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Campanas molestas

Hace poco un amigo me sugirió que escribiera sobre las campanas de las iglesias. Si bien es un tema fascinante, no me pareció muy controvertido que digamos, pero él se refería al ruido de las campanas cuando dan la hora y a lo molesta que puede ser una tradición que nadie o casi nadie se atreve a desafiar, sólo porque involucra a la Iglesia.

Eso estaba mejor como punto de partida para un artículo. Aunque no debería ser necesario explicar a nadie que una tradición es simplemente una costumbre y no una ley, y por lo tanto se puede pedir racionalmente acabar con ella si es molesta, de hecho hay muchísima gente que argumenta en nombre de la tradición y pone excusas por ella. La tradición de hacer sonar las campanas de las iglesias a la hora de las misas, o cada hora, o cada cuarto de hora en casos extremos, es una actividad que históricamente tenía sentido cuando las personas sentían la obligación de ir a misa (la sentían porque el cura les había dicho que faltar a misa es pecado mortal, de forma tal que morir habiendo faltado a misa era un pasaje al infierno) y cuando además no había relojes confiables, y mucho menos relojes de pulsera. Las campanas también servían para llamar al pueblo a congregarse por otras razones, para alertar de peligros, etc.

Ninguna de esas funciones sociales y tecnológicas son patrimonio de las iglesias hoy, por lo cual hacer sonar las campanas como rutina ya no es necesario y sólo debería hacerse cuando no moleste a nadie. Cosa que en medio de una trama urbana densa es prácticamente imposible. Con un poco de búsqueda por Internet aparecen muchos casos en distintos países: desde una carta de lectores donde un vecino de Rosario se lamenta de que “los domingos hay que despertarse a la hora que el padre quiere” hasta una multa a una iglesia de Santa Rosa (La Pampa) por “por los altos decibeles y duración de ocho minutos de las campanadas”, pasando por la noticia de la medición del ruido de las campanas de la Catedral de Jaén (Andalucía) y una sentencia desfavorable en Gran Bretaña según la cual el que compre una casa cerca de un pub o de una iglesia debe aguantarse el ruido.

Por lo que parece no hay muchas alternativas, ante el ruido de las campanas, que una denuncia por ruidos molestos, que probablemente sea similar en todas las legislaciones del mundo que se ocupan de tales cosas. Y luego habrá que ver cómo el responsable de las campanadas se toma la cosa. El párroco de la iglesia pampeana que mencioné arriba, alterado por esta irrupción en su territorio, acusó a los denunciantes de ser aliados del Maligno. Sin campanas la civilización se derrumba:

“¿Qué quiere este grupo satanista? ¿Qué quiere hacer de esta ciudad? ¿Una aldea de mala muerte, retrasada? Me indigna esta estupidez. Respetémonos, por Dios, algo de civilización.”

Todo una afirmación de lo que significa “civilización”.

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