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¡Buen solsticio y feliz traslación nueva!

En realidad es eso lo que nos deseamos todos por estas fechas, algo loable y fraternal cuyo origen se pierde en nuestra más remota historia. Porque la Navidad es un evento que se impuso sobre las celebraciones del solsticio de invierno, que eran muy anteriores al nacimiento de Jesús, y el año nuevo simplemente es una nueva traslación de la Tierra alrededor del Sol…

Antes incluso de las primeras civilizaciones, hace más de 8.000 años, nuestros antepasados ya escrutaban los cielos para conocer el cambio de las estaciones porque éstas condicionaban las migraciones de los animales que cazaban y los frutos que recolectaban, de los cuales dependía su supervivencia. Los días clave para separar las estaciones y marcar el transcurso del ciclo anual son cuatro: el solsticio de invierno (día más corto y noche más larga), el equinoccio de primavera (noche de igual duración que el día), el solsticio de verano (día más largo y noche más corta) y el equinoccio de otoño (noche igual que el día); en el hemisferio sur, van al revés. Por eso todas las culturas antiguas organizaban celebraciones alrededor de esos cuatro días y en el caso del solsticio de invierno eran fiestas de renovación y renacimiento, con reuniones y rituales para propiciar el regreso del tiempo cálido, abundante en alimentos.

Pero para poder determinar con certeza los solsticios y equinoccios tuvieron que realizar incontables observaciones y medir con precisión la duración real del año, un problema complicado porque antiguamente no habían relojes y el tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta completa alrededor del Sol no es un múltiplo exacto del tiempo que tarda en dar una vuelta sobre sí misma. Hoy sabemos que el año equivale a 365,242189 días.

Y la falta de exactitud entre el tiempo de traslación y el de rotación ha provocado numerosos e inevitables errores. Así, por ejemplo, en la antigua Roma tenían un calendario lunar y los doce meses comenzaban con la luna nueva, de manera que no cuadraban con la duración real del año y como las estaciones se desfasaban continuamente tenían que añadir un mes de cuando en cuando; todo ello provocaba cierta confusión y los pontífices, que eran quienes se encargaban del calendario, aprovechaban para alargar su mandato y privilegios. Por cierto que la palabra calendario procede del calendae latino, que era el primer día de cada mes.

Para evitar aquel desorden y la corrupción que generaba, Julio César implantó en el año -46 el calendario juliano, que fue elaborado por el astrónomo Sosígenes de Alejandría. El solsticio de invierno se situó en el 25 de diciembre porque durante esos días se celebraban las Saturnales romanas y el 25 culminaban con el nacimiento del Sol Invictus. Esa fecha es la que adoptaron, siglos después, los cristianos para fijar el nacimiento de su mesías.

En aquel calendario introdujeron ya el año bisiesto, lo cual mejoraba mucho la medida del ciclo anual, pero la duración del año tampoco es exactamente de 365’25 días y en el Renacimiento se acumulaba una diferencia de 10 días en las fechas clave respecto a los hitos astronómicos, de modo que Clavius, Lilio y otros astrónomos elaboraron el calendario gregoriano, que fue promulgado por el papa Gregorio XIII en 1582. Y al 4 de octubre del calendario juliano le siguió el 15 de octubre del calendario gregoriano, con gran disgusto de los poco versados en Astronomía, los cuales creyeron que les habían robado esos diez días de sus vidas…

Con el moderno calendario se consideran ya las fracciones menores del resto anual y el desfase se ha reducido a un día cada 3000 años, un error insignificante. Aunque ahora el solsticio de invierno oscila entre el 20 y el 23 de diciembre.

Como bien sabemos, el calendario gregoriano utiliza como origen para contar los años el nacimiento de Jesús y esta fecha la fijaron los cristianos cinco siglos después del suceso, con tan escasa precisión que se equivocaron en varios años, error que puso de manifiesto el astronomo Kepler en el XVII, de forma que Cristo nació en el año 4 antes de Cristo…

Por cierto que todavía existen otros calendarios de tradiciones diferentes, como el chino antiguo, que toma como origen al mítico emperador Huangdi y va ya por el año 4651. O el árabe, que parte de la Hégira de su profeta Mahoma y va hoy por el 1435.

En fin, ¡buen solsticio de invierno y que la próxima traslación sea mucho más ecológica, ética y saludable!

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