial del imperio), no puedo quererlos, ni admirarlos.  Sólo puedo lamentar su existencia y confiar en que los creyentes acaben percibiendo en qué clase de sucio, falso, hipócrita e inhumano entramado están colaborando.

Mientras eso sucede sólo puedo admirar y respetar a quienes tienen fe de buena fe, valga la redundancia, aunque no la comparta, y execrar el miserable comportamiento de quienes,  teniendo la inmensa responsabilidad de administrar la confianza ciega de sus fieles, han convertido algo que podría ser un valor vital para la humanidad en una especie de sociedad anónima en la que lo que prima es la propia supervivencia, eso sí siempre pegaditos al poder, sacrificando cuantas veces sea necesario los valores que dicen defender y representar con tal de no perder su privilegiada posición social, económica y de influencia política.

Nada hay en los evangelios que justifique la trayectoria de este conjunto de sepulcros blanqueados en que se ha convertido la iglesia de los jerarcas los últimos 17 siglos.

Me ratifico, pues, punto por punto, en mi carta abierta al jefe de la iglesia católica pero no quiero terminar este texto sin repetir que  dentro de las iglesias encontraré personas a las que quiero, respeto y admiro, pues aunque no comparta sus creencias sí que valoro muy mucho la honestidad y las sinceras trayectorias vitales de todos aquellos que efectivamente las tengan, y que no son valores exclusivos ni de los que están dentro ni de los que estamos fuera.

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