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Bioética laica

Muchos autores han abordado el asunto de la laicidad en la bioética, y no pretendo aquí mas que comentar algunos de los razonamientos que me parecen con impacto en nuestra sociedad. El concepto de laicidad no significa la negación de la existencia de una divinidad, sino la existencia de una sociedad organizada independientemente de alguna confesión religiosa. Aplicado a la bioética, el laicismo tiene como fundamento una percepción de la vida, como valiosa en principio, pero cuyo valor puede variar de acuerdo con las condiciones; a tal grado, que hay existencias tan poco dignas que no merecen ser vividas, citando el paradigmático caso reciente en la unión americana, de una mujer con cáncer terminal, que solicitó el suicidio asistido. A su juicio, lo que le quedaba de vida, no merecía ser vivida; y yo, con mi humilde experiencia familiar, social y de gente cercana, coincido.

En contraposición está, en nuestra querida región latinoamericana, la bioética católica que remite a la idea de la sacralidad de la vida; a partir de la cual carece de importancia la calidad de la misma, en cuanto a su valor intrínseco; al ser la vida humana un bien otorgado por la divinidad, no es posible disponer de él ni siquiera por el propio individuo que pudiera estar en un inenarrable sufrimiento. Bajo esta óptica tampoco cabe la deliberación como método para acordar leyes o reglamentos; de ahí, quizá es la negativa de los bioeticistas católicos para debatir.

Ambas posturas, son por supuesto ampliamente respetables, en primer lugar porque derivan de valores intrínsecos de personas concretas y en el caso del catolicismo, compartidos por millones, pero el Estado tiene la obligación sustantiva de velar por los derechos de todas las personas, al margen de identificaciones religiosas; lo que implica una muy ardua labor de encontrar valores comunes y apuntalarlos frente a todos y todas. La Declaración Universal de Bioética y Derechos Humanos de la UNESCO representa un interesante instrumento porque ha conseguido encontrar una escala de valores comunes en los que se podrían sustentar leyes y reglamentos; al margen de la religión que profese cada individuo, fomentando el respeto mutuo y la tolerancia.

El panorama reciente en México, respecto de estos problemas no ha sido el de la tolerancia; la bioética católica, si bien es cierto no ha utilizado violencia, ha echado mano del engaño como estrategia, disfrazando argumentos de “científicos” cuando en el fondo son religiosos. Creo que deberíamos sustentar un debate de altura, partiendo de la sinceridad en cuanto a los fundamentos de cada persona que desee participar, e intentar encontrar el máximo beneficio para la sociedad en su conjunto, brindando herramientas útiles a los legisladores. Una de las responsabilidades principales de nuestra Comisión Nacional de Bioética, es colocar en la agenda pública estos tópicos para propiciar discusiones abiertas, tolerantes e incluyentes y abonar así al progreso científico y sanitario del país. Ojalá podamos ser testigos de hechos en ese sentido.

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