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Carta abierta a los obispos

Ante la declaración de los obispos sobre la eutanasia y su campaña.

Estimados obispos:

En primer lugar, quiero advertir de que os voy a tutear (aunque no sea la costumbre y pueda parecer raro en una epístola de este tipo) porque vosotros habéis tenido la osadía previa de hablarme de tú sobre mis asuntos privados en el último video de la Conferencia Episcopal. Por tanto, os ruego que no os lo toméis a mal.

Es normal que la Iglesia Católica se posicione contra la eutanasia (defiendo y respeto vuestra libertad a expresaros sobre cualquier tema), pero lo que no es normal es que me queráis imponer, como si de una ley civil se tratase, vuestros puntos de vista sobre la moral humana. En mi opinión, el celibato (por poner un ejemplo) no es moralmente aceptable, y por consiguiente no lo practico. Pero como entiendo que es una decisión personal, no hago proselitismo para que vuestro clero se entregue a los placeres de la carne (muchos ya lo hacen sin que nadie les invite a ello). Sin embargo, vosotros siempre andáis empeñados en imponer vuestros preceptos morales al resto de la sociedad.

En vuestra última campaña, nos explicáis que no debemos apoyar la eutanasia porque nuestra vida no nos pertenece a nosotros, sino que es un préstamo de Dios, y que la enfermedad (y el sufrimiento) nos hace más humanos. Me parece estupendo que penséis eso, y que si os parece que el sufrimiento es virtud humana, sufrid vosotros todo lo que queráis hasta llegar al éxtasis del masoquismo, pero dejadme en paz, y no os metáis en mi vida. Aunque tengamos (por lo visto) confianza, vuestros asuntos morales y vuestra vida privada no me interesan en absoluto. ¿Por qué os fascina la mía?

El hecho de que se legalice la eutanasia no significa, señores obispos, que a todo enfermo se le induzca la muerte, sino que consiste en dar la posibilidad a las personas terminales a morir dignamente, si así lo desean. Como nadie me ha pedido el consentimiento para venir a este mundo, yo no tengo ninguna obligación a pedir permiso para abandonarlo si mis condiciones de vida son lamentables y sin viso de mejora. ¿Quiénes sois los obispos para decirme, en caso terminal y sin esperanzas, que aguante inútilmente en este mundo? Pues, con todo el respeto, vuestra institución no es absolutamente nadie para meterse en eso, porque es sencillamente mi decisión personal.

Señores obispos, me permito unas últimas discrepancias con vuestro discurso:

1. Lo que nos hace más humanos no es el sufrimiento, sino la alegría y el amor; estoy harto de vuestras doctrinas masoquistas. Permitidme que eduque a mis hijos en la alegría y en el placer de vivir y no en el dolor y el sufrimiento vital que predicáis.

2. En cuanto a la propiedad de mi vida os aclaro que es mía y, si acaso y por extensión, de quienes me quieren bien. De nadie más. Quizás las vuestras sean de Dios, pero os aseguro que la mía no.

Y 3. España no es un país de vuestra propiedad (bastante tenéis con El Vaticano), sino que es un espacio en el que tenemos que convivir todos. Dejad de fisgonear en lo que hago y pienso, cuando mis actos ni os perjudican ni os molestan. Compadezco enormemente a vuestros vecinos de planta.

Monseñores, os deseo un feliz día y aprovecho para enviaros un cordial saludo.

Alfonso Cortés González es profesor de Comunicación y Sociedad en la Universidad de Málaga

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